El tiempo lo cura todo. Es la perfecta síntesis para explicar que cuanto más tiempo hace de una cosa, menos nos importa, más cerca está de que la olvidemos. Quizá se trate de pura supervivencia, de la imposibilidad de vivir anclados en el pasado, de las ganas que, como seres humanos y vivos, tenemos de mirar al frente. En política esto no es una simple síntesis, es un mantra, un modo de sobrevivir a los escarnios públicos, de escurrir bultos y de renegar de las responsabilidades.
Apenas ningún político se acuerda de sus promesas o de lo que le llevó a tomar ciertas decisiones. Apenas ninguno piensa en las consecuencias de sus actos. Porque simplemente, el tiempo pasará, dejarán de estar en el Gobierno, cesarán su actividad, les sucederán en el cargo, se convertirán en una especie de reliquia de la historia de nuestro país, una página más de entre un montón en un tomo gigante, y la gente olvidará.
Está Carlos Fabra, condenado a cuatro años de cárcel y a pagar una multa multimillonaria por delitos contra la Hacienda Pública. Y el partido al que pertenece, que no hace falta decir cuál es, que cree que el asunto de Carlos Fabra es exclusivo de Carlos Fabra y no depura reponsabilidades políticas ni hace siquiera un pequeño esfuerzo por lavar sus trapos sucios antes de decir, simplemente, que respetan la sentencia. Porque, en fin, con el tiempo, la gente sólo recordará al dirigente que fue a la cárcel y no a los políticos que le defendieron (como a Camps en su día, como a Bárcenas) y le tildaron de ciudadano y político ejemplar, pero que ahora se sacuden el polvo y se lavan las manos. Como si no fuera asunto suyo. Porque es mejor que ruede cualquier cabeza antes que la suya. Y así con todo.
Otro ejemplo de que el tiempo cura hasta las heridas que parecían irreversibles es el libro de José Luis Rodríguez Zapatero. Un libro en el que se desquita, dos años después de dejar la Moncloa y unos cuantos más después de que empezara la crisis, sobre cómo vivió él esos primeros latigazos sociales y políticos. El libro se titula, El dilema: 600 días de vértigo. Y a su presentación, en un estupendo ejercicio de (in)coherencia, está invitado como presentador el ex primer ministro Tony Blair, una de las tres caras de la foto de las Azores, que es símbolo aún de la guerra de Irak y que tantas enemistades sembró allá por 2004.
Será que al final en política como en la vida, “pelillos a la mar” y aquí no ha pasado nada. Será que el tiempo, efectivamente, lo cura todo. O que quizá, lo barre todo: los ideales, las convicciones, el dinero público y los valores que debe representar un partido, sea del color que sea.
Suerte, sin embargo, queridos políticos, que a los ciudadanos siempre nos quedará la hemeroteca.