El tiempo en el conductismo

Por Davidsaparicio @Psyciencia

Suelo sostener en congresos y fiestas de egresados que el conductismo, en tanto adherente a la cosmovisión pragmática, probablemente sea el paradigma psicológico que más seriamente se ocupa de la cuestión del tiempo.

Con esto no me refiero meramente a ocuparse del tiempo como tema de ensayo –lo cual, después de todo, está al alcance de toda teoría– sino a que la dimensión temporal es crucial para el funcionamiento de todos los conceptos conductuales o pragmáticos en general, la clave de bóveda sin la cual el edificio conductual/pragmático se desmoronaría. Comprender su papel, creo, permite entender mejor cómo operan el conductismo y el análisis de la conducta, y especialmente, entender algunas de las incompatibilidades que tiene con el resto de la psicología.

Sin otro prolegómeno, vayamos texto adelante, que el tiempo es corto.

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El tiempo en el análisis de la conducta

Si se entretiene la conjetura de que el tiempo juega un papel central en el mundo conductual, es inevitable comenzar a notar la profusión de alusiones al mismo en la literatura conductual.

Consideremos por ejemplo, la unidad básica de análisis conductual, la contingencia de tres términos. Se trata ni más ni menos que de una unidad temporal: es la sucesión de antecedentes, conducta, consecuencias –es decir, los eventos pasados y futuros respecto a un evento conductual determinado. Fijado el presente en un evento, las preguntas claves del análisis son: ¿qué pasaba antes y qué pasó después? La dimensión temporal es crucial para identificar la función de cualquier evento conductual: un reforzador, por ejemplo, debe suceder luego de la conducta blanco, nunca antes. Modificar el orden de los eventos es modificar inmediatamente su función –aquí, el orden de los factores sí altera el producto.

De hecho, podría sostenerse que la definición de “ambiente”, a pesar de lo que el término parece sugerir, es más temporal que espacial: no es lo que está fuera del organismo, ya que también incluye estímulos sucediendo dentro del mismo (la piel no es una barrera importante, decía Skinner), sino lo que está antes y después de la conducta –por ello, un estímulo interno puede ser parte del ambiente, en tanto suceda antes de la conducta.

El contexto de la conducta es el tiempo en torno a ella.

El tiempo en los supuestos filosóficos

Similarmente, podemos encontrar a la dimensión temporal ocupando un lugar central en el criterio de verdad pragmático/conductual.

Más allá de la interpretación particular que adoptemos del mismo (y hay mucha tela para cortar al respecto), el criterio instrumental de funcionamiento exitoso involucra que un enunciado sólo puede ser considerado verdadero en tanto inserto en una dimensión temporal.

La verdad no es estática, sino que mira al futuro. Un enunciado promete, por así decir, una determinada experiencia y sólo termina de verificarse como verdadero cuando esa experiencia sucede. La verdad pragmática no habla de cómo es el mundo (de aquí lo que a veces se denomina como posición a-ontológica), sino cómo será si se actúa de cierta manera. Si se lo considera sólo en el momento presente en que es emitido, no es posible determinar a ciencia cierta si un enunciado es verdadero o no. Se requiere la verificación, operación que vincula un evento presente y un evento futuro (el enunciado y su verificación), para que el criterio de verdad pragmático funcione. Eso hace que la verdad pragmática siempre sea provisoria, relativa, falible, ya que por más que la verificación haya sido positiva mil veces, nada garantiza que lo será también la próxima vez.

Más aun, si seguimos el análisis de Pepper(1942), podríamos sostener que la dimensión temporal está incrustada en el corazón mismo del pragmatismo (al que denomina contextualismo). Pepper identificó como “metáfora raíz” a una intuición tomada de la experiencia cotidiana que contiene en germen las categorías que le darán su cariz particular, sensibilidades y contradicciones, a un determinado sistema filosófico. En otras palabras, la metáfora raíz es la piedra fundacional sobre la que se construye un edificio filosófico.

En el caso del contextualismo la metáfora raíz es el acto en contexto. O al menos, así es como se la suele conocer, ya que en rigor de verdad esa fue solo una de varias formas en que Pepper se refirió a esa intuición fundante.

