Revista Opinión

El tesoro de tartessos

Publicado el 22 noviembre 2019 por Carlosgu82

Aurora, amanecía vestida con su manto rosado despertando al perezoso Sol que se elevaba poco a poco iluminando con su divina presencia el valle de Tartessos. Toda esta área que bañaba el gran rio Betis estaba dominada por la capital del reino, Turta, desde donde su rey Argantonio disfrutaba de la paz y la tranquilidad, así como de las beneficiosas relaciones comerciales que establecía con griegos y fenicios. Esa noche esperaba recibir en palacio a unos comerciantes griegos que le proponían una suculenta oferta por la compra de un cargamento de oro y estaño. Los Foceos eran excelentes comerciantes, y como buenos griegos esperaban que la hospitalidad de su anfitrión fuese excelente. Esto lo sabía el Rey, y por eso, mandó a sus sirvientes que no escatimasen en preparar los mejores manjares y bebidas para los invitados.
Sofía y Eulogio, los encargados de todos los preparativos ya habían recibido anteriormente a comerciantes griegos en palacio, y ya sabían en mayor o menor medida sus debilidades y virtudes a la hora de sentarse a la mesa. Como buenos griegos se jactaban de hacer los mejores vinos y de producir el mejor aceite de todo el mundo conocido, aunque Eulogio, siempre pensaba: “Estos griegos nos llaman bárbaros por beber el vino sin mezclar y son ellos los que buscan a nuestro señor Argantonio para satisfacer sus deseos económicos; ¡Los bárbaros son ellos! ¡Nunca apreciaran así el buen vino!”. Todo estaba listo para la hora de llegada de los invitados, y las cocinas de palacio ya desprendían el delicioso olor de la sorpresa que les habían preparado para sus delicados y aristocráticos paladares.

Un sirviente anunció a los invitados en el salón Real, y el propio Argantonio salió a recibirlos.

Buenas noches mis queridos amigos!- habló el Rey mientras besaba a sus invitados uno por uno.

– ¡Buenas noches Majestad!- contestó Alcino, el más veterano de los tres, y haciendo un pequeño gesto con la cabeza en forma de reverencia. Después de él hicieron lo mismo Eudoro y Coleos, los otros dos invitados.

– Bien.- continuó el Rey.- No nos quedemos aquí, pasemos a la sala de reuniones donde nos servirán comida y bebida mientras hablamos de nuestros negocios.

Los cuatro entraron a la sala de reuniones donde gobernaba una gran mesa rectangular de madera de roble. Prácticamente no les había dado tiempo de sentarse cuando entraron los sirvientes con grandes bandejas y cráteras llenas de vino diluido en agua y miel, tal y como lo degustaban los griegos. A su vez entraron bellas bailarinas con finas túnicas de seda blanca y flautistas que entonaban cautivadoras melodías para amenizar la velada. Los sirvientes llenaban de vino los cubiletes de los invitados cada vez que estos les hacían una señal y degustaban hortalizas y verduras bañadas en el mejor aceite de oliva de toda la península, de producción local y asequible para todos los súbditos del pueblo.

En esto el Rey era muy sensato, y siempre pregonaba, que «lo que la tierra es capaz de dar, es obligación moral que se disfrute sin importar condición social.»

– Creo que este es el mejor aceite que he probado jamás.- dijo Alcino sonriendo.- Siento decirlo, pero rivaliza con el de los campos atenienses. ¿Dónde lo cultivan? Creía que en Iberia era prácticamente un desconocido este producto.

– Nuestros olivos son de una calidad superior, aunque no comercializamos con su fruto. – Contestó el Rey.- El gran rio que domina nuestro territorio nos da fértiles tierras para el uso de nuestros cultivos, y toda nuestra producción es destinada única y exclusivamente para uso y disfrute de nuestro pueblo. Gracias a sus propiedades nuestro aceite nos ayuda a conservar diversos alimentos, a tener una mejor salud gracias a sus capacidades especiales, e incluso es una fuente de curación, tanto para prevenir como para sanar enfermedades.

