Se parece a mis pulmones enfermos, pero no es más que un cactus. Todos son cactus. Hermosos ¿verdad? La naturaleza no deja de sorprendernos con sus figuras armónicas y sus colores llenos de matices. Estas fotos son de hace ya seis o siete años, pero las rescato para el fotonauta por el puro y simple placer de compartirlas con todos los que se asoman de vez en cuando a este rincón.
Escribir todos los días me está haciendo reflexionar sobre asuntos que tenía ya algo olvidados. Por ejemplo, últimamente pienso mucho acerca del tiempo, en qué emplearlo, qué hacer con el que nos sobra, cómo invertirlo… Nadie sabe cuánto tiempo le queda de vida y sin embargo casi todos actuamos como si fuésemos a vivir eternamente, sin importarnos el hecho irrefutable de que el tiempo nunca se recupera. Va hacia delante, nunca hacia atrás. Esta premisa, aparentemente sencilla y obvia, llena de lógica y archiconocida por todo el mundo, resulta una losa cuando uno la piensa de verdad, porque si el tiempo nunca va hacia atrás, quiere decir que el que hemos perdido está perdido ya para siempre y que no hay segundas oportunidades. Y esa es la clave: no hay segundas oportunidades. Es mentira que uno pueda “corregir” sus errores. No es cierto que podamos “volver a empezar”. No es verdad eso de que “a la tercera va la vencida”. No, no y no. No hay tercera ni segunda, sólo primera. Cada vez es única porque el tiempo jamás va hacia atrás y cada momento está rodeado de una serie de matices que lo hacen indiscutiblemente único y, por tanto, indiscutiblemente bello. Cada instante que vivimos está condenado a pasar de largo. Y así uno detrás de otro. Para siempre.
Por eso, como me dijo Carolina esta mañana, hay que valorar a la gente que nos dedica su tiempo porque nos está regalando algo que no puede recuperar.