La primera denominación que Pepper empleó en su texto para la metáfora raíz del contextualismo señala a las claras que estamos lidiando con algo que involucra el tiempo: “el evento histórico”. Pepper lo explicó así: “no significa el evento pasado, uno que, por así decir, está muerto y tiene que ser exhumado. Significa el evento vivo en su presente (…) El evento histórico real, el evento en su actualidad, es cuando está sucediendo ahora, el evento activo dinámico y dramático. Podemos llamarlo un ‘acto’, si así preferimos, en tanto tengamos cuidado con nuestro uso del término. Pero no es un acto aislado ni abstraído, es un acto en un con su entorno, un acto en su contexto” (p.232, el subrayado es mío). Esto señala a las claras que no se trata de una filosofía basada en sustancias (por ejemplo, átomos o elementos primordiales), sino en eventos desarrollándose en el tiempo.

Tengo para mí la persistente sospecha de que el lugar central que la dimensión temporal ocupa en él explica en parte la potente aversión que el conductismo tiene hacia posiciones como el biologicismo y neurocentrismo. Se trata de un rechazo categorialmente determinado, una suerte de alergia o disonancia categorial hacia todo lo que involucre explicaciones basadas en substancias estáticas, que de ser adoptadas congelarían la dinámica y un poco caótica plasticidad del mundo conductual.

Esta alergia categorial impregna no sólo los razonamientos, sino incluso las sensibilidades y modos expresivos de quienes adoptan esta cosmovisión. Veamos eso a continuación.

El tiempo en los recursos expresivos

La mayoría de las teorías en psicología emplean términos y representaciones que enfatizan las dimensiones espaciales de los conceptos. Mientras que el grueso de la psicología se comunica en términos de sustancias y engranajes, cuya dimensión principal es espacial (lo importante es dónde está un engranaje en relación al resto), el conductismo se comunica en términos de procesos, cuya dimensión principal es temporal (lo importante es cuándo sucede un evento en relación al resto). Es la diferencia entre pensar en términos de cosas y pensar en términos de procesos.

Por ejemplo, el psicoanálisis de Freud utiliza mayormente analogías espaciales para ilustrar sus conceptos y teorías, como se puede notar en su primera y segunda tópica (recordemos que “tópica” viene del griego topos, lugar), o en la analogía recurrente del inconciente como la parte sumergida de un iceberg, entre otras. Lo mismo sucede con las teorías cognitivas o neurocientíficas: basta abrir cualquier libro de texto para encontrarse con mapas, módulos, diagramas, etc., que describen dónde se ubica cada elemento en relación a los demás.

En contraste, los recursos expresivos conductuales suelen más bien enfatizar aspectos temporales, aludiendo a procesos, al flujo temporal de los eventos. Un ejemplo claro son los registros acumulativos o los análisis funcionales de la conducta, que no son mapas sino sucesiones temporales. Digamos: casi siempre hay un eje temporal en los gráficos conductuales.

Otro recurso expresivo que el conductismo emplea hasta el hartazgo tiene que ver con el uso de verbos y el énfasis en “verbalizar” sustantivos, a contramano de las tendencias inherentes en los lenguajes naturales. Por ejemplo, si bien en Teoría de Marco Relacional se suele hablar de “marcos relacionales”, la denominación correcta sería “enmarcar relacionalmente”: no una cosa espacial, sino una acción desenvolviéndose en el tiempo.

No es casualidad que uno de los peores pecados que un conductista pueda cometer (y que la comunidad académica se encargará de señalar rápidamente) sea el de reificarconceptos, convertirlos en cosas; por ejemplo hablar de recuerdos en lugar de recordarpercepción en lugar de percibirpensamientos en lugar de pensar, etcétera. Este rechazo puede entenderse si se considera que reificar un concepto lo congela, lo vuelve estático, le quita su presencia temporal; un “recuerdo” funciona como un objeto, algo que está, que se guarda, que se pierde; nada de eso es posible con recordar, que es una actividad que sucede en el tiempo. Creo que esta particularidad del conductismo puede entenderse mejor si se la considera como una expresión de su dimensión básica temporal, en lugar de un simple capricho estilístico.

Profundidad y duración

Algo que ilustra la diferencia de perspectiva entre el conductismo y la mayoría de las corrientes teóricas en psicología es que una crítica que éstas le suelen dirigir a aquel es la de ser poco profundo, de no ir al interior de las personas.

Esa crítica, basada en metáforas espaciales, revela más sobre quienes la formulan que sobre su destinatario. Postular que un análisis sea mejor que otro por ir metafóricamente más adentro de un organismo sólo tiene sentido en un mundo que ha sido ordenado espacialmente, en un mundo de sustancias y localizaciones, en la cual lo que está afuera/encima tiene un estatus diferente de lo que está adentro/debajo. En esas corrientes, lo que está adentro/debajo es lo que explica lo que está arriba/afuera.

