Revista Sociedad

El testamento del patriarca (1)

Publicado el 13 diciembre 2012 por Tetenoemi @TeteNoemi

Aquí y entonces en el XIX

Apuntes de lectura sobre la obra de Domingo F. Sarmiento.

Conflicto sin armonías… 1883

el testamento del patriarca - santa biblia

Codificar es a la vez poner en forma y poner formas.
Hay una virtud propia de la forma. Y el dominio cultural
es siempre un dominio de las formas.

Pierre Bourdieu, en Cosas Dichas.

Al fin de cuentas, toda lectura es un test
proyectivo, y la escritura, un conjuro simbólico.

David Viñas, en De Sarmiento a Dios.

El título que aquí preside surgió a partir de una frase en uno de los textos de A. Roig, que a propósito de la obra de Sarmiento la define como una suerte de Biblia del positivismo posterior. En un registro similar, H. Biagini, en Generación del Ochenta, la caracteriza en términos de “esa gravitante sistematización temática que fue Conflicto y Armonías de razas en América.”

Para ser honesta debo decir, respecto de mi propia aproximación al texto, que no ha sido exhaustiva, y quizá todo lo contrario: realizada en una biblioteca pública, los dos tomos que abarcan casi ochocientas páginas deterioradas por la humedad y la polilla (casi una metáfora…), su lectura, digo, me producía esa suerte de disgusto que pone en jaque incluso la curiosidad. Por tanto me dediqué a relevar, según cierto criterio ad hoc, lo que me parecía pertinente conocer por fuente directa (me centré en el prólogo, el primer capítulo, el apartado que llama documentación, y las denominadas conclusiones por su editor póstumo). Y en una primera instancia, en esta aproximación, me llamó la atención – además de la pretensión cientificista, fundada en extensa lista de citas y documentación ajena, de autores extranjeros como Wilson, Prescott, Agassiz, Depons, Le Bon, Charlton Bastian, Blanckenridge; y de connacionales como Zeballos, Mansilla, etc. -, el que la obra comienza con una cita a Carlyle como epígrafe: “Quien ordenó el trabajo como condición de la vida, ordenó el bueno y el mal éxito. Para este el puesto primero, para el otro, la lucha con la muchedumbre…” dice Sarmiento por medio del autor de El culto a los héroes.

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El prólogo está dirigido y dedicada la obra a sus amigos norteamericanos Mary y Horace Mann, del cual, este último había escrito su biografía. Esta dedicatoria, entre otras cosas, me hizo suponer la búsqueda de un público más allá de las fronteras, algo usual ya de tiempos del Facundo, que según sabemos sufrió varias modificaciones en las diferentes ediciones en función de búsqueda de públicos diversos.[1]

Y así da inicio al primer capítulo, el de la “etnología” americana:

“Vamos a reunir los datos de que podemos disponer para fijar el origen de la actual población de las diversas Provincias en que está dividido el territorio argentino en cuanto basta para darnos una idea de su carácter y estado social, al tiempo de la conquista, y de los efectos que ha debido producir la mezcla de la raza cobriza como base, con la blanca y la negra como accidentes, según el número de sus individuos”.

Divide el territorio en tres grandes grupos de razas: quichuas, guaraní y arauco- pampeana, responsabiliza a Ercilla por la fama de rebeldía de los araucanos, y en otro apartado dedica a “la segunda raza servil” que es la raza negra.

Respecto a la Araucania de Ercilla, fue para él la culpable de que los toscos conquistadores no se animaran con los araucanos, asustados y todo como los tenían por su bravura legendaria:

“Desgraciadamente, los literatos de entonces, y aun los generales, eran mas poéticos que los de ahora, y á trueque de hacer un poema épico, Ercilla hizo del cacique Caupolican un Agamemnon, de Lautaro un Ayax, de Rengo un Aquiles. Qué oradores tan elocuentes los de parlamentos, que dejaban á Ciceron pequeño, y topo á Anníbal los generales en sus estratagemas! [...] Desgraciadamente, tan verosímil era el cuento,que á los españoles que leían la Araucania en las ciudades, les puso miedo el relato, como á los niños los cuentos de brujas, y los reyes de España mandaron cesar el fuego… [...] Una mala poesía, pues, ha bastado para detener la conquista hacia aquel lado. (XXXVII, 59-60)

Pero esto resultaba “hacia aquel lado”. En lo que respecta a “este lado”: “Calfulcurá no levantó cabeza después del golpe que le dio Rivas en la Laguna Verde…”

Ya en otra de sus obras, había dicho: “Para nosotros, Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes nobles y civilizados con que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos, a quienes habríamos hecho colgar ahora”. [2]

Y luego de citar directamente a Ercilla,

El orden de la guerra y disciplina,
Que podemos de ello tomar doctrina,

«Pues los últimos indios moradores
Del araucano estado, así alcanzaron

Que todo es bastante y claro indicio
Del valor de esta gente y ejercicio!»

… aclara : “no conocían todavía el hierro ni los metales duros” , en un eficaz contraste.

