En los saqueos se cayeron varios pedazos del alma de Chile. Pero su estructura fundamental aún está en pie. Al frente de los que robaban televisores, destruían cajeros, asaltaban casas, y desmantelaban autos, aprovechándose del terremoto, aparecía la voluntad de miles de personas que sienten crecer el sentido de sus vidas sacrificándose para ayudar a los que sufren. Con ellos reapareció la solidaridad que Leopoldo Castedo dijo que echaba de menos cuando le preguntaron qué le faltaba si comparaba el Chile de los 90 con el de su llegada en el “Winnipeg”.
Pues, junto con comprender a una madre que roba leche porque su guagua no tiene ni agua limpia para sobrevivir, clamábamos castigo para los que, riéndose frente a la televisión, llenaban carros, camionetas, carretillas de mano, sacos, autos y sus brazos para arrancar con lo que pillaran. A las pocas horas pedíamos a los militares en las calles. Pero los valores no se construyen a balazos. En la “La Tierra Permanece” de Sturgeon, la poca humanidad sobreviviente al desastre nuclear, abusaba del abandono para acaparar el mundo material a su disposición, mientras otro grupo comenzaba a reconstruir la sociedad estableciendo el orden básico desde donde volver a partir. En Chile en cambio, el terremoto no destruyó los valores de la mayoría.
Nótese que la velocidad de respuesta con que la poblada inició el saqueo demuestra además un destape lleno de odio. Una odiosa ansiedad por apropiarse o destruir aquello que representa las desigualdades, las diferencias odiosas. Tenerlo o incendiarlo.
El remezón dejó en evidencia la degradación humana de un grupo de personas que ha ido perdiendo algo profundo de su espíritu que deberemos atender cuando terminemos las primeras tareas materiales. Solo una grieta grave en los cimientos de su formación familiar, puede haberlos llevado a asaltar con alegría, algunos junto a sus hijos para robar en la impunidad de la turba y el descontrol mientras el país sufría la catástrofe.
El terremoto demostró la fragilidad estructural de los valores éticos y morales de una parte de nuestra humanidad de país. En estos días vimos esa falla en algunos pobres y menos pobres, pero que en el día a día, de otra manera, si miramos bien, la veremos en otros abusos de aquellos que tienen buenos ingresos. Una descomposición valórica de pobres y ricos, un poco consecuencia del hedonismo de la cultura del poseer por sobre el respeto mutuo; la felicidad de tener las cosas por cualquier medio, más que las ganas de ayudar al caído o la alegría de dar alivio. El aprecio a la marca del auto, el reloj o la polera por sobre el valor de la persona. Una falla de construcción en el alma que cruza a ricos y pobres. La diferencia está en como la expresan. Unos en masa y gritos de venganza, los otros con silencioso refinamiento.
Nótese que la velocidad de respuesta con que la poblada inició el saqueo demuestra además un destape lleno de odio. Una odiosa ansiedad por apropiarse o destruir aquello que representa las desigualdades, las diferencias odiosas. Tenerlo o incendiarlo. Y no es culpa de la pobreza pues la pobreza no es lo mismo que desigualdad y los pobres no son delincuentes por su condición. La mayoría de ellos se marginó de los saqueos e incluso fueron víctimas. Los asaltantes son los terremoteados del alma, los que sufren las grietas del odio vengativo generado por las desigualdades y el envilecimiento. Son fruto de la descomposición ética de un edificio social cuya estructura diseñamos mal y que construimos mal.
Los saqueos no fueron simplemente falta de policías. Es algo más de fondo que nos falló en la edificación del alma de nuestra sociedad.
Y al frente quedó en pie esa gran mayoría del Chile solidario. El sismo demostró la firmeza de esa gran cantidad de chilenos que están en las calles dando su amor a los demás sin pago de dinero alguno. Los médicos que no duermen, los militares que cuidan en toque de queda más allá de su sueldo, la pobladora de Constitución que solita abrió su patio para dar albergue y arroz caliente a 11 personas, los estudiantes con los que estamos catastrando los daños en cada casa o edificio en el norte de Santiago, los modestos pobladores de la Villa Santa Mónica que cooperaron con mercadería en la misa del Padre Jaime en el atardecer de la Plaza de La Valleja, los Techo para Chile , las redes solidarias en Internet, los que donan calladitos sin aviso en los diarios.
Ese es el gran parque edificado con fierro y hormigón del bueno donde los valores no muestran fisura alguna. Es importante constatar que esas son las fundaciones intactas del Chile bueno, que existe, y que puede ayudar a hacernos pensar qué hemos hecho, o qué hemos dejado de hacer, para que en otros se hayan producido los daños tan dolorosos que agrietaron el alma de Chile.
Una mirada no convencional al neoliberalismo y la globalización