Revista Cultura y Ocio
El tricentenari y la cultura de la riota en la revista Jarana y Poligamia
Publicado el 16 febrero 2014 por Jordi Jordi Corominas @jordicorominasEl tricentenari y la cultura de la riota: cortinas de humo que explican génesis, por Jordi Corominas i Julián
Por desgracia no creo que tenga suficientes palabras para exponer mi tesis con precisión. Este artículo es una aproximación a una deriva catastrófica que se ha maquillado con cabezas de turco más débiles y menos consolidados que algunas vedettes que organizan conmemoraciones distorsionadas y proclives a generar una jaqueca colectiva sin precedentes. Vayamos al grano.
Hará cosa de medio año, el tiempo corre que es una barbaridad, el crítico Joan M. Minguet publicó un artículo que levantó ríos de tinta en esta sociedad culturalmente aburrida en la que vivimos, un núcleo siempre más provinciano que se contenta con discutir sus propios problemas porque así lo ha querido una determinada tendencia que nos aleja de ensanchar fronteras y restringe contenidos de manera alarmante. El texto hablaba de la cultura de la riota, de la carcajada para quien no entienda catalán, a partir de la designación de Bibiana Ballbé para un cargo en el nuevo organigrama del Centre d’Art Santa Mónica, dirigido en su anterior etapa por el poeta, Casanova en el último film de Albert Serra, Vicenç Altaió.
Bibiana era conocida por su labor periodística en tv3 y su figura simboliza una especie de Cataluña moderna que se adapta a la vacuidad de la época, donde la fachada prima sobre el contenido y se contempla la cultura, una forma de dar razón a Wert mediante otros mecanismos, como mero entretenimiento. La apuesta por la joven se argumentó desde la tan cacareada voluntad de innovación.
Al cabo de un tiempo la usaron como conejito de indias, cargándosela sin piedad, eligiéndola como cabeza de turco de un desbarajuste. Su defenestración es otra cortina de humo dentro de mil incendios, una ocultación que tapa vergüenzas y sirve para continuar un camino lamentable, casi un abismo.
La cultura de la riota existe e impregna muchos tejidos. La tienen al alcance de la mano sin necesidad de ir a las instituciones públicas. Basta ver las redes sociales y la proliferación de fotografías de artistas ufanos o la precariedad de un mundo donde lo breve predomina porque ahora quien creara una película como Muerte en Venecia o quisiera armar una obra transgresora iría directamente a la basura del rechazo. Muchos son los síntomas. Uno de ellos, asqueroso porque fomenta la ignorancia y evita el presente para instalarnos en un pasado que es conocimiento de trivial pursuit, es el boom de las conmemoraciones, hecho bochornoso que ya no respeta el canon de lustros y décadas porque se ha convertido en un infumable postureo intelectual de la peor calaña que en ocasiones, cuando muere otro pedacito del siglo XX, deviene bochorno hardore, como acaeció con el óbito de Nelson Mandela, banalizado entre memes, citas sacadas de Wikipedia y sobredosis de erudición de mercadillo.
A nivel oficial quieren simular una decencia. El catorce es una cifra bisagra. En 1814 Napoleón perdió por vez primera el poder. Un siglo después estalló, permítanme ser redundante, la Primera Guerra Mundial, dando inicio real a la pasada centuria. Recordar esa época es importante desde la pedagogía, entre otras cosas porque su esencia es fundamental y debería servirnos en lo cultural para enterrar lo pretérito y llenar la atmósfera de un aire nuevo. El conflicto hizo que las vanguardias se consolidaran y expandieran su ruptura con contundencia, algo que no se percibe en la actualidad, donde el conservadurismo de toda la argamasa social asusta.
Sin embargo en Cataluña se habla mucho de otro aniversario. En 1714 las tropas de Felipe V terminaron con el asedio de Barcelona y finiquitaron la guerra de sucesión, no confundir con secesión, pues son dos términos parecidos pero que nada tienen que ver. El candidato de la Corona de Aragón, Carlos de Austria, prefirió la golosina del Sacro Imperio Romano-Germánico y dejó compuesto y sin novia a quien le había ofrecido la corona española, pues de eso trató esa guerra del siglo XVIII que ahora se vende como la pérdida de la libertad. ¿Qué libertad cuando existía un sistema feudal donde el pueblo pintaba poco o nada?
