Revista Cultura y Ocio

El traductor en el pico de un colibrí. Por Nery Santos Gómez

Publicado el 10 julio 2023 por Nerysantosgomez

Según los indios Ticuna en el alto Amazonas, todos los hombres fueron una vez una sola y gran tribu hablando todos una misma lengua. Un día se comieron dos huevos de colibrí, que era un animal sagrado. Como castigo se dividieron en muchos grupos donde comenzaron a hablar en distintas lenguas. En el relato de la torre de Babel en el libro del Génesis del antiguo testamento, Yahveh castiga a la humanidad por su arrogancia y hostilidad exponiendo al hombre a una gran variedad de lenguas. La historia se repite en diferentes culturas, el hombre separado en  diferentes lenguas y confusión. 

El traductor entonces tiene un don divino, una labor de unión. La confusión implica la posibilidad de aprender de nuevo y el traductor propicia una oportunidad de aprendizaje. 

Cuando pienso en traducción lo primero que viene a mi mente es la piedra Rosetta, visitando el museo británico me encontré con ella. Se trata de un decreto grabado en piedra, este fue  publicado en Menfis en el año 196 A.C. Fue el primer texto conocido plurilingüe y fue clave para comparar los textos egipcios con la inscripción griega equivalente. La posibilidad de entender los jeroglíficos sentó las bases sobre el conocimiento del idioma y representó una valiosa clave.

Y como yo soy escritora, principalmente de cuentos, comenzaré por contarles uno que he escrito para ustedes: 

El mensaje:

Todos esperaban con ansias al famoso y gran conferenciante que llegaba de tierras lejanas.

Por fin llegó, subió al estrado. Acomodó el micrófono con ambas  manos y luego el  nudo de su corbata con la otra y con aire ceremonioso comenzó: 

Bla, bla, bla, bla, bla… 

Tomo un poco de agua y prosiguió: 

Bla, bla bla, bla…

Al terminar, aunque todos sentían que no habían entendido nada, prorrumpieron en aplausos, levantándose para ovacionarlo. 

Ya más tarde y cuando el conferenciante se hubo marchado con su importante comitiva, los oyentes salieron a tomar café. Uno de los presentes por fin se atrevió a decir lo que todos sentían:

-Parecía muy interesante la conferencia, pero me temo que no he entendido mucho, es que no hablo esa lengua.

Alguien le contestó: 

– Ciertamente no se entendía, pero era un mensaje triste, monótono y sin esperanza, ví como el conferenciante se secó una lágrima antes de que apareciera. 

El profesor del pueblo añadió:

-Las palabras no se entendían pero viniendo de una persona tan erudita como él ciertamente seguro sería un poderoso mensaje. 

-Yo sentí la vibración de cada palabra pronunciada -dijo el Hippie- aunque no entendí nada, mi alma si lo hizo. 

Entonces trajeron a un traductor que dijo haber anotado toda la conferencia e iba a interpretarla, todos, con gran expectativa le pidieron que tradujera y el joven explicó: 

El gran conferenciante dijo:

Bla, bla, bla, bla, bla, bla…

El traductor de mi cuento, no era un buen traductor. La traducción es un arte como cualquier otro. El texto original debe ser comprendido por completo en todos sus matices, requiere un poder y una seguridad sobre la lengua tan grande como la de un pianista sobre un piano o de un actor sobre las inflexiones de su voz y sus gestos. 

Para ser un buen traductor debes conocer gran variedad de sinónimos, pero, decía Aristoteles en su logos o la razón,  que hay una pretendida equivalencia y no hay sinónimos absolutos y que lo que dice el receptor debe sonar lógico. 

En este punto quisiera traerles una parte del poema de Pablo Neruda, Las palabras:

“Todo está en la palabra… Una idea entera cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita dentro de una frase que no la esperaba   que le obedeció… tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces…

Son antiquísimas y recientísimas… viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada”. 

Traducir aparentemente es adaptación, pero lo que surge o debe surgir es un texto nuevo, semiótico distinto al original. Hay una transcodificación. 

