Revista Viajes

El tren vacío

Por Viajaelmundo @viajaelmundo

Hace dos semanas llegué de Zurich. Y apenas hoy me percato que en el bloc de notas de mí teléfono había dejado escrito algo que surgió una noche que perdí el tren cuando viajaba de Basel a Zurich. Porqué lo perdí, no importa. Lo que sí importa es que el próximo tren que iba a mi destino salía con 12 minutos de diferencia; así que busqué el andén y subí.
Después de caminar tres vagones vacíos, me quedé en otro -vacío también- y me senté donde me provocó, no sin antes preguntarme si me había subido al tren correcto. No había nadie. A diferencia del que perdí, este haría cinco paradas antes de llegar a Zurich y cuando ya pensaba que era un tren fantasma, se puso en marcha y de inmediato me quedé hipnotizada con el paisaje verde que ya estaba comenzando a caer en su letargo.
Entonces escribí y lo que les dejo abajo -sin editar- es ese delirio que vacié en el bloc de notas. Para estar a tono, este post también lo escribo desde el teléfono y es la primera vez que lo hago. Si ven alguna letra mal pisada, la foto descuadrada o algo incompleto, discúlpenme el entusiasmo de querer escribir desde aquí aunque tenga la computadora al frente.

Aquí va el relato desde el tren.

Es extraño ir sola en el vagón de un tren. Extraño y melancólico. En las mañanas pides un poco de silencio para dormitar en el camino. Esperas que el de al lado no sorba tan fuerte el café, que la vista no se vaya a los labios de conversaciones ajenas, que haya tranquilidad para ir mirando por la ventana. Viajar en tren es abstraerse. Pero cuando vas sola, anhelas tener cerca cada uno de esos sonidos. No me atrevo a dormir para no pasar de estación. No tengo a nadie que me avise. A este vagón no ha llegado ni siquiera quien chequea el boleto. Nadie para verificar si tengo derecho o no para estar entre el vacío de estos asientos, carentes de emociones. No son nada si nadie se sienta.
Quizá estoy muy lejos, quizá crucé una puerta automática y atravesé a una dimensión desconocida en la que no hay pasajeros, ni nadie que conduzca el tren, ni nadie que se monté en él. Sólo yo viendo desde la ventana, parada en el andén o desde una de las puertas de una de esas casas de uno de los pueblos que pasamos.
Hay soledad en este tren, porque los rieles son apenas un murmullo. Me toca hablar con los reflejos de las ventanas, y flirtear con el sonido del teclado mientras escribo esto, que no es más que ansias de llegar a la estación, de ver gente y bajar a la realidad.
Los trenes llevan emociones escondidas, el suspiro guardado tras sus ventanales. La vida en este tren se detiene por una hora y desde aquí ves como afuera todos se mueven con normalidad mientras van pensando que vamos muy rápido, que no nos alcanzarán el paso cuando en realidad estamos aquí, estacionados en un asiento, viéndolos mirar.
El vagón esta vacío y es irónico el aviso de silencio en esta ventana: “ruhezone, espace silence, zona del silenzio, quiet zone”, me grita el cartel. Oscurece afuera y aquí las luces permanecen intactas, blancas, transparentes. Se me apaga el delirio. Como el tren cuando entra al túnel.

Fin

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