Sólo ha pasado hora y media desde la hora de salida del puerto. Es poco retraso aún, para lo que he oído suele ser habitual en los barcos que suben el Amazonas. En cualquier caso, armarse de paciencia es fundamental en esta etapa del viaje. Estaremos colgados de estas hamacas al menos dos días hasta que alcancemos la costa atlántica.
Es por tanto buen momento para poner al día al blog que corría peligro de írseme de las manos definitivamente. Desde que dejé de viajar sólo y, sobre todo, desde que empecé a viajar muy deprisa, lo de escribir se me ha puesto más que complicado.
Así que tengo que remontarme un tiempo atrás. A los últimos días en Venezuela, a los pasiajes semi-africanos del Paraque Nacional Canaima. A lo que iba a ser el último gran esfuerzo antes de disfrutar de las playas brasileñas. El último trekking de este viaje, el trekking de Roraima.
En busca del tepui perdido
El objetivo del trekking era sencillo. Se trataba de subirse a todo lo alto de un tepui, esas montañas de paredes verticales y planas en la cima del tipo del Auyán Tepui que habíamos bordeado en canoa de camino al Salto del Ángel.
Además había que hacerlo barato. El de Roraima es un trekking que se contrata desde Santa Elena, ciudad en el Sur venezolano, casi en la frontera con Brasil. Es obligatorio ir con un guía pero lo que ya es opcional es tener el clásico tour organizado con porteadores, cocineros y demás.
Roraima en su versión “comfort” sale por 2200 bolívares (unos 240 euros), en su versión básica por 1000 más la comida que te tienes que comprar tú mismo. Una diferencia bastante apreciable. Sólo el segundo precio era aceptable para nosotros así que hacer Roraima o no dependía de encontrar unos cuantos tarados más dispuestos a cargar todo el equipo y comida necesarios para mantenerse durante seis días en mitad de la nada.
Llegamos aquella mañana a Santa Elena via bus nocturno con las cosas muy poco claras. Habíamos hablado el día anterior con el hermano del tipo que nos vendió las Angel Falls y éste nos dijo que había otros tres gringos que partían por libre al día siguiente. Era justo lo que buscábamos pero cuando llamamos algo más tarde para concretar la opción se vino abajo porque habían decidido hacerlo con otra agencia.
Tampoco nos podíamos permitir quedarnos media vida esperando en Santa Elena a que se formara otro grupo así que las alternativas aquella mañana eran dos: a) encontrar un grupo inmediatamente y partir ese día o como mucho el sigiuiente a Roraima, b) a la mierda Roraima y seis días más para Brasil. El tour tenía que concretarse en un par de horas o salíamos directos para la frontera.
Al final tuvimos la suerte (o la desgracia) de localizar a los otros tres tipos que se habían ido a otra agencia y que a ellos les pareceria bien que nos adobáramos a su plan, cosa que por otra parte era esperable ya que les ahorraba pasta. Así que, de acuerdo a nuestros más optimistas planes, dos horas después de haber llegado a Santa Elena ya estábamos metidos en un jeep incómodo como él sólo que iba rebotando por un camino de piedras rumbo al punto de inicio del trekking.
Nuestros acompañantes eran bastante exóticos. Ash, inglés de origen indio con un sentido del humor irónico e implacable. Tammy, su mujer, una galesa con esa mentalidad tan británica de tratar de tenerlo todo bajo control siempre. Wingo, un hong-kones que, como buen asiático, era la correción personificada. Adrian, el gúia, un fenómeno del que ya hablaré más tarde.
El equipo, al fondo el tepui de Roraima
Conectamos bien con ellos, como viene pasando últimamente en este viaje en el que, salvo la lamentable experiencia con los cutre-mochileros de Machu Picchu todo ha ido sobre ruedas socialmente. El grupo tenía buena pinta, el guía también, el cielo también. Allá vamos Roraima.
Camino a Roraima
La primera jornada demostró lo que yo ya me esperaba: que el trekking no iba a ser ninguna broma. No es lo mismo caminar a tu bola sin peso que hacerlo cargando tienda, saco, ropa, comida y mil movidas más. Y eso bajo un sol que pega de lo lindo y un camino que alterna cuestas arriba matadoras con partes hacia abajo destroza - rodillas.