Y consecuente con lo dicho anteriormente respecto de los araucanos que “eran más indómitos, lo que quiere decir, animales mas rehacios, menos aptos para la civilización, y asimilación europeas”, dirá “los araucanos están ahí y los peruanos y bolivianos ahí también para juzgar por lo que son hoy de lo que fueron antes”. Y como dirá más adelante sobre la clasificación de diversas formas de mestizaje de razas tan diversas de la caucásica, “las medias castas intermediarias, muy sensibles aún en el Perú y Bolivia, aunque no sean felizmente muy visibles en nuestra propia sociedad argentina”. (XXXVII, 68-69, la cursiva es mía)

Pero, retomando el hilo, “no son las cualidades pugnitivas de nuestros padres araucanos… lo que nos interesa, sino su capacidad social”, lo que en otros términos, y según yo lo entiendo siguiendo su mirada hasta aquí, podríamos interpretar como su humanidad.

“Las diferencias de volumen del cerebro que existen entre los individuos de una misma raza, son tan o mas grandes cuanto mas elevadas están en la escala de la civilización. Bajo el punto de vista intelectual, los salvajes son mas ó menos estúpidos, mientras que los civilizados se componen de estólidos semejantes á los salvajes, de gentes de espíritu mediocre, de hombres inteligentes y de hombres superiores (…) Se comprende que las razas superiores sean mas diferenciadas que las inferiores, dando por sentado que el minimun es común en todas las razas, y que el maximun que es muy débil para los salvajes, es, al contrario, muy elevado para los civilizados (…) En la raza que gobierna y dirige la política humana en nuestro tiempo, la fisonomía es la mas móvil y al mismo tiempo la mas elevada, sin caer, en la telegrafía espasmódica del negro, ni en la impasibilidad desolante del pampa.” (XXXVII, 46).

Sarmiento evalúa: “Los indios de la Pampa no tienen organización de paz de ningún género. Para salir a dar malones, hay un cacique general hereditario a quien todos obedecen, como es de suponerlo… en las grandes retiradas”. Y más adelante “Fuera de las cacerías y la guerra, no hay autoridad alguna que evite las querellas y los robos entre unos y otros.” Sigue, “No hay Juez de Paz instituido, no hay Comandante de campo, ni guardia de policía. Todo está abandonado al sentimiento de la propia conservación, y a la práctica de algunas nociones de moral tradicional de la tribu.” (XXXVII, 64, 65, la cursiva es mía)

Para abreviar aquí: se suceden a lo largo del capítulo categorías del tipo «habitantes de pura sangre», «carácter moral de estas razas», «mejores cualidades del hombre blanco», «indolentes y groseros aborígenes», por alocución propia o en cita de sus autores elegidos.

¿Qué es lo que preocupa a Sarmiento? En un apartado que titula Amalgama de razas de color diverso, dirá en principio: “Todavía era este uno de los rasgos característicos de la colonización española, que siguió a este respecto línea de conducta distinta de la que se siguió en el norte por los colonizadores anglo sajones…” (XXXVII, 67)

patriarca
Y sucede que en Norteamérica, por ejemplo, como lo había dicho, hay “… ciento y tantos mil mormones, formando sociedad aparte, practicando la poligamia, pero honrando el trabajo, y estimando la propiedad que es base de la sociedad“. (XXXVII, 55, la cursiva es mía)

La propiedad supone para él un valor superior a la vida. Y Sarmiento, más allá de las divergencias que tiene con respecto al poder político del momento, se afirma aquí en legitimar, justificar un proceso en el que se promueve como fundador, ideólogo, padre.

Dice Dussel en el Epílogo de 1492…[3] :

“La época colonial dominó a los indios de manera sistemática, pero admitiendo, al menos, un cierto uso comunitario tradicional de la tierra, y una vida comunal propia. En realidad el segundo golpe fatal lo recibirán del liberalismo del siglo XIX, que pretendiendo imponer una concepción de la vida «ciudadana» abstracta, burguesa, individualista, comenzó a imponer la propiedad privada del campo, y luchó contra la «comunidad» como modo de vida, lo que hizo aún más díficil que antes la existencia del indio.”

Sigue en un próximo post.

photo of Teresa
Teresa N Alvarez Grupos de Estudio Bs. As., 1093 Argentina

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[1] Pagni, Andrea, “Facundo y los saberes de la barbarie”, Revista 21, Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar – Pontificia Universidad Javeriana (Colombia) En línea http://www.javeriana.edu.co/pensar/Rev21.html (última consulta 9.12.12). También en Zanetti y Pontieri, “Facundo y Recuerdos de Provincia”, Revista Capítulo Nº 18, CEAL, 1979, p. 408, hay un sumario de las primeras ediciones del Facundo.

[2] Citado por David Viñas en Indios, Ejército y Frontera, Siglo XXI Edit., Argentina, 1982.

[3] Enrique Dussel, 1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del “mito de la modernidad”, Plural Editores/ CID/ Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, 1994.


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