Revista Viajes
El arroyo Urmella es una pequeña porción del río Isábena de frecuentes erosiones y crecidas, que llega al Ésera, para después aumentar el caudal del Cinca y juntarse con la montonera de agua del Ebro antes de visitar los peces y los barcos del Mediterráneo. Mis pensamientos fluían por las calles de Castejón de Sos mientras paseaba la noche anterior a comenzar la subida al Turbón.
El Collado de San Adrián es un lugar privilegiado para contemplar la amplitud del valle sinclinal de origen glaciar que conduce hasta la cumbre del Turbón.
Ha quedado atrás La Muria y el barranco Cogulas donde el camino mal asfaltado se hace tierra hasta llegar a Selva Plana donde se allana y se extiende un frondoso prado de hierbas y rico matorral dominado por el serval del cazador. Aquí diferentes señales bien colocadas sirven para anunciar, entre otras sendas, el camino que asciende al Turbón. Tal vez se aventuró algún bucardo a pastar en estos prados cobijado en el misterio de la noche.
Dicen que después del bíblico diluvio universal, Noé, con los otros siete humanos de su familia y aquella multitud ingente de animales, exclamó sobre la montaña: ¡Ya turba l’arca! ¡Ya encalla el arca! Y desde entonces aquel asombroso y amplísimo monte se llamó el Turbón.
Desde la amplia meseta de la cumbre del Turbón, la montaña es un mar de olas de piedra y vegetación por las que saltan las emociones y los deseos de los corazones. Bajo aquella boira, o acaso nube, se esconde la Maladeta.
Desde el Coll de Fadas la vista tiene tal poder de atracción que permanece ya para siempre en el corazón; aquel inmenso valle sinclinal de origen glaciar se posa y anida en el alma de quien lo ha visto; paso a paso más allá del tiempo quien viajó alguna vez por aquel valle calcáreo en ascenso escalonado, sueña bellezas imborrables. Aquí vi la mayor cantidad de edelweiss que he contemplado nunca. Por aquí vuelan en juegos y captura de alimento acentores y chovas, mientras mantienen la distancia de las águilas.
Acaso en la Coma de San Adrián se sentaron alguna vez aquellos dos sacristanes a quienes dio vida Sor Juana Inés de la Cruz, con sus discusiones sobre el nombre que convenía más a María la Madre de Jesús, el Cristo, cuando aún era niña. El sacristán Llorente defendía que puesto que nacía para ser madre había que considerarla “qua natus” (de la que nacerá el niño); ¿Cómo vas a llamarla madre a una “oritur tenera” (niña recién nacida)? -decía el sacristán Benito- Tendrá que ser gratia plena.
Sobre la amplia cima del Turbón, la vista se extiende en todas las direcciones. Hacia el Oeste, La Plana, Campo…
La Coma de San Adrián con su fuente fresca todo el año es un lugar de solaz. Allí sentado algún tiempo asistí a la acalorada discusión de los dos sacristanes con la letra cantada con música del italiano Roque Ceruti (1685-1760) uno de los tres italianos que compusieron y trabajaron para el Virreinato del Perú. Mientras subía hasta la cima del Turbón sonreía por la dicha del lugar y por el recuerdo de la interpretación jocosa de las sopranos Blanca Gómez y Delia Agúndez; interpretación tan amena y vivaz que contagió de entusiasmo al auditorio. Seguramente algún armiño de estos valles también mantendría su quietud por un instante para escuchar tan armónicas voces.
La cumbre del Turbón es una amplia llanura que requiere algún tiempo para ser recogida en el corazón y en la memoria entre el agradecimiento y la admiración. Desde sus dos mil cuatrocientos noventa y dos metros, este macizo del Pirineo de Aragón domina cumbres, valles, ríos…lanza el espíritu y el aliento humano hasta las más alejadas tierras donde es necesario cambiar las armas por arados, las batallas por semillas, la violencia por árboles frutales.
Vistas de parte de cumbres del Pirineo, entre otros el TURBÓN. Desde la cumbre del Aneto un día de agosto.
Javier Agra.