Revista Cultura y Ocio
El tiempo es la relación entre un estado de cosas y otro estado de cosas no idéntico en la misma sucesión de acontecimientos. Así pues, sin una multiplicidad de estados de cosas diferenciados debe hablarse de la unidad indivisible e indistinta del todo, que excluye la sucesión, ya que nada puede sucederse a sí mismo. Por otro lado, si se da una multiplicidad de estados de cosas de un modo simultáneo, habrá partes del universo pero no sucesión de una parte por la otra, por lo que el tiempo no será algo real, sino acaso un engaño de los sentidos semejante al de aquel que, por cierto efecto de la luz proyectada sobre la superficie de un río, imaginara que éste fluye pese a estar completamente congelado.
Mas no fantasea quien cree percibir el tiempo, sino quien sueña suprimirlo. El error de la hipótesis de la simultaneidad eterna de todos los momentos es suponer que las partes del universo son necesarias, toda vez que, puesto que nunca son reemplazadas por otras como ocurre en la sucesión temporal, existen siempre y no pueden no existir. Tal existir siempre equivale a existir por sí mismas, establecido que dar el ser es dar el comienzo, y que el no poder no existir que define la necesidad comporta que la existencia ha de verificarse en todos los casos, incluso en aquel en el que no hay causa. Ahora bien, lo que existe sin causa es por sí mismo y es necesario. Sin embargo, por definición, ninguna parte es necesaria, pues depende del todo y debe a éste su existencia. De no ser así, cada parte sería el todo y el todo no sería el todo, por lo que sus partes tampoco serían sus partes. Por tanto, la posibilidad de que la totalidad de los momentos se dé simultáneamente, postulada por la teoría del universo-bloque, nos conduce a una aporía insalvable, a saber, que algo sea por sí y sea por otro, o sea parte y no sea parte, o sea todo y no sea todo, lo que nos obliga a rechazarla como quimera. Luego, si admitimos que hay partes en la realidad, esto es, que existen estados de cosas diferenciados, es innegable que entre ellos ha de darse la sucesión, a la que llamamos tiempo.
A la vista de lo anterior, si es cierto que hay sucesión temporal y que ésta afecta a todas las partes de la realidad, es forzoso confesar que el universo es continuamente destruido. Pues ¿cómo no iba a serlo si todas sus partes han sido reemplazadas por las siguientes en el fluir del tiempo, y la destrucción no es otra cosa que la pérdida de todas las partes de un ser, sin que se conserve ni una sola a la que quepa atribuir la identidad del ser pasado? Pero, si el universo es destruido y recreado a cada instante, ¿diremos que se destruye y se recrea a sí mismo o más bien que es destruido y recreado? No lo primero, tan absurdo como que una madre se dé a luz a sí misma o que un león se devore a sí mismo, es decir, devore todas sus partes; por tanto, lo segundo. Y si el universo o, por mejor decir, todo universo posible es continuamente destruido y recreado, ¿no es esto prueba manifiesta de un ser trascendente de infinito poder, pues todo lo destruye, e infinita sabiduría, dado que, al recrearlo todo, lo engarza de nuevo?