A diferencia de otros pases de prensa, aquella mañana eramos más bien pocos, entre diez y quince los allí congregados para ascender sobre cada minuto de las casi cuatro horas de ‘El último de los injustos’, película firme, difícil y rocosa, como si de una montaña se tratara. Sin duda, la cinta viene precedida por un nombre: Claude Lanzmann. El director que documentó como ningún otro el horror del holocausto, en la inmortal ‘Shoah’, película de nueve horas y media que perdurará en el tiempo gracias a su rigor informativo e histórico.
Quien más quien menos de los allí presentes sabíamos a lo que habíamos ido. ‘El último de los injustos’ no trata de convencer por sus elementos cinematográficos sino por el máximo rigor sobre lo que muestra. En ningún momento del metraje el director trata de conmover al espectador con una línea melódica o con un plano extraordinario, nada de eso; la fuerza del film radica simple y puramente en lo que cuenta la voz del director y, sobre todo, en el testimonio, filmado y guardado durante más de treinta años, de Benjamin Murmelstein, último presidente del consejo judío del campo de concentración de Theresienstadt, situado en la actual República Checa.
La entrevista, filmada en 1975 en Roma, posee un valor histórico incalculable al ser la voz en primera persona del horror acontecido hace mucho menos tiempo del que muchas veces pensamos. Pero no creáis que el interés del documental es oír lo ya contado tantas otras veces sobre el terror de aquel momento histórico; por supuesto que éste lo impregna todo, pero aquel campo tenía la peculiaridad de ser un “campo modélico” de cara a los ojos del mundo. Esta “excelencia” (es imposible no entrecomillear casi todo de la barbarie) fue el único salvavidas para los que allí miraban a su destino día tras día.
‘El último de los injustos’ es un documental puro, casi se podría decir que poco tiene que ver con el cine. Sin duda, el impacto inmortal de ‘Shoah’ tiene una importancia fundamental para que ahora, en diciembre del 2013, podamos ver en una sala comercial una película como la que nos ocupa. Es, con certeza, una obra que poca gente pueda llegar a disfrutar; no sólo debido al extenso metraje, sino también a la forma de exponer el contenido. No obstante, no se puede decir que sea una mala película; más bien todo lo contrario. Quizás no llegue a conseguir un impacto remarcable en las salas; probablemente sean sólo unos pocos los que acudan a verla y sin embargo, será con seguridad, una película que perdure a lo largo de los años.
Al terminar, un suspiro contenido durante 220 minutos, se sintió en la oscuridad de la sala. Los que estábamos allí lo habíamos conseguido, habíamos llegado a la cima de este magno documental; muchos a lo mejor no lo pensaron entonces, pero es muy probable que no volvamos a ver esta película nunca más. Al mirar desde allí arriba, en silencio, todo el mundo sabía que había sido una dura ascensión pero que lleguemos a olvidar. Poco a poco, fuimos saliendo de la sala; afuera, el mediodía frío de Madrid era lo único que nos quedaba.
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