No hay dudas de que asistimos a un mundo cada vez más vertiginoso donde la idea de tiempo nos parece cada vez más escasa por lo que en no pocas ocasiones terminamos con la sensación de no haber cubierto el espacio que nos propusimos de inicio.
Kant (1724-1804) se había preocupado por esto en su Crítica a la razón pura (1781) donde argumenta que el espacio y el tiempo no son cosas sino formas ajenas de toda experiencia, algo así como los ámbitos donde coloco las sensaciones. Y efectivamente es en el espacio y tiempo donde nos desarrollamos, pero ninguno podrá entregarme en un paquete una hora de tiempo o un tanto de espacio. Ellos no son cosas en sí mismas sino sensaciones mediante las cuales son posibles los juicios. Por lo tanto, el primer peldaño que debemos subir para comprender este "mundo cada vez más vertiginoso" es transformar nuestra noción de tiempo.
"No tengo tiempo" es la excusa favorita de muchos para no tomar las responsabilidades o para justificar el alejamiento de sus gustos; a mí me da la sensación de que se trata de un autoengaño, una manera de evadir la realidad y crearse una burbuja imaginaria. Solamente tenemos la vida y esta sensación de exclusividad a muchos les angustia, y de allí el cobijo en las religiones que prometen una vida posterior, o eterna. Pero justamente porque es finita la vida es bella, imagina si tuviéramos la posibilidad de vivir eternamente, muchas de las actividades o valores que sostenemos caerían en el vacío de la indiferencia, puesto que tendríamos todo el tiempo para cultivarlas.
En esta finitud de la vida algunos pretenden hacer tantas cosas que durante de la jornada privilegian la prisa al goce de la acción. Esta elección les aleja del objetivo que inicialmente se propusieron para alcanzar un fin. Otros son tan inocentes que llegan a creer que si corren podrán llegar a todo lo que se han propuesto. Incluso para el imaginario social queda bien correr y decir "estoy muy ocupado, no tengo tiempo, tengo prisa". De hecho, si alguien dice que le sobra tiempo, no pocos empiezan a sospechar que no trabaja mucho, que no es muy normal, o es vago.
El tiempo también debe invertirse en el disfrute y gozo, puesto que la vida no es otra cosa que un camino, un sendero con etapas por realizar pero donde su fin se justifica en la realización y no precisamente en el lugar de llegada, puesto que todos llegaremos al mismo sitio: al fin de la vida. Con este enfoque nace la idea de que es tan importante el gozo de la vida como la actividad que hacemos de ella; pero el prejuicio de ser solamente productivos motiva a algunos a considerar que como el día tiene "solamente" 24 horas y no se puede alargarlo, hay que recortar la lista de cosas por hacer. Y en ese recorte, desgraciadamente, eliminan las actividades no productivas, es decir, las placenteras. Pero consideran que si les queda algún hueco ya irán a tomar un café con el amigo o se darán un paseo, lo cual al final no sucede nunca. Muchos no son conscientes de que si vamos eliminado lo que realmente nos gusta, nuestro estado de ánimo se resentirá y nos influirá negativamente en nuestra productividad.
Esta situación puede arreglarse si colocamos un orden a nuestro tiempo. El orden es imprescindible para optimizar nuestro rendimiento. Si consideras que no tienes tiempo para detenerte y colocarte un orden, establecer una escala de intereses y prioridades, significa que tus acciones te desbordan y terminarán destruyendo tu persona y familia. Por ello, construir de acuerdo al tiempo te conduce a una vida armónica en el sentido subjetivo del término, puesto que tu escala no necesariamente es viable para mí. La medida resultante será siempre subjetiva pero el medidor es objetivo: 24 horas, día a día, mes a mes, año a año.
Tomemos el ejemplo de una regla con 24 centímetros, a partir de esta simbolización consideremos cada centímentro como una hora de la vida. Y como si fuera una cubeta de hielo vamos agregando contenido a esa distancia entre centímentros, espacios que estarán traducidos en las acciones que deseamos realizar, sin olvidar que cada actividad tiene tres partes muy marcadas: 1) preparación, 2) desarrollo de la actividad, y 3) recoger.
En nuestro trabajo, en nuestra vida, la parte dedicada a recoger muchas veces nos la saltamos para pasar directamente al siguiente punto de la lista de cosas por hacer. Y es muy importante ordenarlo todo si queremos ser realmente productivos. Los beneficios del orden no hace falta ni nombrarlos: ¿cuántos ratos hemos perdido por papeles traspapelados?
Tener en cuenta las tres fases también es imprescindible cuando planificamos el día. Normalmente no somos muy buenos calculando el tiempo, y por eso siempre nos frustramos cuando no logramos tachar todas las tareas de la lista. Cuando calculamos, no somos conscientes de las tres fases, sólo pensamos el tiempo que nos va a llevar realizar la actividad, pero no computamos el tiempo de preparar y recoger. Ser conscientes de que cualquier actividad requiere de estas tres fases nos hará ser mucho más realistas cuando calculemos nuestro tiempo.
Cuando planificamos, solemos ser muy optimistas y no pensamos que vamos a tener imprevistos. Y los imprevistos es lo más previsible que existe. No solemos prever que quizá cuando subamos al coche tendremos que ir a poner gasolina, que hoy recibiremos algunos mails urgentes, u otra cosas.
Andre Comte en su Invitación a la Filosofía (2002) sostiene que lo que denominamos como tiempo es fundamentalmente la sucesión del pasado, del presente y del futuro. Pero el pasado no es, pues ya no es. Ni el futuro, pues todavía no es. Así el único tiempo es el presente, el instante que vivimos ahora y del cual se podrá recordar cuando sea pasado y proyectar para que sea futuro.
El tiempo pasa, pero no es pasado. Viene, pero no está por venir. Solo pasa, viene y llega el presente. El presente es el único momento de la acción, el único lugar del pensamiento, de la memoria y de la espera. Aprovecha el presente, disfruta de la vida. ¿Vivir en el presente? Es simplemente vivir de verdad. Estamos ya en el Reino: la eternidad es ahora.