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Al día siguiente, el tío Facundoapareció montado en una bicicleta Orbea del año catapún, recién engrasada eso sí, paseándose por las calles del barrio con el orgullo asomándole por debajo del casco. Había incorporado al vetusto vehículo un cesto de metal en su parte delantera, donde colocó un transistor de antigüedad casi pareja a la del dueño, un aparato rectangular que abarcaba todo el habitáculo. De él surgía la música de Cadena Dial, que podía oírse a corta, media y hasta larga distancia, tal era su volumen, lo que atrapó las miradas del vecindario y personas de paso, y provocó un chaparrón de risas. El tío Facundo, vestido con un chándal azul fechado en los Juegos Olímpicos de Múnichy un casco verde fosforito, pedaleaba sin fijarse en nada ni nadie, como si el horizonte fuera su línea de meta. Avanzaba derecho, pinturero, emulando a alguno de sus ídolos: Bahamontes, Julio Jiménez, quizá Luis Ocaña... Es verdad que nunca se olvida, pero apostaría a que habrían transcurrido al menos treinta años desde su última etapa. Porque yo nunca le vi hacerlo. Así empezó a devorar kilómetros y matinales, dando vueltas alrededor de un mundo conocido pero distinto desde su sillín. Por mis sienes creció un sentimiento de afecto que se repartía por el resto del cuerpo. Lo juro. Su imagen desplazándose por las calles, con el viento traspasando su cabello cano, su barba descuidada y su rostro enjuto, pudo verse durante varias semanas. Perseverante, metódico y pausado, era obligado acudir a su encuentro, saludarle y aplaudir su gesta. Primero se convirtió en un icono del barrio, a continuación en un mito. Y el mito se hizo leyenda el día que le vimos abandonar las calles de asfalto, levantar los brazos no sé si en señal de saludo o de despedida, y perderse por el pavés y los senderos de tierra. Lo último que recuerdo fue que en la radio, en su vieja radio, sonaba ‘Libre’, de Nino Bravo. En mi barrio suceden cosas, algunas de ellas ordinarias.* Finalista en el XII Certamen de Relato Breve José Luis Gallego (Una mirada de barrio)