Revista Libros

El tiempo de los tigres - Liza Klaussmann

Publicado el 02 abril 2015 por Rusta @RustaDevoradora

El tiempo de los tigres - Liza Klaussmann

A veces uno tiene la mala costumbre de leer la primera novela de un autor con cierta benevolencia, como un profesor en busca de un diamante en bruto al que aún es necesario pulir. Un diamante en bruto, sí, porque se da por hecho que un escritor no lo da todo en su debut, que aún es pronto, que tendrá tiempo para mejorar. Que ha escrito una "novelita", pero, eso sí, apunta maneras, tiene potencial para algo grande. Luego uno lee libros como El tiempo de los tigres y se asombra. Porque, pese a ser una ópera prima, no tiene nada de "novelita"; y decir que su autora tan solo "apunta maneras" o "tiene potencial" es pecar de poca generosidad. Liza Klaussmann (Nueva York, 1976), que fue periodista del New York Times durante diez años y cuenta entre sus ancestros a Herman Melville, se dio a conocer en 2013, aunque de inexperta en esto tiene poco. Su escritura es la de alguien que hizo los deberes antes de ponerse a escribir: leer, leer y leer. Solo así se puede presentar con una novela de cuatrocientas páginas tan inteligente y bien planteada como El tiempo de los tigres.

Todo comienza en septiembre de 1945. La Segunda Guerra Mundial por fin ha acabado y las esperanzas de los jóvenes se renuevan. Nick y Helena, primas hermanas, apuran los últimos días soleados en

El tiempo de los tigres - Liza Klaussmann
su mansión de la isla de Martha's Vineyard, la Casa de los Tigres, donde han disfrutado de las vacaciones estivales generación tras generación. "No sé si es una bendición o una maldición" (pág. 11), se pregunta Helena, la más tranquila y prudente, en la frase que abre la novela. Los próximos veranos se volverán a juntar, pero ya no estarán solas: Nick espera reencontrarse con su marido, Hughes, que regresa de Europa; y Helena se casará pronto en segundas nupcias con un peculiar director de cine. Después llegarán los niños. "Casas, maridos y ginebra a medianoche [...]. Nada cambiará. Al menos no demasiado. Será como siempre" (pág. 14), comenta Nick. En efecto, habrá casas, maridos y ginebra; una vida llena de lujo y esplendor, al menos a ojos de los demás. Sin embargo, a finales de los años cincuenta un crimen sobrecoge a los habitantes de la isla y pone en entredicho esa imagen de bienestar que se esfuerzan por cultivar. Todos se han acostumbrado a mentir. O a callar.

emplea como piedra angular el crimen acontecido en 1959, aunque no debe tomarse por una novela de intriga al uso. Su El tiempo de los tigres leitmotiv no se centra en descubrir al culpable, sino que, al más puro estilo del gótico sureño, este suceso sirve para destapar la artificialidad del falso bienestar de la isla ("-Parece como si todo lo bueno... Como si todo hubiera cambiado. Como si todo se estuviera infectando", pág. 353). Klaussmann, como su admirado Francis Scott Fitzgerald, analiza las ambigüedades de la sociedad acomodada, el lado oscuro que se esconde tras el cóctel y el pintalabios de marca. Lo hace, además, con una compleja estructura: se divide en cinco partes, cada una centrada en un personaje (Nick, su hija, Helena, Hughes y el hijo de Helena), y dentro de ellas se hacen saltos temporales. Cuatro partes están narradas en tercera persona; solo el último personaje habla con su propia voz, y el motivo de esta diferencia se deduce al leerlo. Con esta construcción, la autora superpone diversas capas, diversas miradas, que enriquecen de forma progresiva la visión de los hechos y aumentan la tensión.

El tiempo de los tigres - Liza Klaussmann
El personaje que abre la obra es Nick, una mujer chispeante y atractiva, una seductora nata que cautiva a los hombres que se cruzan con ella. También, por eso mismo, es una mujer acostumbrada a guardar las apariencias con mucha gracia (" -Querida Nick -dijo Helena con una sonrisa-. No has cambiado nada. Sigues mintiendo a la mínima oportunidad " , pág. 65). Comenzar el libro con ella es un gran acierto de Klaussmann, porque Nick encarna en sí misma el ambiente de Martha's Vineyard que se pretende cuestionar, la frialdad de vestirse con las mejores galas y sonreír sin piedad al compañero de trabajo de su marido a pesar de sentirse destrozada por dentro. Además, aporta una pizca de perversa diversión a la obra, una diversión que poco a poco deriva en angustia, ya que, tal vez por ser la que mejor se mueve en la isla, es la primera en debilitarse cuando las cosas se tuercen. Por muy políticamente incorrecta que sea Nick, se gana toda la simpatía del lector, a quien también seduce por su poderosa personalidad -y esto es un gran logro de la autora- .

