Revista Cocina

El tío Miguel

Por Dolega @blogdedolega

Al levantarme

Esto del blog está siendo una experiencia muy especial. Empezó como algo mío en exclusiva y sospecho que los ánimos que me daba toda mi familia para que lo llevara a cabo, eran simplemente para que encontrara un “qué hacer” a raíz de encontrarme en la puñetera calle laboral, ó lo que es lo mismo en el paro y se ha convertido en parte de la vida cotidiana de esta familia.

Todos y cada una de las personas que comenta en el blog se han metido en mi casa, tiene su sitio y su opinión es tomada en cuenta para bien ó para mal por el resto de miembros de la familia.

Es un fenómeno extraño, algo así como si ahora fuéramos mogollón. Realmente no sé cómo explicarlo. Sólo puedo decir que es una sensación tremendamente agradable.

¿Y por qué les cuento todo esto?

Porqué hoy quiero traerles a ustedes un personaje realmente entrañable que pasó por nuestras vidas.

Todo surgió ayer cuando el consorte me comentaba que algunos de ustedes decían que porqué no los adoptaba por una temporada. Y soltó:

-Anda, igual que el Tío Miguel

Hace lo menos diez años, creo recordar que fue por el 2000 más ó menos,

Decidí que uno de los porches de la casa, quería incorporarlo al salón. Dejo claro que soy adicta a las obras. Si ahora no hago obras es porque no tengo un duro.

Hay mujeres que se lo gastan en ropa y zapatos, yo prefiero los ladrillos y los barnices, para gustos los colores.

El caso es que contraté a una empresa para que lo hiciera. La empresa se presentó, empezó la obra y desapareció. Me presenté en las oficinas y las encontré cerradas. Había dado solamente el 20% de del presupuesto y calculé que entre los materiales y las herramientas que habían dejado, la cosa andaba ahí ahí, así que no me preocupé demasiado por el dinero, pero sí por la conclusión de la obra. Era primavera avanzada y aquello tenía que terminarse durante el buen tiempo.

Al cabo de unos días se me presenta un señor con acento sudamericano, que no supe localizar diciéndome que venía de parte de la empresa a recoger los andamios que habían dejado.

Mi contestación fue

-¡JA!

Después de decirle hasta del mal que se iba a morir y ponerlo a caer de un burro, aquel hombre que no había soltado ni una palabra, me dijo que él era el carpintero que tenía que hacer mi obra y que tampoco había cobrado. Que le debían un montón de dinero de trabajos realizados y que quería por lo menos recuperar algo vendiendo los andamios y herramientas.

Le propuse un trato: Tú me haces el cerramiento del porche y yo te pago a ti el 80% restante del presupuesto. Si faltan materiales, los compro yo.

Miguel aceptó encantado. Lo que cobraría por este trabajo era bastante más de lo que iban a pagar si lo hubiera hecho con la empresa.

Y así se metió Miguel en nuestras vidas. Miguel, chileno de nacionalidad llegaba todos los días a las nueve a casa y se ponía a trabajar con diligencia, pero llegaban los fines de semana y estábamos todos allí y empezaban las juergas y Miguel al principio, muy discreto solo sonreía.

Fue una época en que el consorte le dio por llamarme “Señorita Escarlata” imitando a la famosa Mammy de Lo que el Viento se Llevó, porque decía que se había exacerbado mi tendencia natural a mandar a todo dios.

Un buen día hablando Miguel con el consorte le dijo

-Es que los chilenos somos así

Y el consorte le contestó

-Sí, pero tú además de chileno eres Mapuche.

Miguel se quedó totalmente sorprendido de que el consorte hubiera podido saber esa característica suya. El consorte le explicó que había tenido un compañero en la Universidad que era mapuche, y que habían sido muy buenos amigos.

Miguel pasó de ser Miguel, a ser el Tío Miguel. Llegaba por la mañana y cuando llegábamos por la noche le decíamos que qué demonios hacía allí todavía y decía que quería que yo viera lo que había hecho ese día a ver qué me parecía.

Él nos enseñó que nuestra casa de madera, que compramos porque nos enamoramos de ella, en un país donde las casas de madera están consideradas una especie de casa prefabricada de segunda clase, era una casa muy pero que muy especial.

Era una casa fabricada con pino de las Guatecas. Y nos dio una clase magistral sobre este tipo de madera. Daba la casualidad que él era de por aquella zona según nos dijo. Lo que hizo que nos enamoráramos más de ella.

Y así empezó a pasar el tiempo, casi mes y medio, y el Tío Miguel avanzaba a paso de tortuga con los trabajos, apenas cobraba de vez en cuando, y yo le decía que aquello iba muy lento que tenía que terminar, pero me decía que el problema era que se lo pasaba muy bien en nuestra casa y que no quería terminar, que porqué no lo adoptábamos.

Un día se presentó con su hijo mayor, un chico de unos 16 años y nos confesó que lo había mandado la madre porque temía que su marido se hubiera echado una querida. Que todos los días salía y decía que venía aquí a trabajar pero que los fines de semana decía que no podía dejar de venir, que lo sentía mucho pero que él tenía que terminar el trabajo.

La cosa se puso peor cuando el consorte y yo tomamos dos semanas de vacaciones para acelerar los trabajos. Aquello ya era el jolgorio nacional y aquí no había quién trabajara. El hijo también se apuntó y tuvimos que hacer acopio de toda nuestra fuerza de voluntad para que aquello terminara de una vez.

Recuerdo el último día por la tarde, que estaba en lo alto del porche despidiéndose y diciéndonos que si necesitábamos algo, lo que fuera que no dudáramos en llamarlo y de pronto vimos una luz en el cielo que se movía rápidamente hacía el monte que tenemos enfrente de casa.

-¡Coño eso es un ovni! Dije yo

-¡Que va a ser un ovni! Dijo el consorte

-Que te digo que es un algo, joder mira cómo se mueve, eso no es un avión ¡Y además son dos!

Y allí estaba el Tío miguel con cara triste despidiéndose de nosotros, mientras yo me iba con mis amigos Victo y Dale y los niños en pijama en el coche detrás del ovni.

-¿Puedo llamarla mañana (nunca me tuteó) a ver si lo han encontrado?

-Claro que sí Tío Miguel, pero si no te contesto pregúntale al consorte, no vaya a ser que haya ocurrido algo.

El consorte no vino con nosotros porque es un aburrido y no cree en los ovnis.

Llegamos hasta el alto de los leones, donde van las parejitas a darse el lote en el coche y vimos cómo se fue el aparato hacía Segovia.

Volvimos muy decepcionados porque Víctor quería que lo abdujeran y yo quería preguntarle cuatro cosas a los visitantes extraterrestres.

Al día siguiente el Tío Miguel y yo hablamos por teléfono y nos partíamos de risa, porque los dos habíamos leído en el periódico el fenómeno astronómico que se daba todos los años de la alineación de Venus y Júpiter y claro, nosotros sin saberlo.

Al despedirse recuerdo que me dijo.

- Los voy a echar mucho de menos.

-Pásate por aquí cuando quieras Miguel

-No, no es conveniente, ustedes son adictivos.

Hace como cuatro años, iba yo por la autopista de la Coruña hacía Madrid y de repente un coche se puso a mi altura pitando y dentro iba, el Tío Miguel y me saludaba con la mano y me tiraba besos.

Realmente somos muy afortunados, en nuestra vida hay y han pasado gente verdaderamente excepcional.

 


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