Empieza la semana del libro y para celebrarla me he dedicado a publicar mis historias en amazon con la ayuda de Create Space, para el formato en papel, y de KDP para los ebooks. Me estoy convirtiendo en una experta, ya no se me atascan los pasos aunque no siempre remato el libro a la primera. Cuando menos te lo esperas sale algo que te la juega y te cambia la paginación que, con tanto esmero, habías conformado.
Para inaugurar el proyecto he escogido a un trol un tanto singular. Se trata del protagonista de mi último cuento. ¿Qué os parece la portada? Es una ilustración de John Bauer. Sé que los trols no son los personajes favoritos de casi nadie pero también son víctimas de los prejuicios y la incomprensión. ¿Quién mejor para contarle su historia que una grumpy dispuesta a escucharla? Este es el enlace de su relato en amazon: El Trol, de momento está disponible en Kindle y aún tardará unos días en papel (aunque ya aparece y se puede encargar). Así comienza:
CAPÍTULO 1: ORIGEN
Según la tradición los trols viven de noche y, durante el día, duermen en grutas excavadas en las montañas porque no soportan la luz. Su leyenda también afirma que, si no se refugian, los trols se convierten en piedra al amanecer, con el primer rayo de sol. Como casi todas las leyendas ésta posee una base de verdad, aunque cubierta por un grueso barniz de fabulación. ¿Qué es cierto y qué no lo es? Es difícil de saber si no se es un trol pero, en este caso, aunque no se me pueda considerar un ejemplar típico, es lo que soy.
En realidad los trols no somos monstruos. Simplemente somos consecuencia de las fuerzas de la naturaleza, la misma que, al principio de los tiempos, dio origen a las montañas. Nacemos de las rocas, de piedras gigantescas que, al derrumbarse por su peso o a consecuencia de un temblor de tierra, ruedan y siembran la muerte y la destrucción. Tanto es así que incluso muchas se aplastan durante el proceso o en ocasiones quedan enterradas al fondo de alguna morrena. En esos casos, las rocas se pierden sin que jamás surja de ellas ningún trol.
En nuestro trayecto hacia la vida recogemos el polvo acumulado durante años, es el polvo sedimentado por el transcurso del tiempo, por la erosión y también por la destrucción. El olor del miedo que engendramos a nuestro paso se pega a nuestros cuerpos. En el camino, nuestra roca madre se precipita a través de alguna de las grietas que horadan las laderas, las paredes nos golpean, rompen nuestra cubierta y cincelan nuestra nueva forma. Finalmente, el último choque contra el suelo de una cueva, nos despierta. Es cierto que el batacazo nos aplasta también el cerebro y nuestra especie no goza de fama por su inteligencia sino más bien por atontados. Habría que ver el efecto de semejante golpe en esos que se mofan de las cortas luces de los trols, aunque los muy cobardes siempre guardan una distancia respetable, saben que un manotazo bastaría para acabar con su guasa. El miedo, la muerte, el polvo, la oscuridad y la lucha, al igual que la montaña, son parte intrínseca de nuestra esencia, son nuestro origen y conforman lo que somos. No somos responsables de nuestra naturaleza.