Me acabo de enterar, gracias precisamente a un lector de este blog, de que ayer, día de los Reyes Magos, ha muerto uno de mis mejores amigos de la carrera: Juan Pablo de Bidegain Herrera. Bidegáin.
No sé nada más, no sé cómo ha sido, ni si estaba enfermo, ni nada. Me pongo a escribir sin saber qué voy a decir. Era mi amigo. Estoy consternado y desorientado. ¿Qué pasa? ¿Qué coño pasa? ¿Cómo se puede morir Bidegáin?
Ya conté que era el operador de cámara en clase de Fullaondo. Movía los grandes libros en sentido inverso bajo el visor del proyector de opacos y hacía unos travellings estupendos de aquellas grandes fotos que no cabían de una vez. Era insustituible en clase. No faltaba casi nunca, y las poquísimas veces que por enfermedad o por lo que fuera no podía venir Fullaondo se quedaba muy fastidiado sin poder dar la clase como él quería, porque ningún otro alumno era capaz de proyectar las imágenes en la pantalla.
(Inserto: Al principio todos los compañeros de clase le llamábamos Bidegáin. Supongo que por influencia de Fullaondo, que llamaba a todos los alumnos por el apellido, y el suyo era bastante fonético. Al cabo de un tiempo, ya muy amigos, le empecé a llamar Pablo, y aún después Juan Pablo, porque era así como él se reconocía mejor y se sentía más cómodo).
Juan Pablo era muy reposado hablando. Buscaba la palabra correcta y precisa para no generar malentendidos ni confusiones, y eso le hacía a veces ser lento y poco expresivo. Era todo lo contrario que yo: Todo lo que yo tengo de bocazas y de metepatas lo tenía él de elegante y discreto.
En sus proyectos no era de los alumnos brillantes, pero siempre era correcto. Fullaondo una vez le llamó El último racionalista, y era verdad. Sus proyectos eran modernos canónicos, y todo era racional y todo estaba justificado.
Recuerdo que ayudándole a dibujar su fin de carrera veíamos que un alzado era poco expresivo y le dije que forzara un efecto de curvatura en un muro. En un proyecto en el que todo el mundo mentía o dibujaba cosas gratuitamente por lo bien que quedaban él no consintió en falsear (no digo mentir, sino sólo agudizar gráficamente) una curvatura para que en alzado quedara mejor. El alzado tenía que corresponderse escrupulosamente a la planta, y en planta esa curvatura era la idónea para lo que se pretendía, y si en alzado no quedaba muy fotogénica daba igual. Tenía que ser como tenía que ser.
Juan Pablo era de una honradez extrema. Al final le convencí de que, sin mentir, hiciera una especie de trompe-l'oeil que sería real si el edificio fuera construido. De alguna manera conseguí convencerle en parte y el alzado mejoró algo.
Le sugerí también que en alguna parte del proyecto rotulara "El último racionalista" y no coló. No era pertinente, tenía razón: No era el momento ni la ocasión. Pero al poco tiempo nos presentamos al concurso del conservatorio de Almería y ahí sí: Ahí nos pusimos como lema "El último racionalista".
Fueron unos días de trabajo intenso en su piso compartido de la Colonia Saconia, en Madrid, con la carrera recién terminada y antes de que se fuera a Santander, de donde era.
Después dejamos de vernos, aunque él vino algunas veces por Madrid y yo fui con mi familia otra a Santander. Durante estos treinta y dos años nos habremos visto unas seis o siete veces, no más, y habremos hablado por teléfono otras tantas (larguísimas conversaciones). Pero hemos mantenido la amistad y el cariño.
Juan Pablo de Bidegain Herrera era un hombre bueno.
Nuestra común amiga Aurora Herrera, santanderina como él, me contó una vez que en el colegio de arquitectos de Cantabria Bidegáin era una especie de tesorero perpetuo, ya que era tan honrado y tan cabal que elección tras elección ninguna candidatura presentaba alternativa a la tesorería. Todos estaban de acuerdo en que siguiera él. Sé que fue también de consejero de ASEMAS y que ahora estaba -de tesorero, cómo no- en la UAPFE. El tesorero ejemplar. El hombre más honrado del mundo.
Era muy buen fotógrafo (pero ahora me pesa mucho que no tengamos ninguna foto juntos1), y hasta una vez le publicó una fotografía EL PAÍS. Era que vino a Madrid una famosa atleta alemana y él fue al evento con su cámara. Con su perfecto alemán sin acento la saludó y ella le miró interesada, sorprendida y atenta, momento en que disparó su cámara y obtuvo una fotografía buenísima.
Tenía muchísimas fotos buenas. Miles y miles de contactos pequeñitos, de los cuales sólo conseguían pasar a ser ampliados unos pocos (el papel y los demás materiales eran caros y había que seleccionar muy bien).
Hasta aquí he escrito de corrido y aquí me he parado de golpe. Llevo unos minutos sin saber qué más escribir. Serían cientos de anécdotas, pero me he quedado sin fuerzas. Qué más da. Qué más da todo. Mierda.
Mi amigo Juan Pablo se ha muerto.
El último racionalista.
El último hombre honrado.
1.- He escrito que no teníamos ninguna foto juntos pensando en los tiempos de la escuela, pero luego he recordado que muchos años después sí nos la hicimos. En 2002, en nuestras vacaciones en Cantabria, quedamos en Santoña.
Aquí estamos las dos familias: Él con su mujer y su hija y yo con mi mujer y mis dos hijos.