Las razones por las que una película como "L'authentique procès de Carl-Emmanuel Jung" es tan poco conocida y el modelo que propone como aproximación cinematográfica al impacto de la verdad del presente en la Historia (la pasada, la presente y tal vez la futura), tan poco utilizado, son bastante difíciles de entender desde un prisma exclusivamente cinematográfico.
Tras la buena acogida dispensada siete años antes a su obra más difundida, "Une simple histoire", y pese a elogios de Godard, Bresson, Eustache o Mekas, la carrera de Marcel Hanoun venía ya "torcida" cuando se le ocurrió la idea de rodar este meteorito a poco más de veinte años desde del fin de la Segunda Guerra Mundial, con cientos de criminales alemanes protegidos, "ignorados" quizá, por dictadores sudamericanos o camuflados en cualquier parte.
El ficticio Carl-Emmanuel Jung no era ninguno de ellos y era al mismo tiempo cualquiera de ellos, enfrentado - y tras él, una élite - a un juicio muy poco secreto, donde todos los que debieran haber tenido voz, son tenidos en cuenta.
La imagen congelada y borrosa de un fusilamiento con la que se presenta el film (la única situada en el pasado), se funde con las siguientes, nítidas, que recorren varias atribuciones de quienes como él se consideraban, por encima de todo, libres y cultos: un crucifijo y un portarretratos familiar sobre la peinadora, una reproducción de "La lección de anatomía" colgada en la pared, una melodía medieval.
De todos esos elementos aparecerán matices distintos, cuando no inversos, en el momento en que volvamos a mirarlos y reparemos en que el crucifijo es un Cristo negro al que falta la cruz; en que la foto de boda, chiquita, está adosada a otra mayor, orgullosamente militar; en que la cámara se ha detenido llamativamente en el Doctor Tulp que diseccionaba cadáveres de asesinos en el cuadro de Rembrandt; en que Jung ha apurado hasta que suena el timbre del despertador tocando el clavecín antes de salir de casa con su mujer como cada mañana, confiada y rutinariamente.
Este pequeño apunte sobre la rotundidad cambiante del sentido, de cómo es la sombra de cualquier objeto según qué sabemos de quien los posee, tiene un objetivo no tan obvio pero sí bastante modesto, como es el de señalar que lo que vemos es y seguirá siendo "la realidad", que no va a cambiar al término del film.
Si la despejada frente del profesor de "Die zijn haar kort liet knippen" parecía una puerta de entrada al abismo, la de Jung es su salvoconducto.
Efectivamente, el proceso, como se advierte a continuación, será imaginario.
La audacia de Hanoun, aparte de rodar sin dinero y al margen de engranajes industriales, que ya suficiente "mal ejemplo" es, consiste en atreverse a despreciar la habitualmente rimbombante (y siempre inútil) condena colectiva a un régimen, a un entramado jerárquico, e ir en busca de la responsabilidad particular.
Pensar que cada asesinato, tortura o deportación fueron resultado de decisiones tomadas por una persona. De cada una de esas acusaciones podrá defenderse Jung si quiere o puede, dos derechos que sus víctimas no tuvieron.
Inteligentemente (y procurando no ser otra cosa que realista, que no es lo mismo que naturalista), Hanoun nos hará escuchar todo lo que se habla en la sala del Tribunal a través de la voz de varios traductores simultáneos, eliminando la entonación y la posible emotividad, para que no quepan representaciones ni interpretaciones, sólo hechos, nombres, fechas, lugares, la esencia de la justicia.
Hasta tal punto se niegan a sincronizarse la banda sonora y la visual - a entenderse siquiera: a veces escuchamos voces femeninas sobre rostros masculinos - que "L'authentique procès de Carl-Emmanuel Jung" podría decirse que son dos películas paralelas, una auditiva y otra muda, el acta de lo no visto y el sueño de lo no escenificado.
La quimera de la condena en cuanto baje el telón y todo quede en una posibilidad ciertamente ideal, es lo que menos importa.
Los testigos han hablado, la prensa estuvo allí, el juez aplicó la ley, la aturdida mente de Jung trató de refugiarse sin éxito en sus sinfonías de Gluck... sólo faltan los subalternos del sistema, a los que notre nazi bien conoce.
Demasiada importancia tuvieron ya los verdugos y los guardianes.