La misión del traductor no es solo conocer las lenguas del emisor y del receptor y transmitir así el mensaje. También tiene que interpretar las señales ocultas, el contexto, la vibración interna del mensaje (como el hippie de mi cuento). Y aun así el texto traducido nunca será una fiel copia. El que traduce debe conocer el momento histórico, el entorno, la cultura, la biografía del autor, las circunstancias que rodean la pieza a trabajar y aun así el texto traducido, nunca será el mismo al original pues habrá un aspecto polifónico al estar intervenido. 

Al traducir no se puede ser literal y aunque se debe preservar el sentido inicial, se debe adaptar. Por esto los sistemas automáticos de traducción hasta ahora fallan para que sea una buena traducción. Ni sabemos si con la inteligencia artificial se alcance el mismo nivel del traductor humano, pero mi percepción es que la traducción, por ejemplo de la poesía, requiere imaginación, emocion, suspiros y creación artística y sería muy difícil de crear cuanto menos traducir por algo que no es humano.  

Traducir es cruzar un puente entre el autor y sus lectores de otros destinos. 

Traducir es mucho más que trasladar de una lengua a otra.  El traductor actua como un mediador intercultural. 

Y aquí viene el concepto de la intertextualidad. Ningún texto es original o único. Está impregnado de una serie de códigos derivados de otros textos para poder ser entendidos. Mijail Bajtin el filólogo ruso fue el primero en poner de manifiesto el carácter dialógico de la novela en particular las de Rabelais, Dostoievski y Jonathan Swift como una polifonía textual donde se establecen relaciones dialógicas. 

Todo emisor, que podría ser todo escritor, ha sido antes receptor de muchos textos que tiene en su memoria en el momento de producir el suyo. De modo que siempre en un autor hay una pluralidad de voces. 

Según Humberto Eco, todo texto es absorción, un lenguaje que habla otro lenguaje preexistente, como una cooperación. 

Julio Cortazar, el famoso escritor argentino, tradujo obras Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Así como muchos de los cuentos y trabajos de mi admirado Edgar Allan Poe. Tambien fue traductor de Poe Charles Pierre Baudelaire poeta frances del siglo XIX bautizado por Verlaine como poeta maldito. Gracias a su traducción a Edgar Allan Poe fue considerado como el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés. Baudelaire dijo que Poe le había enseñado a pensar. 

Quiero aquí compartirles un pensamiento de Julio Cortazar hacia las traducciones: 

“Yo le aconsejaría a cualquier escritor joven que tiene dificultades de escritura, si fuese amigo de los consejos, que deje de escribir un tiempo por su cuenta y que haga traducciones, que traduzca buena literatura y un dia se va a dar cuenta que puede escribir con una soltura que no tenía antes.”

Traducir es aprender y enriquecerse. Así lo demostró la escuela de traductores de Toledo en el siglo XIV. Con el proceso de traducción de textos clásicos grecolatinos que habían sido convertidos desde el árabe o el hebreo a la lengua latina usando el castellano o español como lengua intermedia. Allí se vertieron textos astronómicos, médicos y científicos. Llegaron a Toledo sabios de toda Europa deseando conocer in situ sobre esos maravillosos libros árabes y de sabiduría griega. 

 Tuve la oportunidad de participar en un congreso sobre la lengua en San Millan de la Cogolla en la provincia de la Rioja, allí pude ser testigo de donde nuestro idioma comenzó, la cuna del castellano.Y todo gracias a las traducciones o notas al margen que hacían los monjes copistas aclarando algunos pasajes de textos latinos. 

La importancia filológica de estas glosas no se advirtieron hasta el siglo XX. Es el testimonio escrito más temprano del que se tenía noticia hasta entonces, de forma arcaica pero claramente reconocible de un romance hablado del idioma español que al parecer era la lengua vernácula hablada entonces en la zona. Su valor se descubrió en 1911 cuando Manuel Gómez Moreno, que estudiaba la arquitectura mozárabe del Monasterio de Suso transcribió todas las glosas, alrededor de mil y las envió a Ramon Menendez Pidal.

Traduciendo, combinando textos, uniendo códigos se fue formando nuestra rica lengua.  

Traducir es tambien crear, hasta crear nuevas lenguas conectoras. 


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