Editorial Eterna Cadencia. 670
páginas. Primera edición de 1996, esta de 2012.
Prólogo de Elvio E. Gandolfo.
En una conversación sobre
literatura argentina con Federico Guzmán
surgió por primera vez el nombre, para mí desconocido hasta entonces, de Salvador Benesdra (Buenos Aires,
1952-1996). La literatura argentina cuenta con grandes cuentistas, pero, me
interrogaba Federico, ¿cuál es la mejor novela argentina? Yo opinaba que alguna
de Juan José Saer, seguramente Glosa o La grande, por ejemplo; y él apuntaba que su favorita era El
traductor de Salvador Benesdra. A mí me resultaba extraño: ¿es posible
que la mejor novela argentina no se haya publicado en España?, me decía. Nos
llegan muchos novelistas de Argentina, y precisamente el mejor es
desconocido... Ahora que por fin he podido acercarme a El traductor no estoy seguro de poder afirmar que ésta es la mejor
novela argentina, pero desde luego es una de las mejores que se han escrito en ese
país (o al menos de lo que yo conozco, que obviamente no es todo) y,
posiblemente, una de las mejores novelas en lengua española de las tres últimas
décadas.
Salvador Benesdra sólo escribió
esta novela y un libro de autoayuda; ninguno de los dos los vio publicados en
vida. El 2 de enero de 1996 decidió suicidarse: se arrojó a la calle desde su
apartamento, un décimo piso. Como cuenta en el prólogo, el escritor y crítico Elvio E. Gandolfo se encontró con esta
novela cuando en 1995 formaba parte del jurado del premio Planeta Argentina.
Tras leer las primeras páginas, Gandolfo ya sabía que se hallaba ante una obra
especial: “Esto es genial de verdad. No lo van a premiar ni en broma”, escribe.
La novela quedó entre las
finalistas del Planeta Argentina porque lectores como Gandolfo u Osvaldo Aguirre la recomendaron y la defendieron
de cara a la deliberación final; pero (lógicamente) no se premió. Era demasiado
literaria para un premio tan comercial. No es El traductor una novela de lectura fácil ni, debido a su temática
torturada y en ocasiones ensayística, puede gustarle a un público mayoritario.
Es decir, si se premiaba una novela como ésta no se iba a recuperar la
inversión “ni en broma”.
El traductor se publicó en 1995 gracias al dinero de una beca que
solicitó para el libro el propio Gandolfo, y gracias a las aportaciones de los
familiares de Benesdra. Durante las dos semanas que he tardado en leerla he intercambiado
unos cuantos correos con Gandolfo, al que conozco gracias al blog. En uno de
ellos le preguntaba si sabía cuántos ejemplares del libro se habían publicado
originalmente en Ediciones de La Flor.
Gandolfo no estaba seguro, pero muy amable se lo preguntó a los primeros editores.
Parece ser que hubo una primera edición de 1.500 ejemplares y una reedición de
1.000. En 2012 la editorial Eterna
Cadencia ha editado 1.800, y algunos de ellos los ha distribuido en España.
Cuando vi El traductor en las librerías de Madrid no dudé en comprarlo.
La novela es en gran parte
autobiográfica. Su protagonista, Ricardo Zevi, trabaja, al igual que Benesdra,
de traductor en una editorial llamada Turba, que publica principalmente ensayos
sobre temas sindicales y de izquierda en general. Turba es la principal
editorial progresista de Argentina. Estamos en 1991 y Zevi es un hombre de 36
años que siente cómo se desmorona su mundo de referencias tras la caída del
Muro de Berlín y el desmantelamiento de la Unión Soviética: “La izquierda toda,
desde los talmudistas del trotskismo hasta los más tibios socialdemócratas,
veía o mejor dicho trataba de no ver cómo desaparecían piedra a piedra bajo sus
pies los últimos vestigios que quedaban de lo que alguna vez había sido su
mundo, su civilización, su cultura o su cimiento vergonzante y clandestino. La
última catedral de la religión atea del socialismo parecía llevarse en su
derrumbe hasta el último testimonio de que la izquierda había sido alguna vez
una realidad, defectuosa como el mundo, malvada como un gulag, vigente como una
piedra” (págs. 218-219).
En cualquier caso, Zevi no es un
ortodoxo de la izquierda soviética, con la que se muestra crítico, sino un
socialista utópico.
La novela avanza con dos tramas,
más o menos paralelas o entrecruzadas.
Una pertenece al ámbito más
privado de la vida de Zevi, y nos habla de la relación con Romina, una joven
provinciana a la que conoce en un café según comienza la novela, cuando ella se
acerca a Zevi para entregarle un folleto de la Iglesia adventista a la que
pertenece. La segunda trama corresponde a un ámbito más social para Zevi, el de
su trabajo en la editorial progresista Turba. A pesar de los principios que promulga
en los libros que publica, en Turba comienza a haber cambios: parece que los
dueños de la editorial, los Gaitanes, quieren modernizar la empresa con cambios
tecnológicos que van a provocar el despido de más de un trabajador. Zevi, uno
de los pocos traductores de Argentina que no trabaja de externo, verá amenazado
su puesto.
