Aunque ya venían avisando -con cuenta gotas, como mandan los cánones actuales de los que manejan esto del community management- fue en septiembre del año pasado cuando se les desbordó el chiringuito. Archdaily, Designboom, y la mayoría de páginas del medio se hacían eco de un vídeo colgado en Youtube por la fundación Sagrada Familia. Un vídeo que recreaba mediante una efectiva infografía, plano aéreo inclusive, el aspecto del archiconocido Temple Expiatori una vez terminadas las obras. Según sus cálculos, en el 2026, centenario de la muerte de Antoni Gaudí. La difusión del vídeo en cuestión superó cualquier expectativa, era pólvora, y actualmente cuenta con más de 4 millones de reproducciones, una capacidad viral que no admite comparación con ningún otro vídeo de parecido contenido. Bien, hablamos de un render, no del último videoclip de Lady Gaga.
Quizás simplemente era el momento y la manera adecuada, porque ya existían reproducciones en 3D, recreaciones con movimiento, material infográfico. Quizás, simplemente, no había llegado la hora. Porque la cosa no siempre fue así. Es remontarse a los años 80 y recordar el aparente inmovilismo de las obras, y las polémicas con Subirachs. Vamos, que antes verías un cerdo volar sobre el Camp Nou, que acabada la Sagrada Familia. Y encima con el dinero donado por los catalanes (inserte aquí su chiste) A mí me daba igual, me resultaba fascinante de todos modos. Y es cierto que un niño se fascina con facilidad (por fortuna) y que el tiempo me ha dicho que ni siquiera soy demasiado fan del movimiento modernista (Barcelona es, y siempre será, mucho más que eso)
puertas de Subirachs en la fachada de la pasión
Pero de repente, de forma sibilina, sin levantar la voz, todo se aceleró; y antes de decir treinta y tres, la nave central estaba acabada y un Papa ya andaba por ahí consagrando la basílica para gozo del populacho. Entonces, un hecho de una obviedad insultante, una verdad que parecía encerrada en un cuarto oscuro, salió a la luz; el hecho de que la Sagrada Familia se estaba acabando con su autor material e intelectual muerto y enterrado hace mucho. Es entonces cuando se desarrolla el debate que todos conocemos, sobre la legitimidad moral de acabar una obra de tal magnitud, sin atender a la naturaleza proyectual de la que hacían gala las obras de Gaudí, un hombre de mente lúcida, poco ortodoxa, que tomaba decisiones a pie de obra, que mutaba constantemente sus conclusiones. Ni que hablar sobre la aplicación de las nuevas técnicas constructivas, hecho que no está claro si resulta avalado por las innovaciones del arquitecto catalán (hormigón armado en los pináculos de la fachada de la natividad, y poco más)
Lo que ocurre es que la distancia no nos permite hacer una lectura puramente objetiva de asunto. Ya no hablo de una valoración positiva o negativa, es simplemente que nos resulta demasiado familiar, demasiado cercano. Demasiado nuestro. Y si eso es así para los españoles en general, no digo nada de nosotros los catalanes, que difícilmente podríamos siquiera obviarla de nuestro imaginario colectivo. Bastarían unos pasos atrás para observar que la construcción, y todo lo que rodea a la Sagrada Familia es pura anomalía. Puro anacronismo. Quizás la madre de todas las grandes singularidades de la arquitectura de los últimos 200 años.
Incluso resulta sorprendente el escaso nivel de reflexión generado por la, ya al parecer, imparable avance de su construcción. Sí, se alzaron algunas voces del mundo de la arquitectura en contra de su finalización, la mayoría esgrimiendo razones bastante coherentes, -aunque bien es cierto que una parte de aquellas voces se retractaron al ver terminada la nave central-. En realidad, La Sagrada Familia parece elevarse por encima de todo eso. Es un proyecto irracional, y por lo tanto, parece inútil intentar razonar un discurso sobre sus intenciones y su valor intrínseco. De hecho, quizás su único valor mensurable hoy por hoy para el mundo, sean los 3,23 millones de visitas que pasaron por el templo en el 2012. Su financiación también es única, como un crowdfunding a lo grande.
Didier Millotte
Con razón o sin razón, lo cierto es que la obra es espectacular. Puede que haya perdido en frescura y ganado en vulgaridad, y que la marca Gaudí se encuentre difuminada, presa de un respeto a las maquetas originales que dotan a la obra nueva de cierta rigidez. Pero el espacio arquitectónico creado quita el aliento. Pese a algunos encuentros de paramentos muy discutibles, o acabados que dejan dudas, se observa el cariño del trabajo de taller, el cerámico, la forja. Sí, la espectacularidad suele ir de la mano de la vulgaridad, pero poco le importa al turista. Ni a mí. Probablemente seguiré disfrutando mucho más de Santa María del Mar, pero la SF, que la acaben. Sobre la validez de sus valores puramente arquitectónicos, el tiempo dirá.
PD: Lo de las esculturas de Etsuro Sotoo, eso sí que necesito que alguien me lo explique...