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Tras cinco años de un colapso financiero que ha estrangulado a la mayoría de las economías de los países de nuestro entorno, seguimos sufriendo las consecuencias no sólo de una crisis sabiamente manejada por sus causantes para culpabilizar a las víctimas, sino además de ser maltratados por las medidas que la combaten con la disimulada intención de imponer el neoliberalismo en la economía global de mercado. Es el triunfo de una hegemonía ultraliberal que utiliza la crisis para barrer cualquier atisbo de oposición a su ideología, en una batalla que libra desde que irrumpiera el tándem formado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, a mediados de los años setenta del siglo pasado, contra aquellas políticas socialdemócratas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial que supusieron la reconstrucción de Europa y la erección de lo que desde entonces se conoce como Estado de Bienestar.
Con la excusa oportuna de la crisis, hemos sido víctimas de un gran timo para responsabilizarnos de los desmanes de especuladores privados que, a partir de las hipotecas subprime y demás quiebras de entidades financieras (AIG, Fannie Mac y Freddie Mac, etc.), colapsaron el sistema llevando a la quiebra a bancos y entidades de crédito, dificultaron la financiación de los estados e hicieron estallar en nuestro país una burbuja inmobiliaria que nos mantenía en el espejismo de la abundancia. Las consecuencias no tardaron el llegar con el parón de la actividad económica, la caída enorme del PIB y el desempleo de millones de trabajadores.
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Son precisamente tales medidas supresoras de regulaciones y de controles del mercado, liberándolo del interés general de la sociedad, las que han propiciado una crisis generada por la avaricia de los especuladores financieros. La doctrina neoliberal de que el mercado se autorregula sin necesidad del intervencionismo del Estado queda, así, desenmascarada en su falsedad. Y los mismos que, imbuidos en ese pensamiento, promovieron esta situación de absoluto descontrol y alimentaron la rapiña de los especuladores, son los que ahora pretenden sacarnos del atolladero con el cinismo y la desfachatez que les caracteriza.
No hacen más que rehuir de su responsabilidad y endosársela a los ciudadanos. Del desastre de un mercado dejado a su albedrío, que elevó la deuda privada -que no la pública- hasta niveles que hicieron colapsar al sistema financiero, se ha pasado a una deuda pública que financia el rescate de aquella mediante recortes en educación, sanidad, dependencia y otros servicios públicos que trasladan el sufrimiento a la población y abocan a la parálisis a gobiernos y países cuya economía está siendo intervenida de facto y enajenada su soberanía. Personajes como, por ejemplo, Luis de Guindos, ministro español de Economía, y Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, son representativos de ser “pirómanos” y “bomberos”, simultáneamente, al proceder de agencias (Lehman Brothers) y bancos (Goldman Sachs) que prendieron el “incendio” de la crisis, sin que ello los inhabilite para presentarse como los que van a “sofocarlo” con las medidas que nos están recetando. Pero, no nos engañemos: ellos son simplemente agentes manijeros de la ideología que aspira al dominio absoluto.
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Ya nadie se acuerda, a estas alturas de la debacle, que la crisis que estamos padeciendo es consecuencia de una crisis del sistema financiero, falto de regulación, y no al revés. Y que fue el modelo neoliberal el que provocó el surgimiento de esta crisis, que se ve agravada por las medidas que sus propios causantes nos están imponiendo porque les conviene, no sólo por maldad.
Según Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, el incremento de las desigualdades se ve favorecido por el desvío del ahorro de las clases más ricas hacia la especulación en vez de a la actividad productiva, lo que hace disminuir la recaudación pública. Y que esa desigualdad es producto deliberado de los grandes grupos oligárquicos que imponen moderación salarial, trabajo en precario, reformas laborales regresivas, etc.
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Negando la mayor, se traslada a la ciudadanía y a los servicios que recibe del Estado la culpa de los desafueros cometidos por los bancos y los especuladores privados, como si aquellos hubieran forzado a los bancos a concederles hipotecas y éstos no hubieran ofrecido la suscripción de tales productos financieros sin las debidas garantías de solvencia, embriagados por la vorágine inmobiliaria. En un mundo globalizado, el riesgo de las hipotecas subprime se transfirió a bonos de deuda, fondos de pensiones, de inversión, etc., contagiando a todo el sistema financiero, sin que las entidades de calificación de riesgo (Standard´s & Poors, Moody´s, etc.), en parte beneficiadas por estas transacciones, alertaran de ninguna anomalía.
Ingentes cantidades de dinero público se ha destinado a salvar los bancos, provocando la crisis presupuestaria que sufren unos Estados que han de financiarse por la banca privada. Alemania, cuya potente economía tiene importantes inversiones como país acreedor, no ceja en las políticas de austeridad en Europa para obligar a los países periféricos a que paguen la deuda contraída con los bancos alemanes. Hacia el país germánico está circulando un enorme flujo de capitales que beneficia su deuda pública, abaratando su coste por estar muy solicitada y convirtiéndola, ante la inseguridad y desconfianza de los mercados, en un depósito de seguridad, como explica el profesor Vinçen Navarro. Por ello, Merkel se niega a la emisión de eurobonos, a modificar el estatuto del Banco Central Europeo para que financie sin intereses a los Estados miembros (con los debidos controles) y a aquellas políticas que confían más en el crecimiento que en la austeridad para salir de la crisis.
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