El Tesoro del Convento de Clausura
De entre los numerosos secretos y enigmas que Corral de Almaguer aún esconde entre sus viejos muros y legajos a la espera de ser descubiertos y expuestos a la luz, ocupa un lugar de excepción, o quizás deberíamos decir ocupaba, pues desgraciadamente desde el año 2006 ya no se encuentra en nuestra localidad, un pequeño cuadro que colgaba de una de las paredes interiores del coro alto del Monasterio de Clausura.
Al encontrarse instalado en la zona de reclusión de las religiosas, no era visible para los fieles que acudían a la liturgia diaria, por lo que sólo cuando se entraba en el interior del recinto monacal -con el permiso del Obispo- era posible contemplarlo en todo su esplendor.
Precisamente en una de esas escasas visitas permitidas por el titular de la diócesis con la intención de elaborar el inventario de obras de arte que aún guardaba el Monasterio, mi acompañante y ocasional fotógrafo José Luís Martínez Ávila y un servidor, nos topamos de frente con el cuadro que motiva el presente artículo. Se trataba de un óleo de pequeñas dimensiones (40×32) y humilde enmarcado, en el que aparecía representada de medio cuerpo y sobre fondo dorado, la imagen de una Virgen de singular belleza y delicado rostro, dotada de una tez clara y sonrosada y largos cabellos castaño-rojizos que descendían formando ondulaciones prácticamente hasta la cintura.
Vestía una aterciopelada túnica azul oscura recogida en el talle por un lazo, y en la bocamanga derecha se dejaba traslucir parte de la camisola de color rosado que envolvía su interior. María miraba con dulzura a un niño Jesús totalmente desnudo y sentado en su regazo, que se giraba y parecía querer alejarse de su madre sujetando entre las manos los cardos que simbolizaban su pasión. La imagen de la Virgen contrastaba fuertemente con el intenso fondo dorado y con los dos ángeles que flanqueaban la parte superior, portando una corona que se disponían a colocar sobre su cabeza.
La pintura, con pocas nociones que se tuvieran de arte, presentaba -a pesar del fondo dorado- un innegable estilo gótico flamenco tanto en las formas como en la técnica y estilo, pero dado que se encontraba en un perdido convento manchego, a nadie se le pasó por la cabeza la posibilidad de que aquel cuadro fuera original o tuviera algún valor. Saltándose las ancestrales normas internas que obligaban a hablar a las monjas solamente cuando la madre superiora lo permitiera, la siempre alegre y espontánea Sor Trinidad (religiosa natural de Corral de Almaguer que acabaría convirtiéndose en la última abadesa del Convento) me susurró al oído, aprovechando que la superiora miraba para otro lado:“ése de ahí sí que tiene valor”. Sorprendido por la reacción de aquella monja de ingenua y bondadosa sonrisa con la que luego me uniría una cariñosa amistad, recogí el comentario con el mismo disimulo que ella había utilizado conmigo y sellamos nuestro secreto con una mirada de complicidad.
Transcurridos casi veinte años de aquella visita, tuvimos noticia de que el Museo del Prado había organizado una exposición denominada “Arte Protegido” en la que aparecían recogidas las numerosas obras de arte salvadas durante la guerra civil por un puñado de valientes republicanos amantes del arte y de la cultura que, de manera desinteresada y en no pocas ocasiones arriesgada, fueron capaces de montar un operativo que protegiera de la incultura, las bombas y la acción anárquica de las masas (que descargaban sus frustraciones contra la iglesia por considerarla aliada del poder y del dinero) las mejores obras de arte de la Nación. Pues bien, para sorpresa nuestra, en algunas de las fotografías y documentos que componían aquella exposición, aparecían las obras de arte incautadas y salvadas de Corral de Almaguer durante el año 1938, tanto de la Iglesia Parroquial, como del Monasterio de Clausura y de unas cuantas casas importantes de la localidad.
