Tener un libro en la biblioteca, en la mesilla o en las manos no quiere decir ni que lo estés leyendo ni que lo estés entendiendo en absoluto, igual que respirar y deambular por ahí no equivale de ninguna manera a estar vivo de veras. Hace poco alguien me tiró una flor acerca de mi manera de escribir en este Blog; me dijo que lo hacía con esa fluidez que evita que andes volviendo sobre el párrafo una y otra vez, qué bueno, ojalá. Estos autores que he mencionado han pasado a la Historia por su producción literaria pero te enredas en sus párrafos al menor descuido.“He terminado La montaña mágica” podrás decir, solo que no me he traído ni una vulgar piedra de recuerdo. “He concluido En busca del tiempo perdido”, pero tampoco yo lo he podido encontrar… Pues vaya, lo mismo si hubieses invertido todo ese tiempo en un curso de cocina me preparabas ahora un buen menú.Ayer estuve de nuevo en la Biblioteca de mi pueblo, qué emoción, con todos esos autores allí por conocer. Le pregunté a la funcionaria si había salido algún libro bueno de verdad y me dijo que no la puñetera, va a ser que no lee, ni escucha… Retiré tres, uno de ellos es Brooklyn follies del gran Auster, qué ameno este escritor, y sabéis qué, creo que ya me lo he leído hace un lustro. A qué viene tener una memoria tan frágil. Hace poco me ocurrió con una película, le dije a mi mujer, Carlie, ésta ya la hemos visto, pero cómo acaba, no lo recordábamos, ¡y nos había gustado ya la primera vez!
No recordamos los libros, tampoco las películas, los viajes, los restaurantes, las conversaciones, las personas… Cómo demostraremos y nos demostraremos haber vivido una vida entera si aquello que recordaremos al final cabe en unas pocas horas; amamos, nos amaron, no siempre la misma persona ni al mismo tiempo, fuimos aquí y allá, perdimos aquello, encontramos lo otro, lloré, reí, me aburrí no pocas veces… y aquí estoy, consumido y sin haber aprendido ni a conservar el tiempo para que no se perdiese ni a conquistar una montaña por más alucinante que fuese su magia.