Pero ese no es el mundo conductual. La metáfora espacial no tiene mucha relevancia en su cosmovisión: en un mundo ordenado temporalmente, como es el caso el mundo conductual/pragmático, hablar de la profundidad de un evento tiene tan poco sentido como hablar de la altura de las tres y cuarto de la tarde.

Dicho de otra manera, el conductismo pone a todos los eventos conductuales en un mismo plano. Una conducta públicamente observable, como aplaudir, y una privada, como una creencia, están en la misma esfera de eventos. Una no es más “profunda” que la otra, ni mucho menos sirve para explicar a la otra. Nuevamente, la afirmación skinneriana de “la piel no es una barrera importante”, señala que la ubicación espacial de un evento no es lo central para entenderlo.

Las explicaciones conductuales no se construyen llevando la mirada “más adentro” del organismo, sino más bien mirando afuera (en sentido temporal) de la conducta, detectando las regularidades en la relación entre conducta y ambiente a lo largo del tiempo. Una conducta o un mecanismo conductual se explica describiendo (o interpretando, cuando no es posible acceder a ella) la historia de antecedentes y consecuencias que involucra. Por eso los experimentos conductuales tienden al diseño de caso único, es decir, investigaciones realizadas con pocos individuos pero con una larguísima duración, analizando hasta cientos de horas de respuestas de un individuo para comprender algún proceso conductual de interés. Como ejemplo podemos citar el libro Schedules of Reinforcement, de Skinner y Ferster, en el cual se compilan experimentos sobre principios conductuales: en total los experimentos acumularon setenta mil horas de respuestas, pero cada uno fue realizado con entre dos y cinco palomas (Ferster & Skinner, 1957). Determinar la función de una conducta requiere siempre ampliar el marco temporal involucrado.

Cerrando

Hay una historia bastante popular cuyo responsable ignoro, de una persona que pasa caminando por la calle junto a tres albañiles trabajando. Le pregunta entonces al primero de ellos qué es lo que están haciendo, a lo cual éste le responde que están colocando ladrillos; insatisfecha con la respuesta, interroga al segundo, quien responde que están construyendo una pared; interrogado el tercero responde que están construyendo una catedral. Cada respuesta es más satisfactoria no porque sea más “profunda”, sino porque se amplía cada vez el marco temporal involucrado, la sucesión de eventos anteriores y posteriores a la actividad de los albañiles, permitiendo una mejor comprensión de la conducta. Esa es la dirección en la cual el conductismo trabaja. Baum(2013, p. 287), lo expresa de esta manera:

La conducta requiere tiempo. La conducta se extiende a través del tiempo; no puede ocurrir en un instante. (..) Una fotografía captura un instante. Si les muestro una fotografía de una persona sentada con un libro abierto frente a él, ¿qué podemos decir sobre su conducta? No está corriendo ni saltando la cuerda, desde luego, pero existen muchas posibilidades: puede estar leyendo, fingiendo leer, soñando despierto, buscando algo en el libro, etc. Nuestra incertidumbre es máxima en este momento, pero si podemos observarlo durante un período de tiempo, tendremos una mayor certeza de si estaba leyendo o haciendo otra cosa. (…) En un instante, podemos ver cómo luce una actividad (su topografía), pero tenemos máxima incertidumbre en cuanto al trabajo que realiza (su función). Si observamos durante un período de tiempo, ganamos certeza sobre la función de la actividad, pero perdemos certeza sobre su topografía o estructura. Un acto instantáneo (accionar un interruptor de luz) podría ser compatible con un gran número de funciones (leer, advertir a un ladrón, etc.). En el instante, vemos cómo la persona se sienta sosteniendo el libro, pero con el tiempo la vemos moverse, pasar páginas, rascarse la cabeza, levantar la vista de la página, etcétera; ganamos la certeza de que efectivamente está leyendo, pero perdemos certeza de cómo eso se ve exactamente. (…) Nuestra certeza sobre cuál es la actividad crece a medida que vemos más de ella con el tiempo.”

La conducta, como la música, sucede en el tiempo. Y, también como la música, sustraerla del tiempo, detenerla, equivale a aniquilarla.

Referencias

Baum, W. M. (2013). What counts as behavior? The molar multiscale view. Behavior Analyst36(2), 283–293. https://doi.org/10.1007/BF03392315

Ferster, C. B., & Skinner, B. F. (1957). Schedules of reinforcement. Prentice-Hall.

Pepper, S. C. (1942). World Hypotheses.

Artículo publicado en Grupo ACT y cedido para su republicación en Psyciencia.