Roraima
En la primera de estas cuestas Sole casi se me muere. Mal asunto si empiezan a ponerse las cosas tan duras tan pronto. Era una prueba de fuego para ella que venía con la cabeza puesta en las playas tropicales y supongo nunca esperó tener que hacer este tipo de movidas.
Hay que decir, sin embargo que, tras ese momento complicado en el que tuve que llevar las dos mochilas yo un rato, se repuso y completó aquella primera jornada sin demasiados problemas
Lo bueno y también lo malo del trekking de Roraima es que tienes siempre presente mientras caminas el porqué del esfuerzo. Es bueno porque ves claramente adonde vas y te gusta lo que ves, es malo porque te das cuenta de lo jodidamente lejos que está aún. El tepui de Roraima se divisa enorme desde la distancia, flanqueado por su tepui hermano, el Kukenán. Roraima es más tocho pero Kukenán parece más compacto y de algún modo incita más a trepar por él.
Mala idea al parecer. Sólo Roraima está abierto al turismo y es visitado. Para subir a Kukenán hay que pedir permisos especiales y además ser capaz de escalar paredes verticales ya que el acceso no es para nada tan sencillo. Al parecer más de un turista inconsciente que subió por su propia cuenta y riesgo desapareció por allí sin dejar rastro.
En el camino
Los locales dicen también que en Kukenan se sienten presencias extrañas, que cuando se duerme allí se tienen pesadillas y demás parafernalia mitológica habitual. Parece ser que los tepuis son algo muy venerado por los indígenas del lugar, los pemones y la verdad es que uno entiende porqué. De algún modo son montañas que impresionan.
No es el pasiaje como en los Andes que tiene picos mucho más altos pero apelotonados en una gran cordillera.Los tepuis son entes aislados. Rodeados de la Gran Sabana venezolana por todas partes de forma que, a pesar de no ser tan altos, resaltan mucho más. Son trozos de piedra con bastante personalidad y no es de extrañar que los pemones los veneraran como a dioses.
Casi siempre tienen una nube en su cima que parece estar aparcada allí y de vez en cuando descarga chaparrones que se convierten en cascadas que se precipitan por las paredes verticales y alimentan los ríos que, a su vez, alimentan a los animales y vegetación de la zona. Es por ello que los nativos los consideran fuente vida y esos rolletes habituales que seguro molan mucho más contados por un chaman viejuno a la luz de un fuego.
El ataque de los Puri Puri
Llegamos al campamento del primer día tras unas tres horas y pico de marcha. Más cansados por el peso de la mochila que por el recorrido en sí que tampoco había sido tan tremendo. Muy básico el lugar pero el Ritz comparado con lo que vendría después.
Todo lo que había allí era espacio para plantar las tiendas y una cocina rústica donde venden empanadas a precio aceptable y bebidas calientes a precio de oro. ¿el baño?. Número uno se puede hacer en cualquier lugar, número dos en unos arbustos cercanos que se han convertido en un cultivo de papel higiénico y recuerdos que dejan los visitantes. Puaagh.
Campamento Tek
Pero todos estas incomodidades se convierten en triviales cuando uno entra en contacto con lo más caracerístico de la fauna local: los mosquitos de los cojones. En concreto una variedad de esos pequeños insectos hijos del mal llamada Puri Puri que acabamos odiando con todas nuestras ganas.
Los Puri Puri como mosquitos son bastante lamentables. Son bastante visibles y se mueven con cierta lentitud por lo que en seguida te das cuenta de que los tienes encima. El problema es que son muchos y son unos cabrones muy voraces. En cuanto uno deja de moverse se te vienen encima en bandada como si fuera la hora feliz del puto mosquito-bar.
Son los únicos mosquitos que he conocido que no tienen ningún escrúpulo en irte al cuello, las manos e incluso la cara por lo que ir en pantalones y camisa de manga larga, si bien muy recomendable, tampoco te va salvar de unas cuantas picaduras.
Picaduras que resultan molestísimas. Te sale un puntito rojo y luego se hincha alrededor. El primer día parece una broma porque apenas pica. Los siguientes, sin embargo, no paras de rascarte cual perro pulgoso. Grandísimos hijos de puta los Puri Puri, contra los que no nos sirvió ninguno de los off que llevábamos. Lo comprobé científicamente. Me eché a saco en una mano, me quedé observándola y, al segundo, vi a un pequeño insecto hijo del mal posándose para chuparme la sangre.
