Revista Cultura y Ocio

‘El último imperio’

Publicado el 13 enero 2016 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Jericho Ataque nuclear

Me salvé del psicólogo por una cuestión de clase: éramos pobres. Tenía nueve años y estaba muerto de miedo. Cada vez que veía en el telediario el despliegue de misiles nucleares en Europa, dejaba la cuchara en el plato y me marchaba al servicio. “A este chico le pasa algo”, decía mi madre. Claro que me pasaba: ¡la Tercera Guerra Mundial estaba a punto de estallar y mis padres no se daba cuentan! Sin saberlo, era un firme partidario de la ‘doctrina Chejov’: si hay un arma nuclear en el escenario, alguien la usará. Mi miedo había sido el miedo de Spielbergseguía siendo el de millones de personas. Hasta que llegó un hombre sonriente con una inolvidable mancha en la calva y un mensaje de paz. Todos los ignorábamos, él el primero, pero Mijaíl Gorbachov estaba destinado a ser el último emperador soviético.

“¿Cómo explicar el súbito hundimiento de uno de los países más poderosos que han existido nunca?, se pregunta Serhii Plokhy en el epílogo de El último imperio’, su minucioso ensayo sobre los últimos seis meses de la Unión Soviética. La respuesta corta la da Anatoli Cherniaev, hombre de confianza de Gorbachov en esos meses decisivos: “le ocurrió a la Unión Soviética lo mismo que les había ocurrido a otros imperios: ya  no daba más de sí”. La respuesta larga está en las casi 500 páginas de este libro apasionante, galardonado con el prestigioso Lionel Gerber. Plokhy, catedrático de Historia de Ucrania en Harvard, relata con precisión y múltiples voces la pacífica implosión de la URSS, centrándose en la actuación de Gorbachov y otros tres presidentes – Yeltsin (Rusia), Bush (EE.UU) y Kravchuk (Ucrania) –  en los últimos seis meses de 1991.

Gorbachov Hombre del año de Time 1988

Paradójicamente, fueron quienes pretendían defender la URSS quienes aceleraron su destrucción. El 19 de agosto ese año, mientras Gorbachov veranea en la costa del Mar Negro, la cúpula del gobierno da un golpe de Estado. Creen que con su ‘perestroika’ (reestructuración) y su ‘glasnot’ (apertura), Gorbachov ha llevado a la URSS a la ruina. Los golpistas controlan el KGB y el Ejército, pero son unos chapuceros. Sobra alcohol y falta diligencia: aíslan a Gorbachov ¡pero no detienen a Yeltsin! Enérgico, maleducado, dinámico, tosco, el presidente ruso abandera la defensa del parlamento y se convierte en el gran triunfador de la derrota del golpe. Gorbachov conserva su autoridad, pero no el poder. Yeltsin consigue que firme la disolución del PCUS por su implicación en el golpe mientras Kravchuk declara la independencia de Ucrania y desencadena una oleada de abandonos entre las 15 repúblicas soviéticas: Bielorrusia, Moldavia, Azerbaiyán, Kirguistán…

La declaración de independencia ucraniana – escribe Plokhy  – conmocionó a la Unión Soviética y cambió radicalmente el panorama político. Sólo dos hechos impiden entonces la disolución de la URSS. Yeltsin no logra hacerse con todo el poder: las fuerzas armadas siguen en manos de Gorbachov, que luchará hasta el final por mantener la Unión. Y, casi igual de decisivo, Bush se niega a reconocer la independencia de Ucrania. Plokhy, que ha tenido acceso al diario de Bush, recién desclasificado, cuenta la división existente en el gobierno estadounidense entre Dick Cheney, el secretario de Defensa y James Baker, el secretario de Estado. El ‘halcón’ Cheney quería reconocer a Ucrania cuanto antes; la ‘paloma’ Baker, mantener con vida a la URSS y aprovechar su debilidad para reducir su arsenal nuclear y lograr su retirada de Cuba y Afganistán. Baker temía otra Yugoslavia, pero con armas nucleares. Gorbachov aceptó las peticiones de Baker, pero el destino de la URSS ya no dependía de él. Presionado por sus votantes de origen ucraniano, y logrado el compromiso de Kravchuk  a renunciar a las armas nucleares, Bush reconoce la independencia de Ucrania el 30 de noviembre, un día antes de que el sí a la independencia logre un arrollador 90%. Es el golpe mortal a la URSS.

Gorbachov retratado por Annie Leibovitz ante el Muro de Berlín

En los vertiginosos capítulos finales de El último imperio’, Gorbachov se convierte en el protagonista de una tragedia con el que es fácil simpatizar. El hombre que había sido decisivo para poner fin a la Guerra Fría fue literalmente desahuciado de su casa por Yeltsin apenas unas horas después de dejar el poder. Bush, que durante meses se mostró como su aliado, no tardó también en traicionarle. “La Guerra Fría no ha terminado (…) Es una victoria para la superioridad moral de nuestros valores (…) Estados Unidos ha ganado la Guerra Fría por la gracia de Dios”, diría el presidente estadounidense el 28 de enero de 1992. Con el fin del último imperio desapareció el miedo a la guerra nuclear, el terror atómico que había llenado las pesadillas de varias generaciones. Pero también, sostiene Plokhy, llegó la soberbia del vencedor, incapaz de ver el nacimiento de un nuevo terror que desafiaría su hegemonía, invocando también la gracia de Dios.

El último imperio. Los días finales de la Unión Soviética’Serhii Plokhy. Turner. 2015. 520 páginas, 34,90 euros.

URSS FIESTA

Pd.: Os invito a leer Cómo pensaban sobrevivir a la guerra nuclear, un artículo de Javier Bilbao sobre los consejos que los gobiernos daban a sus ciudadanos… y niños para’sobrevivir’ al Holocausto nuclear. Muy interesante.


‘El último imperio’


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