Vetusta Blues. -
“El tiempo de los hechos raros”
Quizás nos haga falta una tregua, o más de una, en esta carrera de acontecimientos, siempre históricos, siempre ineludibles, siempre urgentes. Quizás sean las luces en las calles oscuras de la Navidad, en donde la tristeza y la alegría se mezclan casi peleadas, como la pobreza y la opulencia o como la alegría de los reencuentros y el dolor por las ausencias. Todo mezclado en una coctelera. Será por eso que nos encontramos con acontecimientos extraños en días de invierno como los de las fiestas.
El último de Oviedo, curado ya por los espantosos ruidos de los estorninos que regresaron con menos fiereza pero idéntico estruendo al Campo de San Francisco, llenando sus caminos de inequívocas y molestas manchas blancas, el último acontecimiento extraño en la ciudad es el de un señor que se quedó encerrado en un cajero de la Plaza de... ¿cómo se llama ahora? ¿De los Fresnos? Aún no hemos podido leer ninguno de los nuevos indicativos, ¿ya han situado las placas en las calles? ¿Aún no?
Como en un remedo moderno del clásico televisivo de Antonio Mercero “La Cabina”, un ciudadano ovetense vivió sus particulares sesenta minutos de angustia al quedarse encerrado en un cajero. Hace unos años, otro cajero fue protagonista por albergar unas escenas de sexo real en la ciudad, para regocijo de los nostámbulos viandantes que pasaban por ese momento a la altura de la calle Víctor Chávarri. Aquí lo provocó el cierre de la instalación por parte de la entidad antes denominada CajAstur, quien, en su celo por evitar que mendigos duerman en sus cajeros, los cierra a cal y canto cuando llegan las 20 horas de cada día. Quizás esto debió coincidir en el tiempo con la liquidación de su Obra y Social y Cultural que tanto echamos de menos todos los asturianos. Una hora tardaron en acudir a librar al hombre del encierro. Al parecer, la manilla para abrir la puerta había desaparecido. Todo un servicio al cliente de la entidad ahora denominada Liberbank, que añade otra muesca a su larga lista de agravios a sus clientes. Una manilla, ya ven. Seguro que lo anotan en su lista de pérdidas. ¿Para qué repararla? Total, siempre se puede brindar a los clientes una emoción fuerte a la altura del clásico televisivo de Mercero.
Me imagino al hombre, evocando a José Luis López Vázquez, encerrado en la cabina telefónica, mientras era conducido por una furgoneta a un extraño garaje. Por fortuna, llevarse el cajero en un vehículo hubiera sido más costoso. Y ya saben: si dinero no hay para pagar una manilla de una puerta, menos lo habrá para un siniestro transporte de ese tipo.
¡Tengan cuidado ahí fuera, que las fiestas navideñas siempre parecen querer reservarnos extrañas sorpresas!
MANOLO D. ABAD