Publicado en Público el 17 de septiembre de 2014
Todas las notas biográficas sobre la nueva presidenta del Banco de Santander coinciden en señalar prácticamente lo mismo: quien acaba de suceder a Emilio Botín con el mismo fundamento con que se hereda una corona es una persona extraordinariamente preparada, muy inteligente, culta y que conoce a la perfección los negocios de la entidad financiera que va a presidir (casi lo contrario, por cierto, de lo que se decía al principio de Emilito Botín).
Señalan igualmente que es sumamente poderosa. Incluso, antes de acceder a la presidencia del consejo de administración del Santander, una encuesta de la BBC la consideraba la tercera mujer más poderosa del Reino Unido, después de la reina y de la ministra del Interior. Ahora, ya encumbrada en el banco, la reconocen como la más poderosa de España y de la banca mundial.
Es sin duda una mujer brillante, que lo ha tenido todo a su alcance, aunque sin duda también a cambio de muchas horas de trabajo y esfuerzo personal, y que posiblemente podría hacer o conseguir igualmente todo lo que se proponga. Pero que parece tener por delante un futuro muy triste.
Ha llegado al centro mismo del poder desde el que podría desplegar todo tipo de influencias para tratar de paliar gravísimos problemas sociales pero lo único que se propone, según sus propias palabras en la primera asamblea de accionistas que ha presidido, es seguir la estela de su padre, hacer que el banco siga ganando cada vez más dinero.
Su futuro es triste, como presidenta de una institución tan poderosa, porque es triste convertirse en una mera expresión de los “espíritus animales” que según decía Keynes mueven la conducta que sostiene al capitalismo. Porque es triste la vida que se deshumaniza para responder solo al afán de lucro y para responder exclusivamente a la querencia de la que se jactaba el banquero Juan March: “A nosotros -decía- lo que nos gusta es ganar dinero, no tenerlo”.
Es triste que una persona tan inteligente, tan bien educada y tan poderosa no busque en un mundo tan dañado como este en el que vivimos otra cosa que hacer que su banco gane cada día más dinero sin mencionar cómo va a ganarlo y, por tanto, sin preocuparse sobre la forma en que se está dispuesto a incrementar la cuenta de resultados. Que le dé lo mismo que para ganar más dinero se recurra a paraísos fiscales y se sorteen por doquier las leyes y normas fiscales, que se pongan en marcha auténticos bancos a la sombra, que se engañe a los clientes, que se tenga que estar continuamente esquivando a la justicia (aunque sea por la vía de comprar a políticos y jueces para poder disimular lo que hay detrás de los negocios), que en lugar de considerar el dinero del que se dispone como la sangre esencial con la que puede funcionar una economía productiva y mejor se utilice como un fin en sí mismo, o mejor dicho, con el único fin de que el banco tenga más dinero cada día, para seguir ganando más a cada instante y solo eso. Que para ser cada día más rico se haga creer que se impulsa el saber y la difusión del conocimiento, teniendo en nómina a docenas de rectores y académicos, cuando al mismo tiempo se impide que circulen los libros si estos son críticos o desnudan las vergüenzas que hay detrás de la banca de nuestros días, como ocurrió, entre otros, con El o El botín de Botín, de Josep Manuel Novoa, en los que se muestra con detalle de dónde viene la riqueza y el poder de los ba Poder nqueros de postín, para qué se utiliza o a qué procedimientos se recurrió, sin ir más lejos, para fabricar el agujero de Banesto y quedárselo a precio de saldo.
La nueva presidenta del Santander lo ha dejado claro. No hay sitio para los sentimientos. Ni una palabra sobre los miles de personas que han perdido sus viviendas en manos de los bancos, sobre los parados o sobre los que cada vez tienen menos ingresos para que los acumulen personas como ella. Ni un segundo para otra preocupación que no sea la de engordar la cartera. La influencia, el poder, la inteligencia, el saber hacer, la experiencia de todo lo que ha pasado, la frustración, el desengaño y las pérdidas de miles de clientes y el sufrimiento de millones de personas que padecen la crisis que la banca ha provocado no significan nada para ella pues, según afirmó, se propone simplemente mantener “la trayectoria de éxito” mantenida por su padre. Nada más para los demás, pero nada menos para los banqueros.
Los análisis que se han realizado este verano parece que han demostrado, aunque se disimule, que al Banco de Santander no le salen del todo las cuentas. El simple afán de ganar dinero no da seguridad financiera ni solvencia y sus directivos han tenido que recurrir de nuevo a triquiñuelas contables para esquivar el peligro de no superar las pruebas de resistencia por falta de capital.
Para un banco es un problema no tener capital suficiente. Pero para la humanidad es una tragedia que el poder efectivo esté en manos de quien actúa como si no tuviera corazón o careciera de sentimientos.