Fabrizio M., una leyenda viva. En una pose casi garibaldina.
HOY es viernes 1 de julio y oficialmente empiezan mis vacaciones. Esta mañana me levanté con el firme propósito de actualizar el blog. Que desde abril lo tengo en estado de muerte cerebral. Uno de mis lectores, el turinés Fabrizio M., que vive y trabaja desde hace años aquí en Lituania, me pidió que le dedicara algunas palabras a su boda. Una boda que se celebró a finales del mes de mayo aquí en Kaunas. Y a la que estuve invitado. A Frabrizio le hice el feo de no asistir a su enlace. Espero que este humilde post que le dedico ahora me sirva como pliego de descargos. Lo cierto es que durante este último semestre no he hecho otra cosa más que trabajar y trabajar. Por lo demás, mi vida personal anda últimamente bastante liadilla. Por decirlo de alguna manera. Y claro, entre tantos dites y diretes y tanto mete y saca a uno ya no le quedan ni fuerzas ni para cumplir con los amigos. Espero que el turinés no se lo haya tomado a mal. De hecho quiero alegar en mi defensa, que no soy muy partidario de este tipo de" saraos" (sean bodas, bautizos, comuniones, ceremonias de graduación o cenas de empresa). Nunca he asistido en toda mi vida a ninguna boda. Y creo que no asistiré ni siquiera a la mía. A lo sumo me he apuntado a las despedidas de soltero. Ahí sí me apunto con gusto si me invitan. Pero nunca he estado en la ceremonia nupcial ni en el ágape que le sucede. No sé, tal vez soy un desafecto de la institución matrimonial. O tal vez me da pena por el amigo que se pierde tras la ceremonia. O tal vez intento evitar que algún gracioso me recuerde que todavía soy célibe. Y que, por mi edad, ya me tocaría dejar de hacer el hippie y sentar cabeza. No sé. Ya digo que no me gusta este tipo de eventos. Sobre todo aquellos que me recuerdan que mi vida no está "completa". Porque no estoy casado ni tengo hijos. Que mi vida se sale del estándar dominante en la sociedad de la que procedo. Una ciudad pequeña de extracto obrero y de cultura católica de la segunda o tercera corona de Barcelona. Y donde la costumbre y "el qué dirán" todavía pesan en la vida cotidiana de la gente. Recuerdo aquella vez que tuve que ir casi a la fuerza al bautizo del hijo de un amigo íntimo. Y llegué tarde. Cuando ya casi todos los asistentes habían abandonado la iglesia. Y llegué tarde a propósito porque no puedo soportar ese ambiente familiar, insufrible, mediocre, plagado de "tietas", sobrinos, primos lejanos, niños corriendo y gente sonriendo que se forma en eventos de este tipo. También intento evitar, en la medida de lo posible, las terribles "cenas de empresa". Que siempre me han parecido más un hipócrita ejercicio de sado-masoquismo gore que una forma de confraternizar con los "colegas" del curro. No sé, no acabo de sentirme cómodo en este tipo de ambientes donde uno acaba compartiendo copas y canapés con personas a las que apenas se conoce. O lo que es peor aún. Con personas a las que uno conoce muy bien y con las que no quisiera compartir nada. Y encima tiene uno que ser cortés con todo el mundo. Y aparentar que se lo está pasando la mar de bien. Aunque se comparta mesa y mantel con tipos a quienes ni saludarías si te los encontrases por la calle.
