Revista Religión
En estos días en que la parroquia de Cantillana se prepara jubilosa para la colocación del secular y simpar Risco de la Divina Pastora; ahora, que la capilla mayor de nuestro templo se hará montaña santa y bucólico altar para rendir tributo de veneración a la Madre de Dios y nuestra; ahora, que es cuando realmente tiene el privilegio perpetuo y singular de hacerse trono cantillanero, para que en él se siente la Reina del cielo y Pastora nuestra; ahora, que la iglesia vestirá sus mejores y más características galas, y el perfume campero del lentisco, del romero y del álamo preludian la inminente llegada del gozo mayor y de la fiesta principal, queremos ensalzar a esta joya del patrimonio intemporal, artístico y espiritual que es el Risco.
Ininterrumpidamente montado para la celebración de la novena y la fiesta mayor de la Pastora, hunde sus raíces en el siglo XVIII, y es cada año uno de los principales atractivos de la fiesta. Antiguo y efímero, solemne y campero, regio y humilde, llena de admiración a los visitantes, de entusiasmo y emoción a los pastoreños y de un profundo e inconfundible aroma a toda la parroquia en los días últimos del mes octavo, y las primeras semanas de septiembre, cuando el verano torna a su fin y Cantillana erige para la Divina Pastora un trono montaraz único, digno de elogios.
Para el pregón de la Romería del año jubilar de 2000, pronunciado por el periodista José María de la Hera Sánchez, compuso estos bellísimos versos nuestro amigo, y destacado artista pastoreño, Luis Manuel López Hernández, quizás la mejor alabanza que se ha hecho sobre el Risco, y con la que damos la bienvenida a su inminente montaje.
¡Qué risco de amor inmenso te construyó Cantillana para sentarte en lo más alto!
Quiso un pastoreño hacer el mejor altar para su dueña. Y al ser Pastora su reina, púsole flores del campo, lentisco sobre una peña, para sentarla en lo más alto.
¡Qué risco de amor inmenso te construyó Cantillana!
Altar de amor infinito, algo así será la gloria: campo, romero y lentisco. Y ovejas que son las almas que la saludan al llegar, la oración siempre en sus bocas.
¿Os habéis parado a pensar en la osadía y, a la vez, la grandeza que supone convertir un risco, un pedazo de monte, de campo, en un monumental altar sagrado? De la sencillez de sus elementos nace la grandeza que lo hace sacro. ¿Y cómo cambia la fisonomía del templo al llegar septiembre a Cantillana?
Pero, el risco no es un altar; el altar está junto al risco. El risco es la representación de la vida, cuesta arriba, con serpientes y con lobos detrás de cualquier matorral, acechando siempre a la oveja más incauta. También con arcángel victorioso y al final, en lo más alto, la gloria de la contemplación directa de Dios, de Jesucristo el Buen Pastor, del rostro purísimo de la Pastora Divina. Algo así será la gloria.
El risco es un jardín, un vergel. Las flores del campo de colores mil llenan la oscuridad del recinto para hacerlo, por cercano, aún más sagrado. Y es el lentisco el que regala sua aroma a las naves de la iglesia para hacerla campo en medio del campo. ¿Dónde estará mejor que en el campo, una Pastora? ¿No os habéis fijado al entrar cómo cambia, no sólo el color, sino también el olor del templo?
Todo es bucolismo pastoril cuando llega septiembre a Cantillana. Huele a campo en medio del campo la parroquia en romería.
¡Qué bien huele la parroquia
a finales del verano!
¡Qué aroma más campechano
y qué fragancia más propia!
¡Cómo huele la parroquia
al parir señá Santa Ana!
Vuelve la flor a la rama
y a subir, porque es septiembre,
la Pastora, como siempre,
al trono de Cantillana.
Eleva un trono galana
alfombrado de lentisco
que se parece a los riscos
del mayo florido todo,
pleno de lucidos tonos
pa que la Virgen se siente
y regia nos apaciente
cual Pastora singular
mientras que goza a la par
el rebaño de su gente.
Se hace el paisaje presente,
el altar, monte escarpado,
la capilla mayor, prado
de vegetación salvaje.
El puro agreste paraje
se impone ante lo dorado.
Sólo un destello ha ganado,
más que el sol brilla su lumbre
y baña desde la cumbre
del risco, el templo adornado.
Este risco deseado
es una joya exquisita,
es una herencia bendita,
un patrimonio valioso
del que este pueblo orgulloso
con los siglos se ha sentido.
Su altar mayor siempre ha sido
el mayor altar que haya
erigido Cantillana,
el mayor y el más querido.
Este primor preferido,
esta montaña serrana
es gloria de Cantillana
y asombro hasta de los santos.
Nunca perderá su encanto,
su barroco bucolismo
y aunque siempre sea el mismo
diferente es cada año
pues incluso el mismo paño
parece siempre distinto.
¡Qué bien huele la parroquia
a finales del verano!
¡Qué aroma más campechano
y qué fragancia más propia!
¡Cómo huele la parroquia
al parir señá Santa Ana!
Vuelve la flor a la rama
y a subir, porque es septiembre,
la Pastora, como siempre,
al trono de Cantillana.
Es una inmensa ventana,
un retablo de la vida
que un día está florecida
y otro de espinos se llena.
Las alegrías y penas
de las reses del aprisco
se mezclan con el lentisco
cual las churras y merinas,
cuya lana se adivina
si bajan o suben risco.
Siempre florido se ha visto,
mas una sierpe escondida
nos percató que es la vida
lo que el monte representa:
hay quien su virtud aumenta
siempre subiendo el camino
y como el buen peregrino
alcanza y goza la cima;
otras ovejas caminan
errantes y sin sentido.
Subir al risco he querido,
subir a su cumbre quiero
para gozar en el cielo
de los riscos prometidos
y ante Dios mismo rendido
contemplar a toda hora
el rostro de la Pastora
entre fulgores de rosa
más radiante y más hermosa
que las luces de la aurora.
Cantillana a su Señora,
a su torre y fortaleza,
dueña y madre de su Iglesia,
lirio, espejo, pozo y palma,
le hace peña con su alma
pa que se pueda sentar
y de Pastora reinar
desde un monte con lentisco
que aunque lo llamamos risco
es un trono de verdad.
¡Qué bien huele la parroquia
a finales del verano!
¡Qué aroma más campechano
y qué fragancia más propia!
¡Cómo huele la parroquia
al parir señá Santa Ana!
Vuelve la flor a la rama
y a subir, porque es septiembre,
la Pastora, como siempre,
al trono de Cantillana.
Fragmento del pregón de la romería del año 2000, pronunciado por D. José María de la Hera Sánchez.
Versos de Luis M. López Hernández