Dijo sentirse vacío y dejó su ropa de futbolista en un vestuario de Brasil. Por eso, Juan Román Riquelme viste de civil desde hace más de un mes y la pelota gira lejos de sus botines. Su ausencia es grito de queja en la Bombonera y, también, hace ruido en un fútbol con talento en fuga. Nadie escuchó aún de su voz las razones de su despedida. Y tampoco se conoce si es un adiós momentáneo o definitivo. Poco importa el análisis de cierta prensa. Interesan más los daños colaterales en el césped por la salida de Riquelme. Su toco y me voy. Su huella. Quien mejor lo resumió fue Eduardo Sacheri en la última edición de El Gráfico. El escritor, fanático de Independiente, tecleó palabras desde el alma. Desde la admiración: “Creo que existen dos clases de grandes jugadores. Los que te provocan asombro porque nunca hacen lo que uno supone que van a hacer. Y los que te provocan asombro porque, aunque hagan lo que uno supone que van a hacer, no hay manera de impedírselo. Y Juan Román Riquelme es de estos últimos. Tal vez -ojalá que no-, el último de estos últimos”.