Así las cosas, lo más razonable que uno puede hacer en el campamento Tek es forrarse de ropa nada más llegar, comer deprisa y meterse en la tienda lo antes posible asegurándose antes de meterse en el saco de haber exterminado a todos los Puri Puri que se hayan podido colar. A las siete de la tarde ya está uno clausurado en la tienda y preparado para la siempre agradable experiencia de dormir en el puto suelo, quiero decir, de hacer camping. Maravilloso lugar…
La rampa
El segundo día de marcha no ofreció nada destacable salvo el cruce de los ríos Tek y Kukenan, asunto que me recordó remotamente la última jornada de la Ciudad Perdida. En el Kukenan estuvimos un rato bañándonos, lo cual fue bastante de agradecer por el calor que hacía. Sin embargo tuvimos que salir corriendo de allí en cuanto salimos del agua y nos dimos cuenta de que alguien había convocado un banquete Puri Puri en el que nosotros éramos el plato principal.
Roraima, mas de cerca
Poco a poco nos íbamos acercando a Roraima que cada vez se apreciaba más claramente, enorme e intimidante en el horizonte. Por momentos se nublaba allí arriba, por momentos estaba más despejado, pero en general se puede decir que el clima estaba de nuestra parte. No nos llovía que, como en Ciudad Perdida, es lo fundamental.
Acabamos llegando al campamento base prontísimo, lo que me hizo pensar que podíamos haber juntado perfectamente el día uno y el día dos y ahorrarnos una noche durmiendo mal en una tienda rodeados de cabrones Puri Puri. Al parecer mucha gente lo hace así de forma que el trekking queda en cinco días.
El campamento base era aún más cutre que el Tek. Su únicó atractivo era estar, como su nombre indica, en la base del tepui, y cerca de un río donde poder reponer agua. En realidad ni siquiera era un campamento, allí todo lo que había era un cobertizo maloliente lleno de bolsas de basura que habían dejado tras de sí los grupos que estaban en ese momento en la cima del tepui. Un sitio bastante asqueroso que por la noche se llenó de cucarachas por todas partes.
Panoramica de Roraima
Amaneció al día siguiente y nos preparamos para lo que se suponía era el tramo más duro de la ruta a Roraima: la rampa. Una subida casi continuadamente vertical hacia los 2700 metros que tiene la montaña. Desde abajo se veía empinado de verdad y con mucho bosque de por medio. La única ventaja es que, al ser temprano y al ser un camino que discurre literalmente debajo del tepui, el sol no da por saco.
Sé que voy a sonar muy sobrado ahora pero que quereis que os diga amigos, la rampa me la desayuné tranquilamente y hubiera repetido si hubiera hecho falta. Adrian me dijo que se tardaban normalmente entre tres y cuatro horas pero que había visto gente que la había hecho en dos horas y media. Sé por experiencia que los guías tienden a exagerar esos números y me propuse hacerlo en menos de dos. Sabía también que Sole iba a petar allí así que vacíe su mochila en la mía.
La rampa
Me cargué el bulto a la espalda, me puse la música a todo volumen y empecé a subir montaña arriba, esa nueva afición que he descubierto en este viaje. Tras el Huayna, el Misti, el Cotopaxi y el Chimborazo, la rampa de Roraima fue un paseillo que duró exactamente una hora y cuarentainueve minutos, aproximadamnte hora y media menos que el resto del grupo. Nuevo record Adrian, al próximo grupo le dices que un español cabra estuvo por aquí y bajo de las dos horas. No olvides añadir que era un capitan Flint
El momento cumbre fue, evidentemente, totalmente distinto a cualquiera de los anteriores que tuve en este viaje. Roraima era completamente distinto de lo que yo esperaba. Yo creía que me iba a encontrar con algo plano, lleno de vegación quizás. En lugar de eso aquello era un jardín de rocas enormes. Un lugar que nada tenía que ver con cualquier otro que hubiera visto en mi viaje. Allí íbamos a pasar los próximos dos días.
publicado el 11 abril a las 16:33
Bonito relato, esto fue hace unos cuantos años no? me interesa saber en qué época del año fueron?