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Tiempo de lectura: 5 minutosDurante tres siglos, cientos de barcos cruzaron el Atlántico desde las costas occidentales de África con sus bodegas llenas de seres humanos. Aquellos hombres y mujeres eran conducidos a América contra su voluntad y en inhumanas condiciones para ser subastados en lejanos mercados de esclavos. Brasil, las colonias británicas de América del norte y del Caribe, Cuba y otras islas antillanas eran los destinos principales de los barcos negreros. No todos los hombres y mujeres que embarcaban llegaban a puerto.
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De hecho, muchos esclavos morían antes de emprender la travesía transoceánica. Largas marchas a través de la sabana y la selva y semanas encerrados en infectas mazmorras como las de la isla de Goré diezmaban la mercancía. Mercancía, sí, porque esto eran aquellos infortunados a los ojos de quienes practicaban la trata de negros.
El último barco negrero
En la época moderna el tráfico de esclavos formaba parte de un comercio triangular entre tres continentes, Europa, África y América. El lado que comunicaba África con América recibía el nombre de Middle Passage. Mientras que en los otros dos lados los barcos trasportaban mercancías, en el Middle Passage el objeto de la transacción eran hombres y mujeres. Seres humanos que nunca volverían a ver su tierra natal, que trabajarían el resto de sus días en plantaciones de tabaco, algodón o azúcar, o bien en el servicio doméstico, que serían maltratados y perseguidos con perros adiestrados si intentaban escapar.
En julio de 1860 partió de la costa de la actual república de Benín -entonces el territorio se llamaba Dahomey- un barco con una carga de esclavos. La nave se llamaba Clotilde y trasportaba a Estados Unidos ciento quince africanos, hombres y mujeres. Su destino era Mobile, en Alabama. Si bien no puede afirmarse con rotundidad, el Clotilde fue muy probablemente el último barco negrero que cruzó el Atlántico.
Desde el año 1808 el tráfico de esclavos estaba prohibido en Estados Unidos, pero el comercio humano se seguía practicando, aunque a menor escala que en otras épocas. Por otro lado, aunque el tráfico de seres humanos se había prohibido, la esclavitud seguía vigente en aquel país, y en los estados sureños había cientos de miles de esclavos en vísperas del estallido de la guerra civil.
Los esclavos que viajaban a bordo del Clotilde habían sido capturados algunos meses antes por el rey de Dahomey en una aldea del interior del país. Cada año, durante la estación seca, el soberano de aquel reino organizaba expediciones cuyo objetivo era la captura de esclavos; gracias a la venta de aquella mercancía humana a los europeos Dahomey era el poder local más importante del África Occidental. Se calcula que el veinte por ciento de los esclavos que cruzaban el Atlántico los proporcionaba este reino. La complicidad de los propios africanos en el comercio de esclavos es un aspecto de la trata de negros que a veces se olvida o se calla y que debería tenerse siempre presente.
Los que sobrevivieron a la razzia fueron conducidos hasta un puerto negrero de la costa y encerrados en barracones. Fue allí donde vieron por primera vez el mar. Sabían que no les esperaba nada bueno pero seguramente sus cálculos se quedaban cortos. Cuando llegó el Clodilde, los infortunados fueron obligados a subir al barco y encerrados en las bodegas. Encadenados de dos en dos, como se había hecho siempre. Con poco espacio, respirando un aire sofocante y nauseabundo, maltratados y humillados. Sus carceleros no veían en ellos a seres humanos, sino pura mercancía.
Un barco negrero era como una prisión flotante de la que era imposible escapar. La duración del viaje transoceánico se fue reduciendo a lo largo del tiempo, pero en el siglo XIX solía durar unas seis semanas de promedio. Los esclavos pasaban la mayor parte de la travesía amontonados en la bodega. Muchos lloraban o gritaban de desesperación. Si se negaban a ingerir alimentos, se les obligaba a comer. Cuando salían a cubierta algunos intentaban acabar con su vida lanzándose al mar. Pero sus guardianes, que estaban alerta, generalmente lograban impedírselo.
La imagen que se tiene de los esclavos africanos es la de unos seres analfabetos y paganos, y en gran parte es cierto. Los que se dedicaban a capturar esclavos no tenían miramientos. Lo importante era que la persona capturada estuviera sana. En el mercado de esclavos los compradores, ya fueran amos o capataces, lo primero que examinaban eran sus ojos, dientes y músculos. Por lo menos en los varones. Pero había excepciones, y una de ellas fue la de Omar Ibn Said, un erudito musulmán de origen gambiano nacido el 1770, capturado en 1807 y transportado a América poco después. Puesto que sabía escribir, redactó una breve autobiografía en árabe que más tarde fue traducida al inglés.
Pero volvamos al Clotilde. Tras una travesía transoceánica de varias semanas, el barco llegó a Mobile. Para evitar a las patrullas de la vigilancia costera se desembarcó a los esclavos de noche. La carga fue conducida a la propiedad del comprador, situada en las afueras de la ciudad, en medio de pantanos. No era un lugar de fácil acceso. De hecho solo se podía llegar allí por agua. Avisada de la llegada de los esclavos, la policía registró la hacienda del comprador. Al no encontrar ningún rastro de los africanos, abandonó la investigación. Entonces el negrero puso a trabajar a los infortunados.
La llegada de los esclavos coincidió en el tiempo con el comienzo de la guerra civil norteamericana (1861-1865), en la que la liberación de la esclavitud era uno de los motivos de su estallido. Cuando, cuatro años después, unos soldados llegaron a la hacienda y comunicaron a los esclavos que eran libres, a éstos les costó aceptar la noticia. Ya se habían hecho a la idea de morir esclavos.
Uno de los esclavos liberados se llamaba Cudjo Lewis, Oluale Kossola de nacimiento. Muchos años después, ya anciano, fue entrevistado por una antropóloga, Zola Neale Hurston. Con la información recabada Hurston escribió una biografía del esclavo. La obra, publicada en 1927, no tuvo éxito, probablemente porque denunciaba la implicación de los propios africanos en el tráfico de esclavos. Muchos políticos e intelectuales afroamericanos no aceptaban este hecho en aquellos tiempos. El libro se reeditó en 2018 y entonces ocurrió todo lo contrario que en 1927. Ha sido un bestseller en Estados Unidos.
Autor: Josep Torroella Prats para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
Zora Neale Hurston: Barracon, the story of the last “Black Cargo”. Deakle Edge, 2018.
A Muslim American Slave. The live of Umar Ubn Said. Traducido del árabe, editado y prologado por Ala Alryyes.
Encyclopedia of Alabama. Se puede consultar on line.
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