La última sacudida le despertó del sueño profundo en el que había caído después de que la señora esa entrada en años que lo acompañaba en el compartimento del vagón hubiese bajado en la última estación. Por fin había dejado de escuchar la charla insulsa con la que le martilleaba el cerebro. La señora se había empeñado en tomarle como algún tipo de espíritu confesor al que poder contarle sus sin vivires, seguramente porque no era más que una víctima más de esta sociedad contradictoria en la que estamos más conectados que nunca pero también seguramente solos y vacíos como jamás en la historia lo estuvo esta especie.
No podía sacarse de la cabeza la imagen de la señora del vagón, foto sonriente para Instagram, comentario risueño en WhatsApp pero al guardar el móvil en un colorido bolso fue como si los suyos fuesen los únicos problemas que arrasaban el mundo, sin que le importase lo más mínimo el hecho de que quien le escuchaba puede que también huyese de un día a día arrasador que le había dejado en ruinas. Por fin había cesado la letanía y claro, había aprovechado para dar una cabezadita.
El día había sido agotador desde que recibió la llamada telefónica. Ya no sabía si el desayuno del hotel pertenecía a esa jornada o a la anterior. El cansancio era tal que no conseguía encontrar el resorte ese que le permitiera olvidar por un momento lo que quedaba atrás. Imposible encontrar la paz perseguida, demasiados muertos en el armario. Pero bueno, de todas formas, tampoco debería faltar demasiado para que el revisor ese tan amable pasase a avisar que su parada era la próxima, mejor empezar a recoger todos los bártulos que se encontraban esparcidos por todo el compartimento.
Apartó la cortinilla y vio pasar los últimos árboles del bosque que quedaba atrás, el tren corría rápidamente entre las viñas que ya mostraban sus racimos listos para ser vendimiados. Con un poco de suerte muchas familias esta temporada podrán esquivar la rudeza del invierno. Del paisaje parecía sentir el característico olor de las parras listas para ser recolectadas, un olor que le recordaba los tiempos felices en los que corría entre las mieses, riendo y jugando. El recuerdo de los veranos felices en los que los días pasaban lentos, plácidos y el verano no parecía tener final.
El traqueteo del tren le devolvió a la realidad, nadie quedaba de entonces, los buenos tiempos parecían tan inalcanzables en algún rincón perdido en un cerebro demasiado acostumbrado a podar los sentimientos.
Al final, en el horizonte, empezaban a vislumbrarse las torres de la catedral. Estaban aproximándose, un viejo sueño se cumpliría pronto. El viaje llegaba a su destino y podría pasar la tarde ante lo que el tiempo pudiese haber respetado de aquella vieja sonrisa que recordaba con nostalgia.