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El tiempo es un canalla - Jennifer Egan

Publicado el 19 enero 2021 por Elpajaroverde
El tiempo es un canalla - Jennifer Egan

Me pregunto si se podría leer El tiempo es un canalla como si fuera . Si se podría seguir no solo el orden establecido por Jennifer Egan sino cualquier otro al azar. Si cambiaría su dimensión, su amplitud, su mirada, su perspectiva con cada orden aleatorio. Lo cierto es que el final, ya no solo el final sino el párrafo final, es decir, el cierre, me ha parecido perfecto. Lo cierto también es que si ese cierre me ha parecido perfecto es porque el primer capítulo de esta novela es el que ha elegido Jennifer Egan como primer capítulo y no cualquier otro que cualquier lector pudiera haber elegido al azar. Así que me pregunto más bien si sería posible mantener inamovibles las casillas de salida y llegada y jugar a la rayuela, a ir cayendo donde nos marque un guijarro, cual mano inocente, sobre todas las demás. Me pregunto, incluso, qué pasaría si intercambiáramos esa salida y esa llegada, pero no estoy segura de que esto sea una buena idea. Supongo que el funcionamiento o no de ese intercambio depende de si el tiempo es lineal o circular, cosa que no tengo clara. Si es lineal, a qué este libro; pero tal vez el tiempo sí sea lineal y seamos nosotros a los que nos guste volver la vista atrás por no afrontar lo que viene. Si es circular, sería demasiado perfecto; pero si perfecto es el final de este libro es porque el hecho de que su comienzo sea el que es lo vuelve circular. Imposible discernir porque el tiempo no lo noto continuo, sino con altibajos, incluso con paradas. Tonta ilusión: el tiempo no pausa. Somos nosotros los que nos detenemos. El tiempo sigue entonces sin nosotros. Esa es la gran putada, con perdón.

"Cada pausa hace que creas que la canción ha terminado. Por eso, cuando la canción continua, es un alivio. Pero la canción se termina, porque todas las canciones se terminan, claro, y ENTONCES. SE. TERMINA. DE. VERDAD."

Sigo dándole vueltas a si merece o no la pena jugar a la rayuela con este libro. En cualquier caso, nunca lo sabré. Si hiciese el experimento no habría manera de averiguar si la diferencia de impresiones sería debida al diferente orden de los capítulos o al cambio de perspectiva que ofrecen las relecturas. La persona que hiciera esa segunda lectura sería diferente a la que hizo la primera. Sería otra pero sería la misma, como los mismos y otros son los diferentes personajes de esta novela dependiendo del capítulo en el que aparezcan. El libro no cambia, es el tiempo el que lo hace cambiar. Es el tiempo el que nos hace cambiar a nosotros haciéndonos pensar que el libro ha cambiado. O quizás sea el tiempo el que cambia y nosotros los que no sepamos cambiar con él, lo cual, por cierto, es otra putada (nuevamente perdón).

Antes de que ese tiempo canalla del título que gusta jugar con nosotros me líe y me lleve al punto final de esta entrada sin posibilidad ya de retorno, creo que es de justos ser agradecidos. Así que quiero ser justa y dar las gracias a los artífices de esta lectura. Gracias, Gerardo, por el descubrimiento. Gracias, Rosa, por el recordatorio. Gracias, Juan Carlos, por hacerme decirme: que sí, que sí, que ya me lo leo. Y es que por muy mayúscula que sepa que es minúscula (sello editor de este libro), si no fuera por las alabanzas que le prodigaron estos tres amigos de la blogosfera nunca habría reparado en este libro del que nada sabía y del que, de haber visto con anterioridad, no me hubiera llamado la atención ni su portada ni su título (qué gran título, por cierto (o qué gran traducción)) y cuya autora era una total desconocida para mí ( ¡¿por qué no se conoce más a Jennifer Egan?!)

Así que finalmente lo leí. Y es precisamente porque lo he leído que sus capítulos juegan en mi cabeza a la rayuela, juego cuya idea descarto ya definitivamente (no así creo que sea buena idea descartar la relectura). Ahí siguen, sin embargo, los capítulos en mi cabeza, como piezas que buscan encajar cuando, en la realidad, las piezas nunca encajan de modo perfecto. En la vida nuestra visión es parcial, fragmentaria, como a base de fragmentos está hecha esta novela.

En donde todo encaja de manera perfecta es en la mente de Jennifer Egan. Ella es la puta ama que escribe las reglas del juego sin hacernos saber que esas reglas existen. Lo mejor de leer a esta autora es comenzar sin hoja de ruta y seguir durante todo el trayecto disfrutando de la exploración y sin cuestionarnos lo que viene escrito en esa hoja ni adónde nos llevará. Todo está orquestado de antemano, sin embargo. Y no hay mejor orden que el que ella dicta. Podríamos, si acaso, leer esta novela de la misma forma fragmentaria en la que está escrita, es decir, leer algún capítulo suelto de la misma. Disfrutaríamos, si así lo hiciéramos, de unos relatos excelentes por separado. Todos juntos, sin embargo, forman parte de un todo superior. Es ese todo el que nos da la medida de la magnitud de esta novela. Es cada capítulo-relato independiente el que nos da la medida de la calidad de Jennifer Egan como escritora, su peso, su solvencia, el indicativo de que, si en vez de leer esta, hubiera leído otra obra de ella con estructura más convencional, hubiera estado igualmente ante una gran lectura.

