Los seres vivos han evolucionado durante millones de años mediante selección natural, de forma que aquellos que han logrado ser más eficaces en un determinado ambiente han tenido un mayor éxito reproductivo y han conseguido dejar más descendientes.
A lo largo de todos esos millones de años de evolución muchas especies han adquirido unas determinadas adaptaciones que les han permitido acceder a fuentes de alimento o aprovechar determinados ambientes que les estaban vedados a otras y de esta forma han podido disfrutar de esos recursos sin apenas competencia. Pero ser un especialista también tiene desventajas, ya que si el recurso trófico del que se alimentan o el hábitat en el que viven desaparece o se altera demasiado, la especie tiene muchas posibilidades de desaparecer con ellos.
Las paredes calizas de nuestras montañas son el hábitat de muchas especies de aves, aunque la mayoría solo buscan en ellas un lugar donde construir sus nidos, ya que abundan las cuevas y grietas formadas por la intensa erosión del agua, que disuelve la cal dando lugar al característico paisaje kárstico.
Estas rocas son un hábitat muy inhóspito para la mayoría de los animales y plantas. A pesar de que en muchos lugares se localizan en ambientes con abundante precipitación, son extremadamente secos, ya que el agua se filtra rápidamente permaneciendo muy poco tiempo sobre la pared, por lo que apenas hay sustrato biológico donde pueda asentarse la vegetación. Algunos insectos como los tisanuros sobreviven en estas paredes, junto a polillas y unos pocos coleópteros, y se esconden entre las fisuras de la caliza, aparentemente a salvo de los depredadores.
Para poder acceder a esas presas es necesario tener un pico fino y largo, al mismo tiempo que unas patas fuertes y con uñas desarrolladas, que permitan agarrarse firmemente a la pared caliza. Y el treparriscos (Trichodroma muraria) ha desarrollado esas características y se ha convertido en un auténtico especialista.
Macho de treparriscos con ceba en el pico
El treparriscos es un ave típica de la alta montaña durante la época reproductora, ya que durante el invierno baja de cota e incluso puede ser visto en acantilados marinos. Pero como toda regla, tiene su excepción, y unas pocas parejas en la cordillera cantábrica se reproducen a menor altitud, lo que nos permite poder observarlos (y sobre todo fotografiarlos) sin tener que acarrear un pesado equipo por las cimas de los Picos de Europa.
Una de las características más visibles de los treparriscos es el color de sus alas, que sobre todo en los machos es de un intenso color rojo carmesí. Cuando "corretea" y salta por las paredes, el color gris de su cuerpo lo hace casi invisible, a lo que ayuda su pequeño tamaño. Solo cuando despliega sus alas se aprecia su verdadero aspecto, que lo convierten sin duda en uno de los pájaros más bonitos que podemos ver en la montaña.
Durante los meses de junio y julio los treparriscos andan muy atareados, los pollos ya han nacido y ambos padres se afanan continuamente en llevarles alimento. La mayoría de sus presas son pececillos de plata (Tisanuros), polillas y larvas de otros insectos y los viajes son incesantes hacia el nido, ubicado en una profunda grieta, a la que acceden después de dar unos cuantos rodeos saltando por la pared para distraer a los posibles depredadores.
Pareja de treparriscos con el macho en la parte superior
En alguno de estos viajes, los dos miembros de la pareja coinciden sobre la pared y no es raro que el macho le ofrezca la presa a la hembra para que sea ella la que cebe a los pollos. En la pareja que tuve la suerte de observar durante las últimas semanas, el comportamiento del macho y la hembra era completamente distinto, mientras que ella solía entretenerse mucho antes de entrar a cebar y salía del nido caminando por la pared, el macho solía entrar directamente y también salía muy rápido.
Pero si fotografiar a un pájaro pequeño, que vive en lugares muchas veces inaccesibles y que para colmo no se suele parar quieto, no os podéis imaginar lo difícil que es grabarlo en vídeo, pero solo así podréis apreciar su comportamiento y sobre todo podréis disfrutar de esta pequeña maravilla de nuestras montañas.
Pero el treparriscos no es la única especie de ave que se ha adaptado a vivir en medios verticales. Como ocurre muchas veces, dos organismos que están separados filogenéticamente pueden llegar a soluciones similares para lograr un mismo objetivo. Es lo que se conoce como convergencia evolutiva.
En nuestras latitudes tenemos otra especie de ave que también busca su alimento en paredes verticales, pero que ha cambiado la roca caliza por los árboles y las fisuras en la roca por las grietas en la corteza. En la foto anterior podéis ver a un agateador común (Certhia brachydactyla. Fam. Certhiidae), una especie que pertenece a una Familia diferente a la del treparriscos pero que ha desarrollado unas adaptaciones muy parecidas a las suyas, como son el pico fino y largo, en este caso para capturar insectos entre la corteza, y unas patas fuertes y con uñas largas para agarrarse a la corteza.
NOTA: haced clic en las fotos para verlas mejor