Era un tiburón pequeño, de apenas unos meses, que veía con envidia cómo los tiburones grandes nadaban y se movían por el mar con mucha soltura. Él también quería ser como ellos, para hacer carreras con las tortugas de mar y poder bucear durante kilómetros y kilómetros.
Así que una noche decidió decirle a su abuelo tiburón que le enseñara a nadar. Este le explicó, con mucha paciencia, que para poder nadar era necesario que su aleta y su cola crecieran un poco más. Pero el tiburón pequeño no quería esperar y tenía prisa por aprender a nadar, así que le insistió a su abuelo tiburón para que inventara una solución.El abuelo le puso unas aletas y una cola hechas de algas y le enseñó los movimientos que tenía que hacer para poder nadar. El tiburón con el paso de los días consiguió nadar. Creía que gracias a sus aletas y cola de algas, pero en realidad era que había crecido ¡ya medía 6 metros! y que, como todos los tiburones, podía nadar veloz por el mar con sus aletas y cola de verdad.
Ilustración: Ana del Arenal
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