Revista Creaciones

El territorio de la incertidumbre

Por Ripu77

Dicen que todo está en la genética. Y si no es en ella es en la herencia. Sea por una o por la otra, en ocasiones parece que nos caiga por ósmosis y seamos clones de la generación anterior. De unos años acá sonrío como mi madre, antes nunca había hecho esa mueca que nos hace tan parecidas. Lo curioso es que su sonrisa se debe a la disposición de sus dientes, debe sonreír así, pero yo no. Mi gesto ha cambiado, asimilándose al suyo pero teniendo mi propia y distinta dentadura. No tengo explicación ninguna.

Estos días terminaba Esta herida llena de peces de Lorena Salazar Masso y pensaba en cómo, tal vez sí, es posible que nos metamorfoseemos. “Las costumbres simples permanecen: nadar en el río, cocinar arroz con queso o trenzar a una vecina. Las trenzas unen a la dueña del pelo y a quien lo trenza en una complicidad íntima; la trenzada deja ver sus raíces, se arrodilla ante otra para que disponga de su fuerza y encanto. La trenzadora es responsable de crear caminos, ríos, salidas en el pelo de la otra, unirla a todas las mujeres que han sido trenzadas en la historia.” 

De niña odiaba que me tocaran el pelo, que mi madre me peinara, que me lavaran la cabeza en la peluquería. Para nada llegué nunca a pensar en esa unión entre trenzadora y trenzada. Si alguien me hubiera avisado, si alguien me hubiera dicho que esa era una conexión beneficiosa para mí… habría intentado pensar en aquel suplicio de otro modo. Pero no me avisaron. Con el tiempo, quizá al igual que mi sonrisa, eso ha ido cambiando. Ahora entiendo la proximidad que supone que alguien acaricie mi cabello. Ahora espero, y deseo, más minutos de ese masajeo en el lavacabezas antes de cortar o de teñir.

El territorio de la incertidumbre

Cartoixa d'Escaladei, febrero 2022.


Mi madre ha repetido, desde que tengo uso de razón, aquello de “no he dormido nada en toda la noche”. Llegamos a pensar que era una vampira por llevar tanto sin cerrar un ojo. Al crecer entendimos que era una maldurmiente, como lo he acabado siendo yo. Otra herencia que sumar, si así puedo entenderlo o admitirlo. Llegó tarde, igual que entender las trenzas o la sonrisa calcada, pero llegó. Tras leer a David Jiménez Torres en el ensayo El mal dormir, me digo que debería entenderlo de otro modo. Afirma que “el insomnio tiene cierto grado de heredabilidad genética” y que una amiga suya comentaba, al descubrir que su padre también era maldurmiente como ella, “si en el fondo no estaré viviendo mi insomnio como algo hermoso; quiero decir, como parte de mi herencia.” Como si aceptar que las dos estemos desveladas sea algo delicioso y placentero. Como si el hecho de compartir el ir cansadas todo el día fuera algo que nos debiera unir. Como si la palabra herencia no pudiera ser tan solo algo bueno, sino también horas y horas de pensamientos a oscuras.

Es un post un poco disperso, podréis pensar. Pero en el fondo las tres ideas se unen en una sola. Escribía María Bastarós en el relato “Cena de mayores” de No era a esto a lo que veníamos que la “infancia es el territorio de la incertidumbre”. Supongo que a medida que una suma años se va dando cuenta del valor de las trenzas, del copiar una sonrisa o el heredar el mar dormir. O eso parece.


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