Revista Cultura y Ocio
Ojalá vivir en este mundo fuese un tránsito y luego hubiese otro. De verdad que lo deseo. Envidio a quienes sienten en el corazón esa certeza y desocupan esta vida de preocupaciones en la confianza de que después de la muerte no acaba la trama y podremos seguir. Ojalá la fe me llenase a espuertas el alma y me levantase cada mañana lleno de luz, tocado por la gracia de la vida eterna, en la privada creencia de que algún dios campechano y doméstico está al tanto de mis fatigas, cuida de mis faltas y se le ensancha el divino pecho cuando observa, desde su inmarcesible altura, que obro bien y hago felices a los demás en lo que buenamente puedo. Pero no es así y me levanto por la mañana sin dios, feliz a m manera en esa ausencia de divinidad, convencido de que la fe es un enamoramiento, un desvelo, un extravío de los sentidos, un flirteo serio entre la verdad del mundo y la oscuridad del alma. O viceversa. No lo sé. Cómo es posible que yo pueda saber. Me despierto así y así voy cubriendo los trechos de los días hasta que al final de la vigilia me tumbo en la cama, razono mi lugar en el mundo y dejo que el aire me infle el pecho y note que cien sonetos de amor explotan dentro como una estrella de mil puntas (eso lo tengo aprendido de Henry Miller y sus lúbricas historias) a la que de pronto hubiésemos incorporado una de esas bombas con reloj a la que no podemos cortar los hilos. Llevo unos días pensando en esto de la fe y no he llegado a ninguna conclusión fiable. Tal vez sea mejor esta indeterminación. En la búsqueda, en la intriga del camino, las palabras son más dulces y las respuestas más lejanas. Estaría mal que ya lo supiésemos todo y todo lo tuviésemos claro del todo. Sería un mundo descarriado al que no le restaría ni un solo átomo de asombro que ofrecernos. No sabemos qué hay afuera. Tampoco qué dentro. Nada de lo preocuparse. Acabará expuesta la respuesta, se verá si hay Derecha del Padre o la nada terrible, el horror vacui, ese miedo al vacío o a lo que no tiene paredes, sino extensión inabarcable y pura. Lo de la Derecha del Padre tampoco tiene mucha descripción, no hay bibliografía, no se sabe nada de esa estancia. Estaría bien cierta información, por ver si conviene, si compensa adiestrar al espíritu y llevar en la tierra una vida entregada a la fe, temiendo a Dios o amando a Dios, qué más da, podría ser lo mismo. Saber, tampoco es mucho lo que pido, si habrá placeres semejantes a los disfrutados en vida o serán otros, tal vez ninguno semejante a éstos que disfrutamos ahora y a los que con tanta vehemencia y fruición nos entregamos a diario. Será una vida contemplativa, estoy imaginando. Estaremos la eternidad completa en un estado de plenitud metafísica. Habla uno de lo que no conoce, siempre andamos en esa festividad de la certidumbre, la de atrevernos a opinar sobre lo ajeno, lo ignoto, lo que no está a nuestro alcance y, sin embargo, anhelamos. En la espera, en ese trajín mundano de las cosas, hacemos lo que buenamente se nos ocurre para ir atravesando los paisajes y mirando el cambiante cielo y soñando el bendito o triste desenlace.