Era un joven diseñador gráfico en paro que se sabía artista e intuía que un día los demás también lo reconocerían como tal. Estaba sentado en un banco de la estación cuando lo vio entrar. Ágil, dominando el espacio, con porte elegante, hacía su primer viaje a esa ciudad.
Es él, se dijo el joven diseñador. Era su oportunidad y no la podía dejar pasar. Todas sus neuronas empezaron a funcionar. El impulso creativo le absorbió por completo y pasó las siguientes horas pintando bocetos para ofrecerle su gran obra. Tenía que exigirse más y más cada día, su esfuerzo y constancia tendrían un premio si un día conseguía una gran obra para ser admirada por sus seguidores, los entendidos, los que sabían muy bien de qué iba aquello. Los mismos para los que si resultaba un fiasco, estaría muerto, no sería nadie, lo reducirían a escoria. De eso ya sabía un poco.Plasmar su obra le llevó toda la noche, ya amanecía cuando en la parte baja de la derecha dejó su firma identificativa. El mural, de carácter figurativo y gran efecto colorista, de unos cuatro metros de largo por dos y medio de alto, se abarcaba desde la distancia. Se alejó una vez más para observarlo y el resultado era impresionante, sonrió satisfecho.
Estaba profundamente dormido cuando un timbre insistente le obligó a abrir los ojos. Oyó a su madre que hablaba con alguien. Creyó entender la palabra policía. Hablaban del tren AVE. Se tapó hasta la cabeza y se hizo el dormido.
Golpes en la puerta de su dormitorio. Su madre le retira la ropa de cama y le grita:—¿Qué has hecho?—Nada mamá, te lo juro que esta vez no he hecho nada.—Levántate y díselo a los que están esperando