La historia de mi amigo Fabrizio, el protagonista de esta carta, es un tanto peculiar. Es peculiar porque debe ser el único italiano vivo en el planeta Tierra y en toda la Via Láctea que se ha desposado en Lituania no con una nativa del lugar. Que es lo habitual por aquí. Sino nada menos que con una ciudadana de Palermo que, para más inri, conoció por casualidad en Vilnius hace apenas unos meses. La cosa parece que fue lo que se dice un auténtico "flechazo". Un flechazo que le hizo sentar la cabeza. A él, un auténtico pionero transalpino en el Este post-soviético. Que se vino a estas tierras cuando estaban todavía bajo los efectos traumáticos de la desintegración de la URSS. Y se encontraban alejadas de la zarpa de la Unión Europea. Se vino por aquí justo en el mejor momento. Pues estas tierras eran por entonces un auténtico paraíso virgen por explorar y que ofrecía innumerables oportunidades para tipos meridionales, visionarios e intrépidos como él. Ser pionero en algo tiene sus riesgos. Pero también sus ventajas. Y Frabrizio supo orillar los riesgos y beneficiarse de todas las ventajas de ser uno de los primeros italianos que se aposentaron en Lituania. Aprovechándose del efecto "sorpresa" y de la ley económica que guía cualquier mercado. La ley de la oferta y demanda. Que explica las fluctuaciones en los precios de commodities, servicios y factores de producción. Ley que también está presente en el mercado de la reproducción humana. Cuando Fabrizio penetró en este país, Lituania no estaba atestada, como está ahora, de tipejos que cruzan el continente con la peregrina intención de "meterla en caliente". Ser italiano o ciudadano occidental resultaba por entonces algo novedoso y atractivo para las féminas de acá. Porque había poca oferta de italianos en el terreno y a las féminas lituanas les resultaba extremadamente atractivo un factor de reproducción del que, debido al Muro de Berlín, habían sido privadas por tantos años. La situación ahora es muy distinta. Quienes vienen por aquí en busca de "mojar" a diestro y siniestro como sin duda hicieron los pioneros como Fabrizio, se van a encontrar con un mercado infestado de italianos, españoles, turcos y meridionales diversos. Y que atosigan a las niñas de por aquí. Se encontrarán con un país totalmente integrado en la cultura consumista "occidental". Y donde el efecto "sorpresa" ha desaparecido casi por completo. Pues las niñas de por aquí están aburridas de tanto extranjero baboso presuntamente atractivo. Varones, muchos de ellos ya metiditos en años, en busca de niña fácil del Este y que, cuando llega el verano, atestan los bares, terrazas y clubs de moda de las principales ciudades de las tres repúblicas bálticas. En fin, creo que volveré sobre este tema en otra carta que subiré durante estas vacaciones. Sobre mi amigo Frabrizio debo decir que durante sus años en Lituania ha sabido adaptarse con solvencia a la sociedad que lo acogió. Aprendió la lengua lituana, que domina con maestría, encontró trabajo como profesor y consultor en importantes instituciones académicas y profesionales de este país. Incluso ha tenido las agallas de comprarse un piso como Dios manda. Aunque lo hizo en mal momento. Cuando el precio de la vivienda por aquí estaba artificialmente inflado por el acceso al crédito fácil. Se compró el apartamento en el que vive ahora poco antes de que estallara la crisis financiera internacional que hizo hundirse el valor de los bienes inmuebles. Crisis de la que Lituania no se ha recuperado todavía. Crisis que tal como está el panorama económico internacional parece que va para largo. Eso le ha ocasionado a mi amigo Fabrizio algunos problemas que afronta como siempre ha hecho. Con osadía, bravura y descaro. Y con un punto de iluminación mesiánica. Como hacían los condottieri italianos que servían como mercenarios a las órdenes de príncipes extranjeros. Frabrizio ha sabido crearse una nueva vida aquí. Y lo ha hecho él todo solo. A pecho descubierto. Sin ayuda "exógena" de ningún tipo. Sin beca del papá Estado o de ninguna universidad de relumbrón. Sin ayuda de los padres ni de nadie. Tiene su mérito la cosa. Teniendo en cuenta que Fabrizio proviene de una sociedad, la italiana, donde muchos jóvenes se han acostumbrado a vivir con el plato de pasta puesto en la mesa y a no moverse de las faldas de la "mama" sino hay beca Erasmus (o Comenius o de lo que sea) de por medio que financie la aventura y que les evite mancharse las manos. En fin Fabrizio, va por ti! Te deseo lo mejor en tu nueva y recién inaugurada vida de hombre casado, con señora y con responsabilidades. Sekmes!
Historia de la fotografía: La fotografía, claro está, pertenece al interfecto, Fabrizio M. Que ha tenido la osadía de romper todas las convenciones habidas y por haber y se ha desposado recientemente con Irena. Una ragazza palermitana de la que se enamoró locamente. Se casó recientemente aquí en Lituania. Lo nunca visto. La fotografía se la tomé yo mismo, un día que salíamos de "marcha" por el centro de Kaunas. Él mismo me hizo la pose. En su rostro puede apreciarse la determinación del caudillo militar que pudo haber sido si hubiera nacido en el siglo XV en alguno de los reinos, repúblicas o ciudades-estado que desaparecieron tras la unificación italiana promovida por los turineses. La unificación italiana, un craso error histórico, según las propias palabras de mi amigo Fabrizio. Como buen "condottiero", claro está, es contrario a la unidad de Italia. Y también se muestra hostil al mismo proceso de "integración" europea. En el que no cree y del que, como quien esto escribe, desconfía profundamente.
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