Muchas noches radiofónicas escuchamos esa muletilla de que «el tiempo es el juez supremo que quita y da razones». Cada segundo, cada minuto, cada hora que pasa se confirma o se desmiente algo, se avanza o se retrocede. El tiempo es la «duración de las cosas sujetas a cambio o de los seres que tienen una existencia finita». Finita existencia la nuestra. Se sube y se baja a la misma velocidad que late el corazón. La vida es un tobogán endiablado que lo mismo nos catapulta hacia la gloria, nos mantiene a flote o nos hunde en un oscuro fango. Cada momento llega y hay que saber esperarlo, saber vivirlo, porque es único e irrepetible. Las carambolas de la vida son finitas, al igual que la fortuna o el éxito. Tampoco los problemas son eternos. El tiempo pone las cosas y las personas en su sitio. Las desordena y las ordena. Las marchita o florece. Siempre al ritmo del tic tac. Por eso, si te va todo bien, mima mucho lo que tienes. Si te va mal, lucha caminando, hazte amigo de la paciencia y espera... Algún día la locomotora del tiempo cambiará las cosas. Sin dar explicaciones. Lo que antes era negro se volverá blanco. Y viceversa.
[ Post publicado aquí el 22 de marzo del 2006. Nunca caduca. ]