Recuerdo, siendo un niño, un día en que un compañero de clase nos dijo a unos cuantos que había visto un gnomo. Aun con cierto recelo, la inocente mirada infantil de aquellos años se llenó de ilusión, con esa especie de sentido de la maravilla por cualquier tema fantástico que perdemos cuando crecemos. No tardamos, esa misma tarde, en formar un pequeño grupo que acompañó al testigo al lugar donde decía haberse topado con tal criatura. Como es lógico, no vimos nada, y nos marchamos del lugar no sin cierta desilusión, dando por zanjado el asunto como una invención de aquel niño. Sin embargo, él seguía afirmando que el encuentro sucedió.
Esta anécdota de mi niñez viene a colación de El tesoro de Jacinto Montiel, novela corta de Ismael Orcero Marín que ha publicado Ediciones El Transbordador en su infalible colección Soyuz. En esta novela se nos presenta a Jacinto Montiel, cronista de un pueblo llamado Villa de Fuentes, y especializado en las distintas leyendas de la localidad. En especial, una sobre un tesoro resguardado por los Chatos, una especie de gnomos pertenecientes al folclore local. Dicha leyenda cuenta con un lado tenebroso representado en la figura de la Arrastrada, una culebra que adopta forma de mujer y que se alimenta de los incautos que se topan con ella. Con estos elementos, el autor conforma una historia muy asentada en nuestras tradiciones.
Una de las grandes virtudes de El tesoro de Jacinto Montiel es su fidedigna inmersión en el día a día de una localidad rural, un entorno reducido que resulta plenamente reconocible para todo aquel que haya tenido un mínimo contrario con la vida de un pueblo. Ismael Orcero se empeña en ello con bastante acierto dibujando el panorama a través de sus personajes y poniendo el foco más intenso en el cronista de Villa de Fuentes, el propio Jacinto Montiel.
El otro elemento que cimenta la ambientación es la inserción de fragmentos de la propia crónica de la localidad, firmadas por el protagonista, y que aportan desde el principio la gran dualidad que toma forma durante todo el relato: el contraste entre ciertos acontecimientos históricos y las leyendas que estos generaron (o, si queremos, entre el hecho objetivo y la superchería subjetiva). Con esto, el trabajo de Ismael Orcero contiene un importante porcentaje de antropología, aunque finalmente estemos ante una obra de ficción con evidentes elementos fantásticos.
Centrándonos en el relato, la novela sabe enganchar al lector primero con esa panorámica sobre el entorno y sus personajes, y después destejiendo una trama en la que se nos deja intuir poco a poco algunas de sus claves. Como digo, el texto intercala la narración clásica con pequeños fragmentos de la crónica del pueblo, que siempre nos aportan alguna pista de lo que leeremos a continuación. Esta estructura aguanta perfectamente, y más tratándose de una novela tan breve. La creciente intromisión del elemento fantástico, así como el desarrollo y el desenlace, remiten a obras de terror clásicas que mezclan leyenda y mitología, y resulta bastante interesante la, hasta donde sé, inventada mitología que aparece en el texto. El mismo nombre de la Arrastrada ya contiene en sí mismo todos estos componentes de cuento clásico con toques míticos. Muy acertado.
Además, sin llegar a estar ante un whodunnit, el autor juega con elementos del subgénero para plantear un pequeño misterio que sabe resolver con un giro muy bien pensado.
Es importante que las leyendas de nuestro pasado no se pierdan en la memoria, pues constituyen el verdadero tesoro de nuestras tradiciones y contribuyen de manera fundamental a definirnos. Creo que Ismael Orcero ha tenido esto muy presente a la hora de cincelar su historia, por lo que podemos entender El tesoro de Jacinto Montiel como una potente reivindicación del folclore que nos identifica. La colección Soyuz sigue forjando su propia leyenda a base de pequeñas perlas como esta. Palabra de gnomo.