O cómo llegar al final y conservar la sonrisa (That´s what she said)
Nota: 7,5
Como si se tratara de una gran ironía, la serie que durante casi una década nos ha relatado los entresijos de una aparentemente ordinaria oficina de una empresa de papel, sin esconder nunca sus intenciones de servir como homenaje al trabajador medio, llega a su fin en el epicentro de la mayor crisis económica y laboral de nuestra era y lo hace precisamente recordándonos la importancia que tiene esa faceta, el trabajo, en el desarrollo de las vidas de las personas. Porque The Office, con su punto de surrealismo propio de toda buena sátira, en su última temporada por fin ha dejado de intentar reemplazar al insustituible Michael Scott para apelar a una emotividad fraguada durante nueve años de invasión de intimidad, momentos incómodos y otros tantos entrañables protagonizados por el elenco de protagonistas más humano de la pequeña pantalla.
De esta forma, la serie adaptada para el mercado norteamericano en 2004 por Ricky Gervais en base a su homónimo británico se suma a las recientemente finalizadas 30 Rock y Weeds en la demostración palpable de que en el cierre de ciclo de la primera era dorada de las series, ésa que se inició a comienzos de siglo cuando un mafioso se sentaba en un diván, un agente secreto ponía en hora su reloj y cierto jefe de sucursal cruzaba el charco para vender papel en Scranton, las comedias son las que mejor han sabido congraciarse con sus fans en sus episodios de despedida.
Poner fin a nueve años en antena es casi más complicado que lograr una permanencia en parrilla, que ya es una hazaña de por sí, y más teniendo en cuenta que prácticamente se pueden contar con los dedos de las manos las series que lograron sobrevivir a la marcha de su protagonista (Urgencias, CSI, Dos Hombres y Medio). No en vano podemos decir sin miedo a equivocarnos que el declive de The Office comenzó con la marcha de Michael Scott en la séptima temporada. Una despedida que intentaron paliar regalándonos una especie de concurso por el puesto de jefe de la sucursal que, sin dejar de tener su gracia, agudizó más aún la ausencia de Steve Carell con los renqueantes paseos de Will Ferrell y James Spader. Una vez Ed Helms asumió el mando, elevado por encima de sus compañeros de reparto gracias al éxito de la saga Resacón, nos encontramos con el sustituto ideal para el desaparecido, con un nivel de inocencia y estupidez bastante similares pero con un ego y ramalazos psicóticos que conseguían dibujar a un personaje lo suficientemente diferenciado.
Fue entonces, una vez The Office hubo encontrado nuevamente el equilibrio, cuando la cadena NBC tomó la inteligente decisión de poner fin a su criatura antes de que el desgaste volviera a pasar factura y, todo sea dicho, después de que las negociaciones con el reparto por los sueldos de esta novena temporada auguraran una décima problemática. Hasta hubo un intento por regalarle a Dwight (Rainn Wilson) un spin-off del que el episodio 9x17 hubiese servido como capítulo piloto, centrado en su faceta de granjero y cabeza de familia, pero pronto se desechó el proyecto con idea de utilizar al personaje como uno de los ejes del cierre de serie de una forma que no hubiese sido posible de llegar The Farm -que así se hubiese llamado- a buen puerto. Pero no adelantemos acontecimientos.
Si bien es cierto que la novena entrega ha conseguido mantenerse a un nivel muy cercano al de las mejores temporadas de la serie, no fue hasta que el culebrón de Andy y Erin hubo terminado que los guionistas nos mostraron su arma secreta: la importancia del documental. Aunque durante estos 9 años hemos podido disfrutar de incontables guiños al formato en el que está rodada la serie, con un equipo real de grabación recopilando material para un hipotético largometraje sobre la vida del trabajador norteamericano, no ha sido hasta este año que el recurso -utilizado indiscriminadamente en otras series como Parks and Recreations y Modern Family- ha trascendido la mera excusa hasta solaparse en el argumento. Primero conocimos a Brian, el hombre detrás de la cámara y última incorporación al club de fans de Pam; luego asistimos divertidos al momento en el que los protagonistas empiezan a ser conscientes de lo poco que le han escondido al objetivo durante estos años, con sus correspondientes recopilatorios nostálgicos y Stanley presumiendo de amantes; hasta desembocar en un penúltimo episodio en el que se juntaban todos los integrantes de la oficina, algunos ya a otra cosa como el nuevo ídolo a capela de América, Andy, o el nuevo jefazo de Philadelphia, Daryl, para compartir juntos la vergüenza de ver sus miserias finalmente expuestas al público (al ficticio, claro).
Dwight jurando los votos a ritmo de una versión instrumental de Sweet Child of Mine mientras él y Angela tienen sus pies enterrados en dos tumbas diminutas es el ejemplo perfecto de que, por mucho que The Office se haya rendido al final feliz típico de la comedia norteamericana en el que una boda sirve de excusa para una reunión de todo el reparto y la emotividad es la tecla a tocar, la serie ha mantenido hasta el final ese punto crítico y surrealista del que os hablaba al comienzo. El episodio de despedida también nos ha regalado otros momentos para el recuerdo como el striptease del hijo de Meredith, la fuga del gran -grandísimo- Creed o la llegada de los chicos a la despedida de soltero del mayor de los Schroute, por fin consagrado jefe de la oficina y casado con la mujer de sus sueños. Porque si pensábamos que la moraleja terminó cuando Jim, el príncipe azul de metro noventa, lograba por fin conquistar a la bella recepcionista, lo que realmente nos ha confirmado esta recta final es que el homenaje siempre ha estado enfocado hacia el otro lado del espectro; a los no tan perfectos, esa casta de la que Andy, Dwight y, sobre todo, Michael han ejercido siempre de caricatura suprema.
Es cierto que el sentimentalismo le ha comido algo de terreno a la comedia en la despedida de The Office, pero también es verdad que nunca el tópico había resultado tan orgánico y natural fundamentalmente gracias al mimo y cariño que la serie siempre ha profesado hacia todos y cada uno de sus personajes y, especialmente, al fan. De ahí que el ya mítico Michael Scott, ahora padre de familia en un hogar donde seguro no falta un televisor de plasma de 19 pulgadas, haya acudido puntual a una cita que desde la cadena NBC habían desmentido para preservar la sorpresa. Su presencia ha sido testimonial, dejándoles todo el foco del protagonismo a sus compañeros de reparto, auténticos ejes de esta despedida. Por eso Pam, la ya no tan jovial vendedora de Dunder Mifflin que hace 9 años nos recibía con su sonrisa desde el puesto de recepcionista, ha sido la encargada de poner el punto y final recordándonos precisamente que en esos pequeños detalles, en esas pinceladas cómplices, no sólo está la gracia de The Office sino también la de la vida.