No importa porque la propaganda es un veneno que fomenta lo que nunca debería hacerse con la Historia: la manipulación partidista. Quien quiera arremeter contra servidor tiene todo el derecho de hacerlo. No pienso dar ninguna clase magistral sobre el tema que tantas pasiones levanta en bares, televisiones y domicilios privados. Lo que me intriga es el paradigma de dos designaciones que ratifican claros antecedentes de la cultura de la riota.
A mediados de los años noventa una nueva generación de humoristas irrumpió en la caja tonta catalana. Su pionero fue Miquel Calçada, más conocido como Mikimoto, quien a través de programas como Oh Bongònia o Persones humanes arriesgó con nuevos formatos e impulsó un salto de calidad que permitía meditar sobre lo público desde términos más que positivos.
Después de su momento llegó el turno de Buenafuente. El actual conductor de En el aire no debutó con mucha suerte en lo castellano. Su mala acogida en unos Ondas no le impidió resarcirse y llegar al sitio donde está. Políticamente ha mostrado sus simpatías con el 15M, a diferencia de uno de sus colaboradores de su etapa catalana. Toni Soler cogió el relevo y con programas como La cosa nostra, brillante en humor como todos sus antecesores, se postuló como figura que traspasaba su ámbito laboral para ser reconocido por muchos ciudadanos.
Han pasado casi quince años, veinte en algunos casos, desde aquel boom. Las tornas han cambiado y ahora Mikimoto es comisario para la organización y el desarrollo del Tricentenari y Toni Soler es comisario para los actos del mismo evento en Barcelona. El primero tiene cierta justificación por su capacidad comunicativa. No cobra un duro y es un declarado independentista que puede mover bien los hilos del evento. El segundo viene amparado, además de por sus colaboraciones juveniles en la sección política de algunos periódicos, por estar licenciado en Historia. Yo tengo un máster en la materia, pero no me siento preparado para un cargo de tanta relevancia. Tampoco soy un personaje público.
Bibiana es una excusa. Más que con la chica creo que deberíamos meternos, en el buen sentido de la palabra, con la pareja cómica que ha subido como la espuma. Ellos son los más claros exponentes de la cultura de la riota, porque del humorismo televisivo han ascendido hasta comisariados que reparte el gobierno del señor Artur Mas y el ayuntamiento del alcalde Trías. ¿No hubiera sido más digno elegir para el cargo de Toni Soler a historiadores profesionales como Joaquim Albareda, expertos en el tema? ¿Qué diría el difunto Josep Termes de todo esto?
El humor es imprescindible y en España vive en el engaño porque creemos ser los más graciosos del mundo pese a ser un país de amargados crónicos. La risa es sana y vital, una liberación absoluta. Pero no confundamos el culo con las témporas. Para determinadas funciones, sobre todo para mantener una coherencia, deberíamos renovar el panorama con coherencia, no con fuegos de artificio que, lo cortés no quita lo valiente, son la tónica que predomina en casi todos los campos artísticos. Una cosa es rejuvenecer y otra es hacerlo con tino, aunque aquí hay unas manifiestas intenciones que no son criticables desde el criterio de los que mandan porque ellos quieren vender un producto determinado y optan por los que creen tendrán mayor impacto para conseguir su cometido. Ahí no podemos demoler nada porque ellos tienen los ases en la manga para sus deseos.
Si podemos hacerlo desde la perspectiva de la calidad contrapuesta a la progresiva banalización de lo cultural. La reciente muerte de Josep Maria Castellet ha planteado la ausencia de mandarines, y no es de extrañar porque avanzamos hacia una acelerada y preocupante provincialización del espacio. El humor sirve para todo desde un uso totalmente nefasto que llena el cielo de mediocridad, acrecentada por la exhibición del ego que prefiere la prevalencia del exterior al interior. La absurdidad es manifiesta, sobre todo si se piensa que muchas de estas lumbreras trabajan gratis, con lo que no ayudan a que su trabajo sea valorado en su justa medida.
La respuesta al desaguisado es el silencio. Nos vemos en los cementerios.