Revista Coaching
Se nota que se acercan las vacaciones y eso siempre implica reduplicar el trabajo. Cuatro dobletes en cuatro días en distintas ciudades exigen un esfuerzo un poco mayor. Pero la recompensa está cerca. Ya huelo el mar y las vacaciones con la familia. Hasta entonces sigo disfrutando, más si cabe, de las sesiones y de lo que a ellas les rodea, como una magnífica velada en la terraza del Hotel EME de Sevilla, con impresionantes vistas a la Giralda… (uno que tiene querencia). Entre las sesiones, tres en Sevilla, una magnífica en Jerez, en el Casino Jerezano, otra en Barcelona para MSD y una multitudinaria en el Hotel El Fuerte de Marbella.
Más de 200 personas abarrotaban el salón del hotel marbellí. Borja Santamaría, el artífice de la convocatoria. Además de pasarlo en grande me llevo un profundo recuerdo. En la firma de libros se me acercó una de las asistentes. Marta. Me preguntó cómo se puede superar la muerte de un hijo, y le dije que no se puede. Creo que no se puede. Uno podrá acostumbrarse a esa pena, pero creo que ese es uno de los golpes más fuertes que te puede dar la vida. La pérdida de un hijo. No puedo ni imaginármelo.
Seguramente uno se enfadará contra todo, incluso contra el Cielo. Y esa pena siempre estará. No creo que la mente humana sea capaz de explicar esto. Quizá con la perspectiva del tiempo podemos darle un sentido a esa pérdida. Sólo podemos decir: vamos a seguir queriéndole como si estuviera aquí, y ya lo entenderemos en el futuro.
El único superviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y deshabitada isla. De rodillas, sobre la arena miró al cielo y rezó fervientemente a Dios pidiéndole ser rescatado. Cada día pasaba horas arrodillado rezando y escudriñando el horizonte en busca de ayuda. Pero esta no parecía llegar.
Pasó el tiempo y cansado de esperar asumió que tendría que organizar allí su propia vida. Optó por construirse una cabaña de madera para protegerse de las inclemencias del tiempo y poder almacenar sus escasas pertenencias que se fabricaba a base de hojas, palos y piedras.
Una tarde salió a buscar alimento por la isla. Al regresar, encontró su cabaña envuelta en llamas con el humo ascendiendo hasta el cielo. Había perdido lo poco que tenía. Con tristeza y lleno de rabia gritó una y mil veces: "Dios!: cómo puedes hacerme esto a mí!!". Hasta que se quedó dormido sobre la playa. A la mañana siguiente el sonido de un barco que se acercaba a la isla le despertó. Por fin venían a rescatarle. "¿Como supieron que estaba aquí?" preguntó el cansado hombre a sus salvadores. "Vimos su señal de humo", contestaron ellos.