Revista Opinión

El torcedor ciento cuatro

Publicado el 03 mayo 2018 por Carlosgu82

Rodolfo continuó la profesión familiar: «lector de tabaquería». Él prestaba mucha atención a las historias de su abuelo y su padre. ¡Cuántas cosas no veía, disfrutaba o sufría un lector de tabaquería! Todo eso mientras pasaba las horas leyendo las historias que consideraba más interesantes para aquellos cientos de torcedores que sin levantar la mirada de la hoja no dejaban de escucharlo.

  En una oportunidad, cuando fue a voltear la página del libro, porque Rodolfo prefería las novelas o cuentos, a las noticias de periódicos, él se percató que el torcedor numerado ciento cuatro para nada lo atendía.

El hombre recorría con la mirada todo el salón, «fotografiando» cada detalle.

A partir de ese momento, cada vez que volteaba una página o hacía un pequeño alto en su lectura le echaba un vistazo y en más de una ocasión ambas miradas tropezaron.

Casi una semana estuvo Rodolfo observándolo, en cualquier momento el encargado de recoger y chequear la calidad de los tabacos le llamaría la atención al torcedor ciento cuatro.

Rodolfo ni siquiera se había preocupado por el nombre porque con esa poca atención que ponía a su trabajo lo sacarían de la fábrica. ¡Un tabaco mal torcido! Eso no lo admitirían los dueños.

Pero cada mañana el hombre llegaba a ocupar su sitio y comenzar a torcer.  Sin, al parecer, poner la debida atención a su labor, como hacían los más experimentados.

Rodolfo fue el requerido, porque poner atención a su torcedor repitió varias veces el mismo capítulo en la lectura de la novela y los otros torcedores, que seguían el hilo de la historia, se quejaron.

Una mañana Rodolfo tomó la decisión de hablarle al torcedor ciento cuatro.

—Yo sé que me observas con atención hace días y esperaba esto —le dijo el torcedor, dejando aún más confundido a Rodolfo.

—¿Qué me veías como te vigilaba?

—Lo notaba.

—Pero entonces…

De alguna manera el torcedor fue guiando la conversación hacia las emocionantes historias que podían ocurrir en una fábrica de tabaco.

Ese encuentro se fue haciendo habitual, con el salón de hacer tabaco como tema invariable.

—¡Este es mi tatarabuelo! —Rodolfo mostraba la foto de un viejo periódico de época a su amigo.

—¿Me la regalas?

Un pequeño silencio.

—Quiero decirte una cosa…, mañana no me verás en el salón —Con un gesto impidió que Rodolfo hablara—. Esto no debes comentarlo…

—¿Qué pasa? Tenemos confianza, ¿o no?

—Por eso te voy a confesar que no soy de este mundo

—¡¿Qué?!

—En un momento, a diez metros en esa dirección —El torcedor señaló con el dedo—. Se abrirá un portal para que yo regrese a mi tiempo.

Rodolfo miró la jarra de cerveza que estaba en la mesa y miró al rostro del amigo…

—Sí Rodolfo, no soy de este mundo… A nuestra dimensión llegó la fama del tabaco y me enviaron acá en busca de información. ¿Y dónde mejor que en Cuba? Me has ayudado mucho y conocerán de ti en mi mundo —Rodolfo continuaba sin palabras—. Ya no puedo estar más; tengo que cruzar. Recuerda siempre que muy cerca, en esa dirección, tienes un amigo.


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