Su marido y su hija, en cambio, representan valores casi opuestos: son de naturaleza más tranquila, personas ordenadas y cumplidoras, sin el descaro de Nick (lo que no excluye que tengan secretos, claro). Este contraste de caracteres aumenta el interés de las relaciones: el matrimonio dista mucho de ser el remanso de felicidad que ambos esperaban, en parte porque Hughes regresa de la guerra como un hombre nuevo, en parte porque Nick se da cuenta de que cometió un error al casarse tan joven con su novio de toda la vida ("Qué palabra tan fea y mediocre, "compromiso", pensó Nick. Sin embargo, ahora todo fluía mejor, como una puerta chirriante cuando por fin le engrasaban las bisagras. Y el precio que había tenido que pagar Nick por todo ello era el compromiso", pág. 60). Como los protagonistas de Vía Revolucionaria, de Richard Yates, Nick y Hughes personifican el matrimonio que se va resquebrajando; no faltan las infidelidades, las trampas y el egoísmo por ambas partes ("Nick tenía la sensación de que lo conocía mejor. O quizá conocía mejor su matrimonio; empezaba a aprender que ambas cosas no eran lo mismo", pág. 60).

Con todo, siguen adelante y tienen a Daisy, una niña bondadosa e ingenua que se lleva bien con su padre y mantiene una relación peculiar con su madre. Ni para Daisy es fácil ser hija de Nick -no es sencillo asumir, en la adolescencia, que nunca poseerá las armas de seducción de su progenitora-, ni para Nick es fácil criar a una muchacha tan "buenecita", tan diferente a ella. En cierto modo, son personajes antagónicos, y por eso aún llama más la atención que sean madre e hija; Klaussmann arriesgó, y acertó, con este planteamiento. Daisy, por otro lado, vive su particular

El tiempo de los tigres - Liza Klaussmann
coming-of-age a lo largo de los años que abarca la novela -otro de los motivos por los que resultan fundamentales los saltos temporales-, y el hallazgo del cadáver coincide con la pérdida de la inocencia, con la toma de conciencia de que en la vida las cosas no le saldrán siempre como querría, que el chico que le gusta se fijará en la niña que le cae mal, que perderá el partido de tenis contra su peor enemiga. Su madre sabe darle consejos muy atinados ("Si de algo puedes estar segura, es que en esta vida no siempre vas a besar a la persona adecuada", pág. 176).

En el otro bando están la prima Helena y su familia. Dulce y discreta, Helena ha crecido a la sombra de Nick, empezando por la situación social, puesto que sus padres le dejaron una casa de verano más modesta. Este sutil resentimiento se transmite a su hijo, Ed, un joven huraño que se ha habituado a escuchar detrás de las puertas y a esconderse en lugares insospechados ("En el mundo había dos bandos: por un lado, estaba la gente como Daisy y yo, que llevaba una vida lo más sincera posible; por el otro, estaba el resto de la gente, que, por las razones que fueran, no podía evitar mentirse a sí misma", pág. 368). El puzle lo completa Avery, esposo y padre, un cineasta obsesivo y controlador del que se echa de menos una parte propia. Todo lo que rodea a este trío es oscuro, turbio, como esas familias de las que se sospecha que algo no anda bien aunque de puertas afuera muestren su cara más cordial y amable... mientras pueden ("-A mí me gusta el otoño -dijo Helena-. Creo que huele a cambios. / -¿De verdad? -Nick la miró-. No sé, para mí huele a muerte, con todas esas hojas húmedas que se pudren. / -Son una misma cosa -dijo Ed", pág. 248).

Detrás de las fiestas glamurosas, los picnics al sol y los partidos de tenis, en esta isla idílica hay matrimonios que se agarran a la tabla de salvación de la doble vida, madres que tienen dificultades para cuidar de sus hijos, hombres neuróticos y adolescentes que aprenden la otra cara de la realidad a golpes (o a raquetazos). El asesinato es la gota que rompe el equilibrio sobre el que habían logrado sostenerse, el símbolo de los secretos oscuros que todos, o casi todos, guardan con celo. Unos actúan como si no hubiera ocurrido nada, mientras que otros lo afrontan y, al final, llegan al límite ("-Yo me crié en esta isla. [...] Helena, también. Aquí me casé contigo, Hugues, y aquí es donde han tenido lugar todas las cosas buenas... Nada de esto debería haber sucedido. [...] ¿Qué nos está pasando?", pág. 158). Klaussmann ha escrito una novela perturbadora, cargada de tensión narrativa y con un fino análisis de los personajes. El tiempo de los tigres, cuyo título está extraído de un poema de Wallace Stevens, es una pieza contada con elegancia y picardía, con diálogos rebosantes de mordacidad y pasajes, sobre todo en el último tramo, de una intensidad psicológica extraordinaria.

Prometo retar a un partido de tenis al que diga que "sólo es una lectura de verano".

Fragmento citado al principio: pág. 322.


Volver a la Portada de Logo Paperblog