Los invitados seguían disfrutando de la cena, hablaban de sus negocios, de mujeres, de caballos, de historias mitológicas, y de mil y un temas. Los sirvientes que estaban allí presentes llenaban una y otra vez los cubiletes de vino a sus invitados, y estos brindaban con el Rey por un acuerdo prospero y una amistad duradera. Coleos se levantó de repente alzando la copa.

Brindo por su Majestad, por Focea, nuestra querida patria, y por toda Grecia. Brindo por estas maravillosas tierras y por nuestro hermanamiento. Que esta noche sea el inicio de una bella y gran alianza, y que podamos llegar a un entendimiento que beneficie a todos.

Los dos acompañantes griegos también se levantaron, haciendo lo mismo el Rey.

-Se te olvida una cosa.-Interrumpió Eudoro con una sonrisilla pícara.- ¡Brindo por estas preciosas bailarinas y por sus turgentes pechos!

– ¡Bien dicho!- exclamó burlón el Rey. Y los cuatro se echaron a reír.

Brindaron, hicieron una libación en honor a los dioses, tanto griegos como tartéssicos, y se bebieron de un trago su cubilete de vino. Atentos a todo lo que acontecía los sirvientes de la sala volvieron a llenar los cubiletes a sus invitados mientras continuaban hablando. En estas que Argantonio hizo una señal a uno de los sirvientes, y este, entendiendo la orden, salió de la sala hacia las cocinas de palacio.

Es la hora del plato fuerte.- dijo dirigiéndose a Eulogio y Sofía.

Sofía y el sirviente desaparecieron unos segundos, para aparecer con dos jugosas patas de jamón. Eulogio cogía un gran y afilado cuchillo dispuesto a cortar en finas lonchas el tan preciado manjar. El muy diestro jefe de cocina cortaba con cirujana destreza finas lonchas que desprendían un olor que inundaba las cocinas haciendo la boca agua a los allí presentes.

Mientras llenaba unas lujosas bandejas de plata con el exquisito jamón, destinada a los invitados, en otras, fabricadas en cerámica fina con bordes de oro, Sofía cortaba rebanadas de pan y las aliñaba con el tan alabado aceite por los griegos. Todo estaba listo para sorprender a los invitados griegos con una simple pero exquisita comida. Como era de esperar, y sabido y permitido por el Rey, entre corte y corte, Eulogio se metía una loncha a la boca para su disfrute, así como también se la ofrecía a Sofía y a Ennio, el sirviente que esperaba junto a ellos la hora de servir el jamón.

Todo listo.- dijo Eulogio llevándose otra loncha a la boca y sonriendo como un niño inocente.- si quieren más házmelo saber Ennio, aunque creo que con dos jamones será más que suficiente. Mientras, partiré los otros dos para que comamos nosotros y los demás miembros del servicio. Eso griegos están a punto de probar el mejor jamón que han probado y probaran en sus vidas. No han comido en Grecia algo así jamás. Luego sonrió con aire de superioridad, ya que a pesar de haber tratado y conocido buenos griegos, por regla general no les caía bien, ya que los consideraba presuntuosos y avariciosos en muchos sentidos.

Ennio apareció en la sala, con dos bandejas de plata llenas hasta arriba de jamón; detrás de él, Sofía llevaba las rebanadas de pan. Dejó las bandejas en la mesa, embriagando a los invitados con su aroma hipnotizador. El Rey sonreía satisfecho mirando a su jefa de cocina. Ennio roció con un fino chorro de aceite las dos bandejas de jamón, y volvió a las cocinas para traer las otras dos que esperaban ser servidas. Los griegos probaron el jamón y quedaron encantados.

¡Increíble! ¡Exquisito!-dijo Alcino.- ¿Que delicia es esta? Jamás hubiera imaginado comer el jamón de esta manera. ¿Qué sabor tan magnífico es este que deja su firma marcada a fuego en el mismísimo paladar? Esto debe de ser lo más parecido a la ambrosia de los dioses en el mundo mortal. ¡Qué textura, que sabor!

