Me regala Marta, mi mujer, un libro extrañísimo de Milorad Pavić que se titula El último amor en Constantinopla (traduce Dragana Jelenić para el sello Akal). Lo leo, por supuesto, con todo el cariño que me merecen siempre los regalos. Pero resulta forzoso reconocer que el libro es más raro que un yogur de cebolla y que me ha dejado en el cerebro una sensación de “¿Y esto qué es?”. Dice el texto de la contraportada que, después de haber ensayado la novela-léxico, la novela-crucigrama y la novela-clepsidra, el escritor serbio se aventura aquí por los senderos de la novela-tarot (de hecho, al final del volumen hay unas cartas policromadas, en cartoné, que pueden ser separadas del tomo y usadas para la adivinación). Vale. No soy de esos lectores rígidos que, a priori, rechazan ningún experimento literario, pero reconozco haberme quedado bastante frío con estas páginas, porque no he terminado de entender a dónde querían llevarme. Hay un buen número de escenas sexuales, de escenas oníricas, de escenas dialogadas y, por encima, cubriéndolo todo, una melaza lírica quizá demasiado densa, quizá demasiado espesa. Pongamos un ejemplo, para resumirlo mejor: el teniente Opujić está charlando con una mujer que dice ser La Virgen de la Luna y, cuando ella sugiere que el teniente no se conoce a sí mismo, él replica: “Soy ese al que otros escupen en la palma de la mano mientras trabaja y en el plato mientras come. Tragador de cuchillos y de tinieblas, salto de una piedra de la locura a otra, mientras mi pie izquierdo no se fía del derecho. En un bolsillo me crece trigo, en el otro hierba; llevo el alma en la nariz, y me enseñan a estornudar. Mi padre me despeja y nubla, en mi cuenco llueve, en mi cama nieva. Soy el que se peina con un tenedor, el que siembra los cuchillos y ceba los dientes, porque las cucharas no crecen mientras como” (pp.30-31). Ese lirismo sofocante, continuo, no me ha dejado entender la historia que estaba leyendo.
Sí he subrayado muchas frases que me han parecido inteligentes o hermosas (“El futuro es el establo del que sale el miedo”, “En sueños, todos entendemos todas las lenguas”, “El dolor es el pensamiento del cuerpo”), pero la experiencia no me ha resultado tan convincente como para aventurarme en otro libro del autor.