Revista Opinión

El tiranicidio contra el neo déspota sistema de representación.

Publicado el 02 marzo 2012 por Juan Carlos

El tiranicidio es una teoría que ideó inicialmente Juan de Salisbury, en su obra Policraticus. El tiranicidio en sí mismo propugnaba la idea de que si un gobernante se negaba a respetar las leyes, y por lo tanto se volvía un déspota, el pueblo tendría todo el derecho a ejecutarle. De esa manera, a través de un delito que se conoce como magnicidio se buscaba superar revoluciones o guerras civiles. Esta teoría identificaba claramente el mal de aquel momento en el rey.
Se trata de un pensamiento con cierta antigüedad, que en la época actual podría considerarse superado. Sin embargo, es curioso que la sociedad avance y destierre de su ideario político el magnicidio, lo cual es algo tremendamente positivo, pero eso no sucede porque haya desaparecido el despotismo, sino porque el pueblo ha sustituido la moral de la acción directa contra el sistema, por otras vías amparadas en la legalidad.
Para poder frenar el despotismo, los teóricos trataron de establecer mecanismos para que el poder no recayera en una sola instancia. Estos pensadores observaron que el rey podía ser déspota, podía ser tirano, porque tenía la posibilidad de serlo. Concluyeron, por tanto, que si el poder único que reside en el Estado se dividía en varios, no podría existir el despotismo. Identificaron tres poderes y establecieron que cada uno de ellos recayera en órganos distintos. La teoría es conocida, y su deformación de cómo uno predomina sobre los demás, porque contribuye a su creación, también.
No obstante, la sutileza del nuevo despotismo continuaba evolucionando, años más tarde se inventaron aquel concepto de la soberanía nacional, precedida por supuesto de una creación previa como era la nación. A raíz de esto, idearon un sistema de representación en el que los representantes ya no debían de rendir cuentas a aquellos electores que los habían elegido, sino al conjunto de la nación. De esta manera negaron magistralmente al pueblo la posibilidad de ser sujeto político. ¿Cómo lo lograron? Con la abolición del mandato imperativo, es decir mediante la supresión de cualquier lazo de unión entre los electores y los diputados, ahora éstos podían votar lo que en conciencia creyeran, sin pensar las consecuencias que sus actos tendrían para los electores.
Efectivamente, esto dejó indefensos a los ciudadanos que no podían ya reclamar nada a sus diputados. Pero, es que más tarde estos diputados reforzaron lazos de pleitesía con otras organizaciones, éstas eran, evidentemente, los partidos. En las modernas democracias occidentales no se permite el mandato imperativo, aunque en la práctica es una facultad que se reservan los partidos, los cuales no dudan en recordarles a los diputados que deben de votar en el Congreso.
En la actualidad, por tanto, se llama democracia a un sistema en el que se permite votar a unas personas, que han sido previamente elegidas por sus partidos. Dichas personas no tienen ninguna obligación frente a sus electores, pero si respecto de sus partidos (disciplina de partido – disciplina de voto). Entonces ¿por qué alabamos un sistema político que basa el eje principal de su existencia en una relación de representantes – representados? Como acertadamente señaló, el doctor en ciencias jurídicas, Albert Noguera, los que suelen requerir representantes son los menores de edad o los incapacitados. ¿Así es como estos demócratas ven al pueblo? ¿Cómo un menor de edad, o un incapaz, que ante la imposibilidad de gobernarse a sí mismo debe de hacerlo a través de unos representantes? ¿Es condescendencia, o una manera de justificar la perpetuación de las élites gobernantes? Éstas otorgan un régimen de libertades moderadas, subyugando el ejercicio de éstas a condiciones plutocráticas y, por último, se atreven a igualar democracia con voto, una falacia que escandalizaría a los auténticos inventores de la democracia: los antiguos atenienses.
De esa manera, se permite que el representante Mariano Rajoy, que es jefe de su partido, jefe de gobierno, jefe de la mayoría legislativa y persona que tendrá una influencia incuestionable en la conformación del poder judicial, (pero no es un déspota) afirme que: "A los que no están de acuerdo (con la reforma laboral y los recortes), que ya sé que son muchos y que están en las calles estos días, les diría que hay que ser prudentes, que este es un momento difícil, que con eso no se consigue nada y que el Gobierno tiene que hacer las reformas, defender el interés general y trabajar para crear empleo". En primer lugar destaca que sacará adelante sus reformas al precio que sea, está convencido de conocer perfectamente el interés general y sólo él tiene la posibilidad de salvar a España, porque nadie más tiene (ahora mismo) su poder. Al pueblo se le negó hace tiempo la posibilidad de tener algún mecanismo de participación, más allá de los procesos electorales, de modo que la voluntad del gobernante de turno será la ley. Éstas son las consecuencias de igualar democracia a voto, ya que según la óptica del sistema las elecciones le han legitimado. La única posibilidad que tiene el pueblo es la de cambiar de representantes (o amos) de aquí a cuatro años.
Juan de Salisbury, hoy en día, lo tendría difícil para desarrollar una nueva teoría del tiranicidio. Debería de reformularla, pues el tirano ya no es una persona, porque al rotar el poder ésta cambia. Pero el gobernante de turno no tiene ninguna obligación de obedecer a sus ciudadanos, no existe, lógicamente la revocación del mandato, porque no hay mandato alguno, solo representación. Bajo estas condiciones solo queda identificar al propio sistema como tiránico, porque favorece el despotismo, en realidad casi incita a él; son sus propias normas las que tienen en su naturaleza un ADN tiránico. 
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