– He comido jamón salado en diversas ciudades griegas, pero jamás con una textura y un sabor tan increíble.-comentó Eudoro.

– Estoy contigo.- Habló el barrigón Coleos, y a continuación siguió engullendo rebanadas de pan cubiertas con jamón. Solo dejaba de comer para echarse la copa de vino a la boca y hacer pasar así mejor la comida.

– Dígame Majestad. ¿Cuál es el secreto? Si se puede saber.- Volvió a hablar Alcino.

– No hay ningún secreto. Nuestros cerdos viven en libertad, en grandes parcelas de terreno, y alimentados a base de una dieta natural. Las bellotas son abundantes en los territorios por donde pastan, y al estar en continuo movimiento su cuerpo distribuye mejor las grasas, consiguiendo a la hora de la matanza una carne más firme y gustosa. Nuestros expertos cuidadores hacen una curación óptima en secaderos situados en diversas alturas, controlando rigurosamente el tiempo y la temperatura de secado. Según la calidad, su tiempo de curación oscilará entre los nueve y los quince meses.

– ¿Y este manjar es común entre el pueblo?- continuó Alcino.

Si.-contestó el Rey.- Algunos hombres tienen pequeñas granjas de cría de cerdos y producen su propio jamón que luego consumirán con sus familias o venderán en el mercado. Es un producto muy sabroso a la vez que sano y nutritivo. Se conserva largo tiempo, es muy digestivo y rico en vitaminas. Además, gracias a su rica fuente de vitaminas y minerales es muy recomendable para retrasar la aparición de la fatiga entre nuestras tropas cuando están en campaña. También es fácil de transportar y servir. ¿Qué más se puede pedir?

– Creo que la próxima vez que hagamos negocios me olvidaré del oro y el estaño le haré una oferta por tan exquisito producto.-añadió Eudoro sonriendo.

La cena y la fiesta continuaron hasta altas horas de la madrugada. Después de llegar a un acuerdo, decidieron retirarse a sus aposentos y cerrar definitivamente el trato al día siguiente. Eudoro y Coleos aprovecharon la oportunidad para llevarse a sus alcobas el servicio de varias bailarinas, mientras que Alcino, se retiró acompañado de la joven Eurídice, la bella esclava que siempre le acompañaba a todos los sitios.

Al día siguiente cerraron el trato, y los griegos cargaron sus barcos con el oro y el estaño que les había proporcionado el Rey Argantonio. Como obsequio por su amistad le entregó a cada uno cinco ánforas llenas de aceite de oliva y diez jamones ya curados y listos para degustar. Los griegos obsequiaron al Rey con un baúl lleno de telas procedentes de oriente y una reluciente espada larga votiva, con empuñadura de plata e incrustaciones de lapislázuli en agradecimiento a su hospitalidad. Antes de partir, prometieron regresar al año próximo para continuar con sus negocios, y se despidieron de Argantonio con un cariñoso abrazo y un fuerte apretón de manos. Las naves griegas zarparon hacia Focea bajo la efusiva despedida de Argantonio y toda su comitiva que levantaban las manos y gritaban a los griegos deseándoles buen viaje.

Ese día, y para disfrute de la tripulación, los tres decidieron dar un banquete para celebrar los prósperos negocios que habían realizado con el Rey de Tartessos. Tanto los capitanes como los marineros degustaron parte de los exquisitos jamones que el Rey les había regalado, y disfrutaron con el toque especial que les proporciona el suave y gustoso aceite de oliva local. A pesar de la delicia y el contento de los marineros, a esta deliciosa comida le faltó estar regada por el toque ibérico que le da un buen vino, siempre bebido con moderación. Hay que decir que a la tripulación no les faltó el vino en esta comida, aunque fuera de origen griego y diluido en agua, ya que de otra manera lo estarían haciendo como los bárbaros; y ellos no lo eran.


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