Emocionados al comprobar la cantidad de cuadros, objetos litúrgicos, bibliotecas enteras y valiosos muebles que aquellos hombres habían logrado salvar en nuestra localidad, decidimos investigar más a fondo sobre el tema. Gregorio Martínez Chacón y José Muñoz Fernández-Clemente (por aquel entonces presidente de la Asociación de Amigos de Corral de Almaguer) fueron los encargados de indagar en los cuadernos y anotaciones de aquellos osados amantes del arte -a los cuales debemos que el museo del Prado siga siendo en la actualidad una de las mejores pinacotecas del mundo- y solicitar las oportunas copias de las fotografías que reflejasen las obras y objetos artísticos procedentes de Corral de Almaguer.
Para sorpresa nuestra, ocupando el primer lugar entre las obras de arte incautadas en Corral de Almaguer, aparecía el famoso cuadro de las Monjas. En las anotaciones de aquellos valientes salvadores del arte, la tabla procedente del Monasterio de Clausura aparecía identificada como posible obra de Juan de Flandes, pintor favorito de la reina Isabel la Católica, aunque, al seguir investigando, Gregorio Martínez Chacón descubriría finalmente que la autoría del cuadro correspondía a otro de los grandes genios de la pintura flamenca de finales del siglo XV y comienzos del XVI: Gérard David.
Impresionados por tan asombroso descubrimiento, celebramos pletóricos nuestro curioso hallazgo, sin pensar que nuestra capacidad de sorpresa aún no había terminado, pues poco tiempo después comprobamos que la colección de pintura flamenca del Museo del Prado atesoraba entre sus obras un cuadro de similares características al nuestro, y la Catedral de Toledo lucía también entre sus joyas pictóricas un tercer cuadro gemelo de los anteriores. Nuestro estupor iba en aumento, pues aunque conocíamos que era perfectamente normal que los pintores y escultores flamencos elaboraran varias copias de una misma obra de éxito para cubrir la demanda, nos resultaba muy difícil relacionar un óleo de esta calidad y características con Corral de Almaguer.
Y es que siguiendo con la investigación, descubrimos que el cuadro existente en el Museo del Prado procedía nada menos que de la colección privada que el Emperador Carlos I trajo a España cuando fue nombrado Rey; y el de la Catedral de Toledo había sido adquirido por el propio Cardenal Cisneros cuando fue elevado a la dignidad arzobispal, convirtiéndose de facto en el cuadro de devoción más apreciado por aquel importante religioso.
Tanto es así, que desde entonces y hasta hace pocas décadas, el pequeño óleo de la Virgen con el niño coronada por dos ángeles de Gerard David, ocupó siempre la silla arzobispal de la Sala Capitular de la Catedral de Toledo en ausencia de los obispos, siendo conocido por todos como la Virgen de Cisneros. Con posterioridad fue reintegrado al museo de la catedral junto con el resto de pinturas, y ocupó un lugar preeminente en la exposición del año 2005 denominada “Y sabel la Reina Católica”.
Conocidos todos estos pormenores, la pregunta que nos surgía a continuación era la siguiente: Si el Emperador y el Cardenal Cisneros habían sido los propietarios de las otras dos obras gemelas del cuadro de las monjas ¿quién en Corral de Almaguer había tenido el suficiente dinero, poder y contactos en la Corte, para costearse y adquirir un cuadro de semejantes características y cómo había llegado ese cuadro al Monasterio de Clausura?
Revisando la historia del Corral de Almaguer de comienzos del siglo XVI, no es difícil llegar a la conclusión de que la posesión de pinturas al óleo entre las familias nobles de la villa fue una rareza y más aún si se trataba de obras cotizadas de autores famosos. Pero si ya era extraño encontrar pinturas que adornasen las casas de los hidalgos locales, encontrar una familia que pudiera costear un cuadro de devoción de estas características y encima tuviera contactos en la Corte, resultaba toda una excepción, por lo que nuestra búsqueda se concentró prácticamente en dos familias: Los Ramírez de Arellano y Los Almagueres.
JUL 5Publicado por somoscorraldealmaguerhttp://somoscorraldealmaguer.com/category/historia/
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