Resguardada baj0 la manta del frío y la oscuridad burgalesa y a la cálida luz de la lámpara -no tengo aquí chimenea que complete la estampa invernal, qué se le va a hacer-, dedico la tarde del domingo a El único y verdadero rey del bosque, magníficamente editada por A buen paso, con la que Iban Barrenetxea confirma que no solo es un brillante ilustrador, sino que además se maneja a las mil maravillas como prosista, al menos en las distancias cortas. Así lo demostró con los chispeantes párrafos descriptivos que acompañaban a su herbario-bestiario Bombástica Naturalis y con el posterior El cuento del carpintero. La historia del talentoso Firmín y del belicoso Von Bombus era un perfecto ejemplo, además, de que, cuando de contar una historia se trata, los pelos en la lengua y la tiranía de lo políticamente correcto no son buenos compañeros de viaje. Una buena historia necesita de conflicto, por más que sus destinatarios sean niños. Barrenetxea es más que consciente de ello y en sus textos, como en los cuentos populares o en los mejores títulos de Roald Dahl, hay cabida para cierta crueldad, la muerte -no se me asusten, tampoco en demasía- y humor negro en grandes dosis.
En la misma línea abunda El único y verdadero rey del bosque. Se sitúa su peripecia en un brumoso bosque de abedules poblado por fabulosos seres como el gigante Magnus, tres cuervos chivatos, a los que una prácticamente consigue oír graznar, y un avispado y saleroso zorro, dispuesto a demostrar su valía y a salvar la vida de las torpes tentativas de caza de tres torpes hermanos. La recurrencia del tres, la personificación de zorro, cuervos, gallo y gallinas, el castigo o la retribución de malos o buenos comportamientos, etc. nos sitúan con claridad en el ámbito de la literatura didáctica, pero ¡ojo! no en la línea de los intragables y zafios textos redactados ad hoc para niños y jóvenes, que hasta incluyen en sus contraportadas etiquetas que identifican la moralina; ¡nada más lejos! la fábula de Iban Barrenetxea entronca, más bien, con los jugosos textos de Esopo y Fedro, pero, aderezada con influencias de los hermanos Grimm, y narrada con un estilo luminoso y alegre que recuerda al ya citado Dahl, resulta condenadamente divertida y es todo un regalo para los ojos y los oídos. Así que Vds. ya saben. Señoras y señores, niñas y niños, lean, lean a Iban Barrenetxea.
Post Scriptvm:Esta reseña opta a los premios Libros y Literatura 2013, cuya web se enlaza aquí mismo y cuyas bases, las del concurso, pueden consultarse haciendo ‘click’ en el banner inferior.