El protagonista está traduciendo
un ensayo de un alemán llamado Brockner (un autor inventado), que contiene
ideas racistas y clasistas y que defiende las sociedades jerárquicas. El
narrador reproduce varias páginas del ensayo de Brockner, que el protagonista refutará
o bien sucumbirá al pragmatismo de sus ideas.
La novela se centra en las dos
tramas comentadas, la relación de Zevi con Romina y la relación con la empresa
Turba. En ella hay capítulos de gran ritmo narrativo que se adentran en la
turbulenta mente del personaje, un trasunto de la personalidad obsesiva de
Benesdra, en los que la trama se desarrolla de una forma agobiante y tortuosa,
“como en el mundo de Roberto Arlt” (pág. 74), comparación que se repite más de
una vez en la novela. Pero quizás la influencia más poderosa a la hora de
construir el personaje atormentado de Zevi sería el autor que inspira al propio
Arlt: Dostoyevski. Y en otros
momentos el ritmo se desacelera y el personaje reflexiona (con gran profusión
de citas de filósofos) sobre el mundo que le ha tocado vivir y la deriva
política de la izquierda y de su país.
El estilo es denso, barroco. Se
nota que Benesdra es un escritor acostumbrado a leer filósofos y de ellos toma
el gusto por una redacción rica en frases largas y subordinadas que van negando
o matizando la frase principal.
Un aspecto que no debo olvidar al
hablar de este libro es su sentido del humor; un humor a veces cruel, políticamente
incorrecto; un humor doloroso que ha provocado en mí más de una carcajada, como
le ocurrió al propio Gandolfo según cuenta en el prólogo.
En más de una ocasión esta novela,
escrita en 1995, me ha parecido visionaria: El
traductor es una obra de profunda actualidad: la España de hoy, con su
crisis, su desmantelamiento del Estado del bienestar, sus bajadas de sueldo y
sus abusos laborales no se puede parecer más al mundo que describe Benesdra en
1995.
En algún momento, cuando la
novela se centraba en la relación de Zevi con Romina, he pensado también que a
Benesdra la novela se le iba de las manos, y que la narración entraba en un
territorio que, sin abandonar el realismo, casi se volvía expresionista en sus
caminos de perversión. Pero en realidad el viaje a los infiernos de Romina y
Zevi sigue teniendo mucho del mundo de Dostoyevski. En todo caso, aunque en
algún momento parece peligrar la verosimilitud (lo que queda justificado más
adelante por el estado mental del protagonista), yo no podía dejar de leer.
Necesitaba en todo momento saber qué le iba a ocurrir al torturado judío sefaradí
Zevi con la adventista Romina y con la editorial falsamente progresista Turba,
en un mundo de dominadores y dominados donde la idea de justicia parece estar
desapareciendo de la faz de la Tierra. Entre las páginas 429 y 430, Zevi
señala: “Acababa de descubrir un beneficio absolutamente inesperado de mi
conducta criminal: haber incurrido de veras en el mal le permitía a uno actuar como
un hijo de puta también con quienes se lo merecen de verdad y sólo entienden
ese trato”. Al leer este párrafo se me escapó una carcajada. No voy a explicar
por qué Zevi acaba incurriendo en el mal para no destripar la novela.
Se lo comentaba a Gandolfo en un
correo: a veces es desalentador darse cuenta de que obras tan poderosas como
ésta pasan casi desapercibidas. El
traductor tiene todos los elementos para ser una obra de culto: su prosa es
poderosísima, se adelantó a su tiempo, su sentido del humor es desgarrador, sus
dos
personajes principales son inolvidables, su análisis de la vida individual
y social tiene capacidad para revolver e incomodar la conciencia de cualquier
lector. Además, éste es el único libro del autor si obviamos su libro de
autoayuda (que desde luego no le sirvió para nada). Con él debería haber
entrado en la historia de la literatura escrita en español, pero se suicidó
antes de verlo publicado. Benesdra tiene todos los ingredientes para
convertirse en un mito. El propio Gandolfo escribe en su prólogo: “Una de las
mejores novelas argentinas que se hayan escrito desde 1810”.
Si Salvador Benesdra fuese un
autor norteamericano, estaría traducido a todos los idiomas y El traductor sería una obra de culto. Al
ser argentino, este libro se pudo publicar gracias a la financiación de sus
familiares y calculo que lo hemos leído no más de 3.000 personas.
Según Federico Guzmán yo voy a
ser el único receptor en España de esta obra que nos acerca la editorial
argentina Eterna Cadencia. Sinceramente espero que Federico se equivoque y que El traductor encuentre a los lectores
exigentes que sin duda merece.
Por favor, si algún lector
descubre esta obra gracias a esta entrada del blog y decide acercarse al libro,
que me lo cuente. Para mí sería muy alentador conseguir al menos un lector para
esta magnífica novela.