Revista Cultura y Ocio
La coincidencia habría sido exacta de haber conocido en septiembre este libro de Vicente Valero, El tiempo de los lirios (Editorial Periférica, 2024). Su primera edición tiene fecha de octubre y yo fui un mes antes al escenario en el que se desarrolla este precioso diario de un viaje a la región italiana de la Umbria y a los vestigios de la figura de Francisco de Asís. Sin lugar a duda, habría sido un libro más en la maleta que me llevé a Perugia y su lectura la habría hecho en el mismo entorno de los sugestivos lugares de Foligno, Gubbio, Spello o, principalmente, la ciudad del santo, Assisi, que se recorren en sus páginas. Ha sido, pues, a mi vuelta cuando he regresado, gracias a tan atractivo relato, a unos parajes entrañables que he conocido con parecida complacencia y similar goce, y me satisface mucho identificarme tanto con un texto por tan feliz anécdota. Y hay otra experiencia que confiere a esta lectura algo especial: mi cercanía con el poeta Basilio Sánchez, quien publicó hace ya algunos años en la revista Versión Original (número 200, «Mi película», enero de 2012, págs. 84-85) un artículo titulado «Hermano sol, hermana luna» —sobre la película Fratello sole, sorella luna (1972) de Franco Zeffirelli—, que luego recogería, ampliado, en su libro La creación del sentido (Pre-Textos, 2015). Allí, el poeta cacereño escribió: «A las objeciones de obra preciosista, edulcorada e ingenua que algún espectador de nuestros días podría poner aquí, habría que responderle con una reflexión: la sociedad de 1972, año del estreno de la película, carecía en gran medida de los prejuicios y escepticismo de la nuestra. De forma similar al despertar del mundo que se producía a principios del XIII, en el que los hombres, sacudiéndose un letargo de siglos, se sumaban a las transformaciones culturales e históricas con la disposición e ingenuidad de los recién nacidos, a finales de los sesenta las protestas contra la guerra de Vietnam, las revueltas parisinas de mayo y la lucha por los derechos civiles de los ciudadanos negros encabezada por Martin Luther King —por citar algunos referentes paradigmáticos— habían provocado el surgimiento de un movimiento contracultural en el que conceptos como el de ecologismo, la práctica de la simplicidad, el rechazo al consumo, las indagaciones espirituales o las experiencias comunitarias, parecían inspirados por el mismo poverello de Asís» (pág. 85). Imagine el lector cómo recordé estas palabras cuando leí en el libro de Vicente Valero lo siguiente: «En la película de Franco Zeffirelli Hermano sol, hermana luna, de 1972, que yo vi siendo todavía un niño, colorida y almibarada, recuerdo una escena que, sin embargo, no recogen otras películas y novelas sobre el santo, creo que tampoco las Florecillas ni otras biografías de la época y posteriores, por lo que sería completamente original de sus guionistas, para quienes el Mayo del 68 y las comunas hippies habrían sido los referentes más inmediatos: un día, el ya atormentado Francesco descubre el sucio e indigno antro donde los trabajadores explotados de su padre se dedican a teñir los paños que lo hacen rico, lo cual le provoca una grandísima conmoción y angustia» (pág. 30). La coincidencia, también en otros momentos del libro de Valero, con ese paralelismo entre un sueño reformador del siglo XIII y unos ideales juveniles del siglo XX me llevó al texto de Basilio Sánchez, y me predispuso más aún en la lectura de El tiempo de los lirios. Pero no creo que esa empatía se haya impuesto en el disfrute de estas páginas como para no apreciar los muchos atractivos de este relato pautado en quince días —desde el 28 de marzo al 11 de abril—, que combina las notas de cuaderno de viaje con las eruditas de una antología de referencias cultas esenciales sobre la figura de san Francisco, y que van, muy bien traídas, desde textos literarios de diferentes géneros —la novela de Hermann Hesse, la poesía de Jacinto Verdaguer o el teatro de José Saramago—, piezas musicales como la ópera de Messiaen, hasta, por supuesto, las huellas artísticas de Pietro Vanucci, el Perugino, Pinturicchio o Giovanni di Pietro, llamado Lo Spagna, que constantemente surgen en el recorrido por la Umbria. O Umbría, como escribe Vicente Valero, que castellaniza también en Espoleto o Perusa, y no en Spello, Foligno o Bevagna. Sin querer ser fatuo, y después de haber conocido aquello, prefiero los nombres originales de mi experiencia, aunque uno siga escribiendo Turín, Milán o Venecia. Estas deliciosas doscientas páginas sugieren una especie de proceso de conocimiento sobrenatural, como el libro evocado de Simone Weil, una suerte de receptividad parecida a la de la pensadora francesa que hizo su primer viaje a Asís en 1937, sobre un proyecto utópico, un tiempo nuevo, cuya recreación por el escritor de Los extraños aporta en su lectura un anhelo de serenidad y de paz muy reconfortante. Y de volver por allí. Benéfico.