Por Vincenzo Basile
Cometí un error garrafal. Siempre consideré el blog como un diletante ejercicio de mini-periodismo de trinchera, un espacio relativamente personal donde podría reunir mi pasión para la escritura, mi amor para Cuba y mi voluntad de “defender sus verdades”. Pero el tiempo pasa, maduran las opiniones y se transforman los proyectos. Después de tres viajes a la “Isla donde hubiera querido nacer”, puedo afirmar sin algún remordimiento, ni vergüenza, que ya no soy la misma persona que hace más de dos años decidió materializar sus pensamientos, convertirlos en letra digital e inmortalizarlos en una bitácora pública, un espacio controvertido, muchas veces lleno de convicciones, incuestionables y hasta arrogantes certezas, y también fanáticos absolutismos.
Tengo que reconocer -mea culpa- que en la mayoría de los casos he tratado de explicarlo todo, de encontrar razones válidas, hasta justificaciones, para lo que muchas veces era absolutamente injustificable. Algunas veces -no tantas como me gustaría- me he animado y he criticado duramente cosas que consideraba aberrantes, y otras -actuación despreciable- he preferido virar la mirada e ignorar determinados hechos que no sabía, no podía o no quería entender.
“Te diste cuenta que Cuba no es un paraíso”, un anónimo navegante podrá cuestionarme. En absoluto. Quiero “tranquilizar” a los que, desde el principio, apostaban para un cambio radical en mi visión y me venían a convidar a abrir los ojos y darme cuenta de que la Revolución cubana era una causa indefendible. Pues esto no ha ocurrido, y creo que jamás ocurrirá. Mis ideas, mi esquema de valores y mis convicciones humanas (algunos dirían ideológicas) no han cambiado. En mi voluntad de defender a mi querida Isla, siempre he sido realista y jamás me he dejado vencer por triunfalismos, ridículos romanticismos revolucionarios o escuálidos clichés turísticos. Siempre he estado más que consciente de las dificultades y de las contradicciones que viven los nativos del país antillano, atrapados -por fortuna o por maldición, según perspectivas- en una especie de hechizo histórico.
Nací y me crié en un país que bajo casi todos los aspectos -económicos, políticos y sociales- es exactamente lo contrario de Cuba. Sin caer en improbables comparaciones o en banales catastrofismos, puedo sin embargo afirmar que conozco las entrañas del monstruo y que más que todo tengo la necesidad de tener la confianza de que una alternativa para el futuro -llámesele como se quiera- ha de existir. Sigo estando seguro que Cuba, aún con todas sus contradicciones, puede representar esta alternativa por la cual vale la pena luchar. Pero considero también que este país, atrapado en una indefinida colocación entre el infierno totalitario y paraíso socialista, ya no puede reducirse a la dicotomía entre “ellos y nosotros”; que no es una rígida e inconciliable división histórica entre dos bandos enemigos; que se puede defender la soberanía de Cuba sin confundirla con su gobierno; que se pueden defender decisiones de su gobierno sin gritar consignas o caer en el fanatismo; y que se puede criticar al gobierno sin anhelar a intervenciones o presiones foráneas. Esto es algo que siempre he considerado (creo que soy de los pocos solidarios con Cuba que no ha vivido una etapa estalinista) aunque algunas veces no he actuado basándome en estos principios.
El tiempo pasa, las opiniones maduran y los proyectos se transforman. “Cuba me ha cambiado”, escribí una vez al relatar lo que sentí tras mi primer viaje a la Isla, contando como descubrir la realidad cubana había cambiado mis aspiraciones y mis ambiciones. “Mis amigos cubanos me han cambiado aun más”, puedo afirmar ahora con una claridad de ideas y una convicción que quizá jamás he tenido en toda mi vida. Cuba sigue siendo mi grand design, mi anhelo más grande, el fin último de todas mis acciones, el plan esencial que condiciona todos los otros, lo que fomenta mis más grandes pasiones, el país donde tarde o temprano quiero crear mi futuro, mi trabajo, mi familia, mi felicidad. Pero cada día, durante los últimos dos años, he estado comprendiendo siempre más elementos de la realidad isleña que me han hecho inevitablemente modificar la manera de enfrentarme a los acontecimientos cotidianos de esta maravillosa tierra, que me han dado la fuerza de dejar de ser un pasivo narrador -a veces hasta censor- de los hechos internos, y descubrir la indetenible voluntad de ser un crítico comentador de los mismos.
Ingresar a Desde mi ínsula no es una decisión casual. Hay razones personales y “profesionales”. Siempre he considerado este espacio como la bitácora más interesante y la que más potencialidades tiene en toda la blogosfera cubana y, más allá de la profunda amistad que existe entre Yohan y yo, puedo afirmar que no hay otro espacio virtual donde quisiera estar en este momento y que no existe otro editor con quien quisiera compartir un blog. Ingresar a este blog es también consecuencia de una toma de conciencia, de la necesidad de dejar para otros espacios la lucha contra una innegable campaña mediática a la que estamos sometidos todos los que vivimos fuera de la Isla, y permitir al crítico comentador que alberga en mi de desplegar todas sus potencialidades, madurar aun más y contribuir al mejoramiento de un país que considero también mío.
Tal vez no era necesario cerrar un blog para cambiar actitud. Tal vez no era necesario una transformación tan radical. Tal vez alguien podrá considerar una lástima darle las espaldas a un espacio que en el bien y en el mal me ha dado muchísimas satisfacciones durante más de dos años. Tal vez. Pero llega un momento en la vida en que uno se viene a encontrar en una encrucijada y toma una decisión, frente a la impelente necesidad de cambiar, marchar hacia el futuro, sin mirarse atrás, sin penas, sin remordimientos. El tiempo pasa, las opiniones maduran y los proyectos se transforman. Desde mi ínsula es mi nuevo proyecto.
Soluciones puntuales jamás tendré. Consejos quizás. Opiniones críticas, sueños y aspiraciones serán el patrón de mis futuras letras como bloguero. Tal vez la mayoría de las veces mis visiones pecarán de parcialidad; mi mirada no siempre será la más atendible; mi perspectiva será poco correcta; mis palabras resultarán apresuradas, apasionadas, incongruentes o incompletas. Otras veces podré ser más objetivo, trataré de utilizar mis estudios académicos en la elaboración de “ensayos y disertaciones”. Otras más lo mezclaré todo. Pero en un caso como en otro será este nuevo yo más consciente y responsable, este observador partícipe, comentador crítico e inclemente juez de la Res publica cubana, hecha de múltiples matices, quien me guiará y me hará escribir siempre todos mis anhelos, bajo la ineluctable voluntad de ayudar a construir una Cuba mejor, la Cuba revolucionaria donde me gustaría vivir.
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