El primer capítulo de El tiempo es un canalla está protagonizado por Sasha. El segundo, por Bennie Salazar. Son los dos únicos personajes de esta novela que voy a nombrar y no porque ellos sean los protagonistas, pues todos en algún momento lo son. Quien en un capítulo tiene un papel secundario, de repente en otro se alza en protagonista. Aparece en otro un nuevo personaje cual conejo sacado de una chistera del que pronto comprendemos que tiene relación con alguien que ya conocemos de un capítulo anterior. Conocemos a un adulto y nos lo encontramos después en su juventud o viceversa. Viajamos adelante y atrás saltando en el tiempo desde aproximadamente los años setenta hasta un futuro próximo al año 2010 en el que Egan escribió esta novela. Algunos de los personajes ni siquiera tienen protagonismo absoluto en ninguno de los capítulos pero no por ello su aparición deja de ser estelar. Las relaciones entre todos los personajes se van hilvanando de manera personal o laboral. Si tuviera que buscar uno de ellos de los que se desprendieran los hilos que los unen a todos, sería incapaz de hacerlo. Sí puedo hacer esa conexión entre todos con dos, y esos dos no son otros que Sasha y Bennie Salazar. Ambos están presentes, además, aun en su ausencia, en ese comienzo y final a los que anteriormente he hecho referencia

Sasha trabajó para Bennie durante varios años en una compañía discográfica. Esa es la relación que los une. La música, de hecho, está muy presente a lo largo de esta novela, algo que considero un gran acierto. En El tiempo es un canalla hay sexo, drogas y rock and roll. Hay también momentos conmovedores, otros más crudos, algunos con un toque de humor, momentos también de epifanía.

"-No entiendo qué me ha pasado -dijo, sacudiendo la cabeza-. De veras que no lo entiendo.
Bennie lo miró, un hombre de mediana edad con una caótica melena canosa y ojos pensativos.
-Que has crecido, Alex -dijo-. Como todos".

La música es algo que nos marca generacionalmente. La generación a la que pertenecemos cada uno la marca nuestra juventud. La juventud es la época de nuestras vidas en la que pensamos que somos eternos y que todo es posible. Nos sentimos, más que dueños del mundo, dueños del tiempo. Luego llega la constatación de la finitud y de que muchas de las posibilidades se han agotado. Aunque no seamos viejos, hemos dejado de ser jóvenes. Somos ya viejas glorias y, en ocasiones, y más tristemente, viejos sin gloria y sin esperanza de alcanzar nunca esa gloria. Tal vez, incluso nos pasemos la vida buscando qué es esa gloria que anhelamos alcanzar sin darnos cuenta en muchos casos de que a lo mejor sí la hemos vivido y no sabíamos entonces que lo era.

"La nostalgia era el fin, eso lo sabía todo el mundo".

La novela confluye hacia un momento en que se da una comunión entre tres generaciones. "Es posible que una multitud en un momento concreto de la historia sea capaz de crear el objeto que justifique su concurrencia" y que la concurrencia en este caso de esas tres generaciones en ese momento, obre como un triángulo de las Bermudas que hiciera desaparecer el tiempo. Más que desaparecer, es como si lo hiciera eterno (y, con él, también a los asistentes de ese momento) aunque solo sea pasajeramente. Un espejismo, algo ilusorio, pero qué gran poder sentir por un momento que le hacemos la pirula al canalla del tiempo. "Cosas como esta solo pasan una vez en la vida [...], y eso si eres el hombre más afortunado de la tierra".

Cualquiera que haya dejado atrás sus años más jóvenes se reconocerá sin dificultad en alguno de los personajes o de las situaciones narradas en esta novela. Esto la convierte en una obra global pero sin dejar a la vez de ser muy estadounidense. Gran parte de ella transcurre en Nueva York y, aun sin nombrarlo explícitamente, el derrumbe de las Torres Gemelas y sus consecuencias en la seguridad de ese país está presente en un discretísimo segundo plano, al igual que un ligero cuestionamiento sobre cómo la digitalización afecta a nuestro mundo y a las relaciones interpersonales.

"Me dije que no había ninguna diferencia entre estar "dentro" y estar "fuera", que todo se reducía a una serie de ceros y unos a los que uno podía llegar de formas distintas, pero el dolor fue en aumento hasta el punto de que creí que iba a darme un colapso, de modo que me marché cojeando.

Como todos los experimentos fallidos, ese en particular me enseñó algo sorprendente: que un ingrediente crucial de la llamada experiencia es la fe ilusoria de que esta es algo único y especial, y de que quienes se ven incluidos en ella son unos privilegiados, mientras que quienes se ven excluidos se lo están perdiendo. Y yo, como un científico que accidentalmente hubiera inhalado gases tóxicos de un vaso de precipitados que hervía en mi laboratorio, había terminado, por pura proximidad física, contagiándome de esa misma falsa ilusión y, en mi estado alterado por las drogas, me había convencido de que era un excluido: condenado a permanecer temblando en el exterior [...] para siempre jamás, imaginando el esplendor del interior".

Me ha sido imposible quedarme fuera de esta novela, síntoma de que estoy conectada a todas las personas que han entrado en ella (síntoma también de que todas ellas y yo nos hemos sentido fuera en algún momento de nuestras vidas). No os hablo, en cambio, más de ella. Y no, no es por consideración hacia los que no la hayáis leído sino porque no sé cómo hacerlo. Pienso además que si continúo la distorsionaría. El tiempo es un canalla es como una canción: puedo contaros qué dice su letra pero no puedo explicaros su música. Hay que escucharla y dejar que fluya y nos invada su melodía. Hay que leerla. Capítulo a capítulo. Relato a relato. Hasta el final.

"Se trata ni más ni menos que de eso. Todos sabemos cómo terminará, pero no sabemos ni cuándo, ni dónde, ni quién estará presente cuando finalmente suceda. Es una Gira Suicida".

Giremos, pues. Los viejos roqueros nunca mueren y, mientras el tiempo toque para nosotros, The Show Must Go On.

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