¿Qué extraño y secreto destino une a un ignoto magnicida a quien le explota el arma en la mano y a un presidente argentino que no se entera de nada porque está sordo? Debemos este pequeño renglón en la copiosa historia nacional del absurdo a un marinero italiano, Francisco Guerri, que fue contratado en una fonda de la Boca para llevar a cabo un crimen sensacional: asesinar a Domingo Faustino Sarmiento, que el 23 de agosto de 1873 abordó un carruaje tirado por dos matungos y se dejó llevar sin custodias por la fría noche. Iba en busca de una mujer, y en Corrientes y Maipú lo apuntaron inadvertidamente con un trabuco naranjero. Guerri tenía un hermano, que también era de la partida y que portaba un cuchillo impregnado con estricnina por si había que apuñalar al pez gordo. Todo se malogró cuando Francisco sostuvo el trabuco con la izquierda y apretó el gatillo con la derecha. El arma estaba cargada en exceso y reventó. Le produjo graves heridas y le voló el dedo pulgar. Los caballos del carruaje se alborotaron, y Sarmiento percibió que pasaba algo raro pero no le dio importancia. Más tarde le informaron que la policía había detenido a los Guerri y que el complot había fracasado por esa providencial explosión. Todos la habían oído, salvo el autor del Facundo, que terminaría sus años auxiliado por “cornetas” y bastones acústicos.
Más interesado en la patología que en los enigmas del azar, un médico de hoy bucea en esa rara pérdida auditiva y llega a un diagnóstico certero 140 años después. Los resultados de esa indagación están en Historia clínica, segundo volumen de un fascinante viaje a través de la salud y la enfermedad de notables estadistas y figuras de todos los tiempos. El padre de esas maravillas se llama Daniel López Rosetti, prestigioso clínico, cardiólogo y docente y, esencialmente, un detective de la medicina y la historia.
La sordera de Sarmiento presentaba algunos misterios. El médico tuvo que revisar biografías y documentos, y leer su correspondencia. En una carta de 1888, le cuenta a su nieta Eugenia: “Aquí he encontrado unos preciosos pajaritos bolivianos que cantan admirablemente”. Poco antes de morir, le escribió a Adolfo Saldías: “Oigo el vivificador murmullo de las ruedas del vapor o el silbido que anuncia su arribo”. López Rosetti reconstruye esa cronología: la sordera del ilustre paciente comenzó lenta y progresivamente en 1850. Tenía 39 años, y esas características ya descartan una hipoacusia por trauma acústico producida, como se creía, a raíz del uso de armas de fuego. A los 62 años no oyó la explosión de un trabuco homicida. Pero a los 77 oía bien el sonido de los pájaros y el silbido del tren. “El paciente perdió primero la capacidad para escuchar los tonos graves y conservó hasta el final los agudos -escribe el doctor-. Podemos pensar entonces en una otosclerosis, enfermedad que afecta los pequeños huesos del oído medio, el martillo, yunque y estribo”. Sarmiento hablaba a los gritos en el final de su administración no por prepotencia política sino por simple otosclerosis.
El libro reproduce también una escena increíble que se vivió el 18 de junio de 2012 en el Hospital Italiano. Parece extraída de un capítulo de CSI. Se trata de un ateneo al que asistieron 75 médicos de los servicios de cardiología, clínica, cirugía, hemodinamia, ecografía, unidad coronaria e imágenes. El paciente era Manuel Belgrano. Se proyectaron diapositivas de estudios actuales que hubieran correspondido a un alguien con los achaques de Belgrano: sintomatología, electrocardiograma, radiografía de tórax y muestras anatómicas de la antiquísima autopsia del prócer. El jefe del instituto de Medicina Cardiovascular expuso hipótesis y diagnósticos posibles. Quedó aclarado para la posteridad que Belgrano sufrió una insuficiencia cardíaca que afectó el funcionamiento hepático y renal, y cuya causa habría sido el deterioro de las válvulas aórtica o mitral. Esas válvulas se dañaron por un cuadro de fiebre reumática o por una infección sifilítica.
Dilucidar desde el presente las insuficiencias de Sarmiento y Belgrano es un milagro que confirma el progreso de la ciencia y la magia de ciertos libros, aquellos que nos meten en el túnel del tiempo para humanizar a los héroes. Aunque así de vulnerables resultan paradójicamente aún más grandiosos; cuestionan con más agudeza nuestra cobardía y nuestra mediocridad.
JORGE FERNÁNDEZ DÍAZ
“Historias clínicas de nuestros héroes”
(la nación, 10.10.14)